Creo que desde alguna de las cumbres de la guerra fría en la que se reunían Reagan y Gorbachov no se veía un despliegue de banderas tan apabullante como el que se pudo observar ayer en la sede de la Comunidad de Madrid, que a buen seguro agotó las provisiones de ambas enseñas disponibles en ese y otros edificios oficiales cercanos. La imagen es absolutamente ridícula, no se da ni en visitas de estado a otras naciones, resulta obscena en abuso del uso de simbología a la que se le debe dar un trato mucho más exquisito y demuestra hasta qué punto lo de ayer sólo era escenificación, puesta en imagen, foto, foto y foto. Que a estas alturas se decida crear otra comisión de coordinación es lamentable, pero no tanto como la orgía de enseñas.
Lo curioso es que lo que vimos ayer no es sino lo que día a día se muestra en el mundo alternativo, el virtual, que se ha creado en las redes sociales. Horas y horas se pasan los que en muchas de esas redes viven de su imagen planificando la foto que en ellas van a colgar, foto que lo va a decir todo sobre ellos y, sobre todo, todo bueno. Estampas de cartón, que de tan preparadas se intuyen falsas hasta el extremo, en los que las sonrisas forzadas, los lugares paradisíacos y la felicidad son el entorno constante. No niego que haya quienes sí disfruten de esos momentos y los inmortalicen, pero la inflación de escenas similares que se ven denota un problema social de fondo. Esta primavera no, porque no existió, pero en las pasadas era normal, si uno iba de paseo por el Retiro, ver grupos de adolescentes, y no tanto, más ellas que ellos, pasando el tiempo posando y buscando la pose ideal para inmortalizarla y subirla a las redes. En ese ejercicio de narcisismo extremo no faltaba una o varias maletas de ruedas en las que los posantes y fotógrafos llevaban modelos distintos de ropa, y se los iban poniendo y quitando en función de si quedaban mejor o peor para lo que buscaban transmitir. La primera vez que vi algo así me quedé fascinado, crías jugando a ser modelos y pasando el tiempo ensimismadas en su propia imagen con su móvil. Estaba entre incrédulo y enganchado a una especie de “reality” sin sentido que se desarrollaba ante mi. No entendía nada. Luego lo he visto varias veces, y el asombro ha ido mutando en tristeza, al ver que se ha convertido en normal algo completamente fuera de sentido. Pero es que esa tortura por la imagen, ese dominio absoluto de la pose frente al contenido ha ido invadiéndolo todo, y la política no iba a ser ajena a algo así. Redes que se llenan de mensajes de campaña que son apenas titulares deformados, llenos de sectarismo y falacias, acompañados de imágenes de adoración al líder en las que el entusiasmo de los propios contrasta con la tristeza de los que se ven como ajenos. Escenas más falsas que los euros de chocolate, y sin ninguna de la gracia de esa deliciosa comida, en las que eso que se hace llamar postureo alcanza cotas de ridiculez tan absolutas que cuesta imaginar que alguien con dos dedos de frente, que sepa leer y sumar dos más dos sea capaz de organizar. Las múltiples escenas que vimos ayer de la reunión Sánchez Ayuso, coreografiadas con mimo por los medios propios, son el perfecto ejemplo de esa ridiculez llevada hasta un punto en el que a uno sólo le puede entrar la carajada más sarcástica al contemplarlo. Queda el consuelo, cuando se piensa en las que tiran la tarde en el Retiro, que ellas tienen algo de ilusión en lo que están haciendo y, quizás, lo vean como algo valioso. Lo de ayer, de nula valía, era un teatro barato en el que dos personajes de cartón interpretaban los tristes papeles que sus muchos y muy pagados asesores les habían escrito, posaban en las escalinatas o salas de reunión sin papel alguno, mirándose a los ojos o al tendido, creyéndose su papel de estadista único e irrepetible, de líder de occidente a la altura de los emperadores romanos. Qué pena que en la Puerta del Sol no abunden el mármol y los capiteles jónicos, que lucen mucho más en escenas de exhibicionismo de poder. Ambos lo echaron de menos, seguro.
Viendo lo de ayer uno entiende que los asesores bien pagados de ambos necesitaran semanas, meses, para organizar la reunión. ¿Contenido de la misma? Nulo, eso es lo de menos. Lo importante era diseñarla para ofrecer empaque, visión y muchos “me gusta” en las redes sociales de cada uno y de sus partidos. Y banderas, muchas banderas, muchísimas. Ya puestos, podían haber quedado en la estación de metro de Feria de Madrid, cuyos andenes están decorados con un mural en el que se reflejan múltiples banderas de todo el mundo, porque sacar una docena de nacionales y autonómicas juntas alternando es un poco repetitivo. ¿Se quedaron los asesores con ganas de crear un caleidoscopio de cientos de enseñas? Sin problema, dentro de unos meses, miles de muertos después, se repite la reunión, vacía, pero con cientos de banderas.
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