Lleno de injusticias esta este año 2020, de planes frustrados, de desgracias sin fin, de cancelaciones de actos valiosos, públicos y privados. En el mundo de la cultura la pandemia lo ha arrasado casi todo, porque es obvio que es un sector en el que el público representa algo más que, también, una fuente de ingresos. Sin público, los conciertos, teatros y cines son sitios huecos. Hoy se cumplen los 250 años del nacimiento de Beethoven en Bonn, y con tal motivo, desde su inicio, este se planteó como el año Beethoven, para homenajear al gran maestro. Como supondrán gran parte de todos los actos, musicales y divulgativos, han sido cancelados y no se han celebrado. El silencio, la antítesis de la música, se ha impuesto.
Todos conocemos alguna pieza de Beethoven, es un compositor que ha creado obras eternas, y junto con Mozart y Bach, se le considera la cumbre del arte musical (yo incluyo a Desprez para crear el cuarteto perfecto) pero quizás Beethoven ha trascendido más a la opinión pública que los anteriores por saberse bastante más de su vida que de otros y porque resulta ser un personaje con el que es fácil intimar. Pese a su trato personal, que era caracterizado por muchos como arisco y difícil, Beethoven se presenta como un genio musical torturado en una vida de sacrificios, fracasos personales y búsqueda de la independencia económica. Quizás no sea el primero, pero sí es el más relevante de los que empiezan a rebelarse contra sus patronos económicos, príncipes alemanes sobre todo, exigiendo una relación profesional entre contratista y autor como ahora la conocemos, escapando del modo servil con el que la nobleza trataba a los músicos, que no eran nada distintos en consideración a otros siervos de las cortes. No es el primero, probablemente, pero sí aquel que rompe con el formalismo del clasicismo y deja que sus sentimientos se desborden y recorran la partitura. Crea, con su música, un nuevo movimiento artístico, el romanticismo, y si bien sus primeras obras ya indican que es algo más que un continuador de Haydn o Mozart, basta el arranque y todo el desarrollo de la tercera sinfonía para que lo anterior se considere pasado y lo que ya suena sea el futuro. En su carrera tuvo éxitos y fracasos, pero una creciente admiración del público, que empezó a adorarlo como una estrella, concepto que por aquel entonces no existía y que él empezó a desarrollar, quizás un poco en contra de su voluntad. Sus constantes fracasos amorosos y la creciente sordera, que le incapacita para escuchar lo que crea, lo vuelven cada vez más sombrío, mientras que, por el contrario, su obra se ilumina y crece a cada momento, con piezas como los conciertos para piano y cuartetos de cuerda que se enredan en belleza y complejidad. Beethoven no deja de experimentar nunca, crea música programática por primera vez, en esa joya que es la sexta sinfonía, la pastoral, y no deja de ampliar la dimensión de formas musicales, como la propia sinfonía, o los conciertos para piano y orquesta, hasta llevarlos al punto de ser las claves de toda obra de futuros compositores. Su magisterio se extiende por una Europa que lo adora y recibe con alborozo sus obras, aunque a veces no las entienda. Rasga vestiduras con una novena sinfonía gigantesca, en la que introduce un coro por primera vez, hecho que es considerado sacrílego por mucho, y en sus últimos años sigue componiendo cuartetos y variaciones de una complejidad y abstracción cada vez mayor. Completamente sordo, sólo puede escuchar música en su imaginación, no siente los aplausos del público, ese concepto de asistentes a un concierto que empieza a crearse a medida que su obra crece, y muere en 1827 en la cima de su fama. La pena por su muerte es extensa y la influencia de su obra en sus seguidores, hasta cierto punto, aplastante. Hoy sigue estando entre los compositores más interpretados en todas las salas del mundo y, cierto, su obra está más viva que nunca.
Encarna Beethoven, no sólo con su obra, el ideal romántico del genio torturado por la vida, del creador que maldice y sufre. Frente al músico cuya vida no es sino una excusa para componer y que no supone apenas nada en su biografía, lo que sufre, padece, disfruta y le acontece al genio de Bonn se refleja en su creación, como quizás nunca se había visto antes en compositor alguno. El que el llamado “sordo genial” haya sido silenciado por la pandemia en este su aniversario es una crueldad insuperable, que sin duda, de saberlo, le hubiera generado uno de sus famosos berrinches, que asustaban a quienes lo contemplaban. Quizás hubiera compuesto algo en tiempos como estos, iracundo ante lo que ve, esperanzado por lo que pueda pasar. Quién sabe. Él no sigue hablando con sus partituras, y quiere que seamos más libres, fraternos y mejores.
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