Pasa algo similar en España con la relación con Hacienda como con el saber inglés. En público todos conocemos la lengua de Shakespeare, el dramaturgo y el vacunado, y somos bilingües de nacimiento, y nos reímos de quien intenta hablar inglés como puede, pero lo hace mal, y a la hora de la verdad nuestro nivel real de inglés es malo tirando a nefasto. El mío es de esos que no llegan, que me permite chapurrerar unas palabras, leer y entender algo, pero que es tan endeble que un par de minutos con alguien que bien lo sepa bastan para desarbolarme. Nunca me reiré de quien no lo sabe y de quien trata de hablarlo, sufre y lo logra a medias.
El que el Rey Juan Carlos haya presentado una regularización fiscal para cubrir los adeudos de lo no declarado desde que dejó de ser inviolable es un reconocimiento, implícito, de que no los declaró en su momento, y que ahora se acoge a la tabla de salvación que la ley ofrece justo antes de que se pueda empezar a hablar de delito fiscal. Es una manera de admitir que no hizo lo debido, y por tanto que actuó mal. Se une Juan Carlos a una amplia nómina de personas, muchas de ellas famosas, acogidas a esta figura, que buscan así saldar sus cuentas con una Hacienda a la que ocultaron ingresos para evadir pagos, y por ello todos actuaron al margen de la ley. En el caso del Rey existe una pena adicional al intento, malogrado, de evasión fiscal, que es el de la imagen personal. Curiosamente a este grupo de personas que no contribuyen como es debido a las arcas públicas se les juzga moralmente de manera muy distinta en función de su actividad. En general, los deportistas, una de las fuentes de delincuencia fiscal más importantes de nuestro tiempo, siguen siendo alabados por la sociedad hayan defraudado mucho o muchísimo, y se les mantiene un aplauso que se esquiva con los políticos y se otorga con división de opiniones a artistas de todo tipo, que son asaetados o perdonados en función de filias y fobias personales y, también, ideológicas. Todo eso me da igual. Todos tenemos varios planos vitales, y es inevitable que la imagen que generamos sea la superposición de todos ellos, pero es conveniente distinguirlos. Uno puede ser un excelente escritor y un gran evasor fiscal, y una cosa no quita la otra, sus novelas serán tan buenas como intensa debe ser la pena económica, o de otro tipo, que pueda caerle por haber eludido el pago de impuestos. Pero en figuras como el Rey, cuyo poder es nulo más allá de su representatividad como institución y de la ejemplaridad con la que asuma su vida pública, un delito fiscal mancha más que en otros casos. Es como, digamos, la pena moral añadida que a un pederasta se le acumula si hizo además votos de pobreza, obediencia y castidad. El Rey debe ser ejemplar y parecerlo, y Juan Carlos, al menos en los últimos años de su vida, se dejó llevar por una corriente en la que el dinero fácil y las amistades peligrosas, y atractivas, le han acabado sumiendo en un descrédito personal. Que lleve desde hace cerca de medio año en el extranjero es una forma de calibrar hasta qué punto el ocaso de su trayectoria se ha visto empañado por acciones que pudo, debió, pero no quiso evitar. Supongo que la tentación era muy fuerte, irresistible, y que cuando estás en la cumbre y todos te adulan relajarte es lo más natural, y conseguir que sea tuyo lo que deseas debe volver loco a cualquiera, como vemos día a día en cada una de las tramas judiciales que investigan casos de corrupción. Ese mal, la corrupción, es uno de los cánceres de las democracias, de los sistemas que se basan en la legitimidad de quienes los representan y ejercen, no así en las dictaduras, muchísimo más corruptas, pero donde el poder es autoritario y no necesita legitimidad más allá de la que le otorga el miedo. Juan Carlos, presuntamente, cometió prácticas corruptas, y la declaración de ayer viene a ser una admisión de las mismas. Es un gran baldón en su figura, que siempre estará ahí.
Los servicios que el rey Juan Carlos ha prestado a la democracia española, a su propio surgimiento, son enormes, y la historia así los reconoce y lo hará, pero una cosa no quita la otra. Tampoco que muchos de los que ahora le denuncian por corrupto escondan sus propias corruptelas fiscales o de otro tipo. Eso da igual. Juan Carlos obró mal, y debe ajustar sus cuentas y situación legal con la justicia del país al que pertenece y se debe. Y cada uno de nosotros, muchos arrojadores tuiteros de grandes piedras, debiéramos pensar cómo actuar en esos encuentros con amigos en los que, a la segunda copa, alguno siempre presume de no haber pagado lo debido, y muchos le observan con envidia. Y yo, como pringado, pago y pongo en el currículum que tengo inglés “nivel medio”.
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