Las mutaciones son de lo más común en la naturaleza. Este término, plagado de contenido tenebroso por obra y gracia de la ciencia ficción, sólo hace referencia a la existencia de errores en el copiado de un código genético, de secuencias que se alteran cuando se replica la cadena de ADN de un ser vivo. Estos errores pueden ser nimios y no causar consecuencias futuras, o ser muy serios, o medio pensionistas, y pueden ser positivos o negativos para el ser vivo en función de lo que signifiquen. Muchas veces son aleatorios y no causan trascendencia, y es obvio que cuanto más se replica el ser mayor es la probabilidad de que se produzcan errores en el copiado. Eso hace que virus y bacterias, de elevadísima tasa de reproducción, acumulen mutaciones con alta frecuencia.
Del coronavirus se conocen hasta ahora varios cientos de ellas, creo recordar, y ninguna ha alterado sustancialmente sus características ni su letalidad. La noticia conocida este fin de semana de que se ha encontrado una nueva cepa en Reino Unido no es, en sí misma, muy importante, e indica lo mucho que se le está siguiendo la traza al maldito virus. La importancia de esta cepa vendrá determinada por qué es lo que la distingue de otras y qué consecuencias tiene eso. En verano vimos la aparición de una variante en los campos de fruta aragoneses que luego se convirtió en mayoritaria, y hace unas semanas saltó la noticia de que en granas de visones danesas se había encontrado otra cepa capaz de saltar de los animales a los humanos, lo que hizo necesario acabar con la cabaña de esos animales en aquel país. En todos los casos la letalidad del virus no ha cambiado sustancialmente, porque estas nuevas cepas tienen mutaciones en otros aspectos, pero no en los principales que definen al virus en sí ni en la capacidad de generar la famosa espícula S, que es la proteína que crea en su superficie y le permite acceder a las células humanas. Por lo que se sabe de la nueva cepa británica, la principal variación encontrada hasta el momento respecto a lo ya conocido es que aumenta la capacidad de contagio del virus, por lo que es probable que, en condiciones normales, esta cepa más exitosa en reproducirse acabe dominando a las variantes que se reproducen menos. En todas partes los que tienen más hijos son capaces de influir en el futuro que quienes no los tienen. Si ese es el único cambio relevante que presenta la cepa estaremos ante una mala noticia, porque todo lo que signifique acelerar los contagios lo es, pero no de una gravedad extrema, porque si la letalidad se mantiene el porcentaje de fallecidos es conocido (en torno al 2% de los positivos detectados) y las vacunas desarrolladas en base al ARN, como las de Pfizer o Moderna, pueden seguir funcionando perfectamente. No estaríamos, por tanto, ante un cambio de escenario sustancial respecto a lo ya sufrido, pero en todo caso conviene ser prudentes y esperar a que los análisis científicos acaben por determinar cuáles son exactamente las variaciones que presenta el código genético de esta nueva cepa y qué es lo que implican. Y para eso se necesita tiempo. Como andamos escasos de él la histeria surge antes que cualquier otra cosa, y por ello es normal que se ha ya procedido a la suspensión de los vuelos entre Reino Unido y gran parte de los países de Europa, no con España, que siempre actúa tarde ante todo lo que sucede, y que las conexiones ferroviarias del Eurotúnel estén cerradas desde la pasada medianoche, pero es también casi seguro que estas medidas serán bastante inútiles, porque esta cepa estará ya presente en todos los países de la UE, dada la velocidad a la que el virus actúa, velocidad a la que los occidentales aún no somos capaces de prever ni asimilar. En todo caso, y con una cierta sincronía con lo previsto en apenas días, el Reino Unido ha comenzado un simulacro de Brexit a diez días del final del año, un Brexit sumamente duro, que agudizará el colapso que se vive desde hace semanas en puertos y aduanas británicas ante la incertidumbre sobre la futura relación comercial y el acopio de enseres que en ellos se está produciendo.
Como vemos, otra vez, el virus va por delante de las medidas que, ingenuamente, creamos para evitar su expansión. El caso español, con su absoluto caos autonómico de medidas de cara a una Navidad que empieza esta semana pero que no debiera suceder es el ejemplo perfecto de la mala gestión occidental de esta crisis, donde es cierto que nosotros destacamos como de los peores alumnos de la clase, pero en general los europeos y norteamericanos no estamos para dar muchas lecciones. El virus, que no conoce fronteras ni competencias entre CCAA, qué desvergonzado virus, que no sabe qué es nacionalidad histórica o una Comunidad a la que se le puede despreciar como si no existiera, nos vuelve a poner contra las cuerdas, y cierra el año con otra victoria sobre nuestra moral. Cada vacunado lo derrota un poco, pero aun así es muchísimo lo que nos queda para poder cantar victoria, o al menos empezar a susurrarla.
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