El coronavirus va a propiciar que podamos vivir estas próximas fiestas navideñas ajenos a dos de las peores costumbres de estas fiestas, que son fuente de constantes discusiones y evidencian falsedad a espuertas. Una de ellas son las cenas de empresa, que este año no se celebrarán. Espero que a ninguna se le ocurra juntar a sus empleados vía zoom o similar, porque el patetismo del acto ya sería absoluto. En esas cenas, de obligada presencia, como si se tratase de una extensión forzada de la jornada laboral (es lo que son) los empleados por lo general ingieren más alcohol de lo debido para pasar el trago, reír las gracias del jefe al que muchos no soportan y, quizás, intentar ligar con la del otro departamento, aprovechando las entrañables fechas.
La otra costumbre, aún más arraigada, es la de las cenas familiares. Jocosos encuentros entre primos, cuñados, suegros y demás que no pocas veces acaban en simulacro de batalla armada, cuando no se transforman en eso precisamente. La obligación formal de juntar en la mesa a gente unida por lazos de sangre o legales que no se soportan es la excusa perfecta para que, con las copas de más de rigor, salgan a la luz trapos sucios de todo tipo y broncas que pueden degenerar a medida que avanza la noche y el alcohol pasa de la botella a los estómagos. El que en muchas familias se pacte de qué no se va a hablar en Nochebuena ya es un indicativo de cómo está el patio. Es precisamente en ese núcleo familiar en el que se encuentra el mayor número de allegados, que es el término que se ha puesto de moda esta semana para definir las personas con las que podemos pasar estas fiestas, mejor dicho, el número de ellas. Son allegados los que conviven con uno, en proximidad emocional, en compañía sentimental, a saber. Hay tantas formas de definirlos que, la verdad, el uso de este término es la vía indirecta que han escogido las autoridades para decir “hacer lo que os dé la gana, pero no juntaros muchos” trasladando la responsabilidad plena de lo que pase después de estas fiestas (y de este puente que empieza hoy) a las familias, de tal manera que nuestros amados gobernantes se sientan muy poco allegados a ser los causantes de lo que suceda y puedan echarnos la bronca. No hay sistema de control que pueda determinar que en navidades uno viaja del lugar A al B con una excusa que no sea la de visitar a los allegados, que me llegan tan al fondo, señor agente que mantiene el control de la carretera, que me siento uña y carne con ellos. Imponer una medida de este tipo es imponer la nada, por lo que los controles que se establezcan tendrán un mero efecto decorativo y poco más. Servirán para que no poca parte de la población cumpla los límites de la gente que puede reunirse, porque hay porcentajes elevados de la población que sí respetan unas indicaciones, aunque no sea posible convertirlas en ejecutivas, pero tenga por seguro que habrá cenas multitudinarias, encuentros de tantos allegados por metro cuadrado que la decena impuesta como límite arbitrario será superada en no pocas ocasiones. También habrá muchas familias que no encontrarán allegados suficientes como para alcanzar esa cifra, que se sentirán solos y que para ellos la distancia social es algo con lo que conviven desde antes de esta pandemia y que no les es ajena. Miles serán las familias que mantenga un hueco en su mesa no para guardar distancia, sino luto y recuerdo por ese familiar, ese allegado, que este año no está con ellos porque el virus se lo llevó, y así, caso a caso, las reuniones familiares se irán conformando en una extraña navidad de restricciones y distancias. Quizás la gente descubra este año que, como las cenas de empresa, los grandes encuentros familiares son ocasiones propicias para el caos y la saña, y es mejor evitarlas de cara a futuro. Y puede que, entre las cosas que cambien tras el paso de esta pesadilla (no creo que sean muchas ni tan profundas como se dice) una sea la de acotar estos dos eventos, y que quieren que les diga, me parecería un gran avance social. Sospecho que en esto también me encuentro en franca minoría, pero quizás no tan exigua como en otras cosas.
El debate de esta semana tiene una derivada sentimental interesante. Más allá de las obligaciones familiares y sociales, ¿quiénes son realmente nuestros allegados? ¿qué personas, en nuestro fuero más íntimo, consideramos como tales? ¿es diez un número exageradamente alto para contabilizarlas? ¿esa chica tan guapa que pasa de uno, es allegada mía, aunque no lo sepa? Y así un conjunto de preguntas que, si somos sinceros al contestarlas, probablemente nos de la imagen de una vida más solitaria de lo que nos creemos y, sobre todo, hacemos creer a los demás. Sienten a su mesa a sus allegados reales, y veremos a ver qué reunión nos sale.
El lunes y martes es fiesta en Madrid y en casi toda España. Nos leemos, tras esos días fríos, el miércoles 9.
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