Parece que esta vez va en serio, y que la retirada de EEUU de Afganistán va a ser completa para la fecha anunciada por el presidente Biden, el vigésimo aniversario de los atentados del 11S. Anunciada alguna vez por Obama, deseada por Trump, ha sido el tercer presidente desde George W Bush el que ha firmado los decretos que permitirán a los norteamericanos dejar la guerra más larga de su historia, que se prolonga desde hace dos décadas. Hace tiempo que la sociedad de aquella nación ha dado la espalda a ese escenario de guerra y el rédito que en su día tuvo el conflicto se ha convertido en un reguero de costes, desilusión y pérdida de votos. Quizás esto último sea lo realmente decisivo para la decisión de abandonar.
El balance tras estas dos décadas de conflicto es, realmente, deprimente. La guerra, que empezó como respuesta internacional a las matanzas de Nueva York y Washington, derribó al gobierno terrorista talibán de Kabul en pocos meses, pero poco a poco se fue convirtiendo en un enfrentamiento entre la visión de un imperio todopoderoso y excesivamente creyente en su superioridad tecnológica y una población rebelde que apenas tenía con qué sobrevivir pero que se alimenta del odio al invasor. El joven Bush, que seguramente buscaba una presidencia tranquila, acorde a su escasa preparación, se vio envuelto en un lío monumental que le superaba, y fueron Cheney, Rumslfeld y Wolfowitz los que diseñaron una operación en oriente medio que culminaría con la guerra de Irak, segunda parte de la primera iniciada por Bush padre ante la invasión de Kuwait por parte del dictador Sadam Hussein en 1990. La guerra de 2003 fue un paseo militar, y un desastre en lo que hace a imagen y a la justificación que a ella llevó. Nunca aparecieron aquellas armas de destrucción masiva que se exhibieron como justificación de una derivada militar que nada tenía que ver con el yihadismo, y la imagen de EEUU en el mundo se deterioró. Lo peor es que agitó u avispero regional en el que no tenía muy claro qué pintaba ni que papel iba a desempeñar. EEUU ha vuelto a demostrar que es muy brillante ganando guerras, posee el mayor y mejor ejército que jamás han visto los tiempos, imbatible en todos los sentidos, pero carece de planes a largo plazo sobre los lugares que conquista, desconoce sus peculiaridades y no es capaz de organizar un sistema de gobierno que permita, eliminando las estructuras de poder represivas de la pasada dictadura, como era el caso de Irak, dar alivio a la población, servicios y una situación de paz que le permita ir prosperando. Al poco de ganar la guerra de Irak, y proclamar su victoria, el conflicto se enquistó en un constante goteo de bajas norteamericanas debido a los constantes ataques terroristas de la insurgencia local, en la que había exmiembros del gobierno de Sadam, yihadistas suníes, radicales chiíes, nacionalistas kurdos, pastunes afganos y todo lo que usted pueda imaginar. La zona era una fuente de noticias en forma de atentados, coches bomba, masacres, ametrallamientos, y las consiguientes bajas y lesiones de militares de EEUU, que volvían a casa en féretros o convertidos en lisiados permanentes. Las autoridades de Washington empezaron a dar la espalda a la zona, al ver como naufragaban todos sus planes, carentes casi todos de una completa visión de qué hacer y cómo colaborar con los posibles aliados locales, y el surgimiento de poderosas fuerzas locales, como el DAESH o las milicias proiraníes no han ido sino roturando aquellas tierras a base de sangre y violencia. Desde hace tiempo la idea de EEUU es largarse de ahí como sea y olvidarse de un conflicto que se ha gangrenado completamente y del que nada va a sacar en claro. La decisión de marcharse estaba tomada desde hace mucho, pero nunca ha estado claro cómo hacerlo de una manera rápida y segura para las tropas y, sobre todo, los colaboradores locales que allí se quedan.
Visto lo visto, la marcha más parece una huida que una retirada. La base de Bagram, la principal de las tropas norteamericanas en suelo afgano, ya ha sido desalojada, terminando este proceso de noche, a escondidas. En Kabul miles de traductores, empleados y todo tipo de profesionales que, durante estos años, han trabajado para las tropas, buscan desesperadamente un visado que les permita salir del país porque saben que los talibanes vuelven, sus milicias se hacen cada día con más poder territorial y militar, y el gobierno afgano que les cubre puede caer a no mucho tardar. Y entonces, señalados, sus vidas valdrán poco. EEUU deja aquel país de una manera improvisada y cruel, y la guerra allí no desaparece, ni mucho menos. Durante unos meses puede que, sin soldadesca, no veamos noticias desde esa zona, pero temo que no tardaremos mucho en volver a saber de Kabul y de cómo su gobierno cambia.
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