Si todo es normal, expresión esta carente por completo de sentido en este año, este será el último artículo que esté fechado en 2020. El siguiente debiera ser el lunes 11 de enero de 2021. Normalmente uso los últimos artículos de cada año para hacer un resumen de lo que ha pasado desde el plano nacional al internacional, de economía a política, buscando encontrar un balance a lo que ha sucedido, rescatando algunas cosas y, siempre, dejando muchas otras importantes olvidadas. Esta vez ese ejercicio no tiene sentido, porque sólo ha habido una noticia en el mundo, una sola, que lo ha cambiado todo. Una referida a un virus.
Yo fui de los que en enero, siguiendo la evolución de lo que pasaba en Wuhan, estaba algo preocupado pero ni mucho menos alarmado. Fui de los que pensaba que esto era poco más que una gripe y cuando llegó a Europa no le di la importancia debida. Fui de los que no consideraba trascendentales las noticias que empezaban a surgir en Bérgamo, Lombardía y otras zonas del norte de la hermana nación italiana, pensando que aunque los rumores que llegaban eran sombríos, probablemente estaban exagerados. No fue hasta pasada la mitad de febrero, cuando vi el interior de un hospital italiano atestado de camas de ingresados en un estado agónico, que empecé a cambiar de idea, y en unos pocos días me asusté al darme cuenta de que algo grave, serio y muy gordo estaba a punto de golpearnos. El resto ya lo conocemos todos, y no hace falta resumirlo mucho. Eran aquellos días en los que, como relató el maestro Carlos Alsina en su programa, estuvimos ciegos ante lo que se nos venía. Luego, tras el primer embate y el recuento de víctimas, muchos han optado por no querer ver, por hacerse los suecos, ellos que, precisamente, han sido de los que han gestionado mal este asunto. Los países asiáticos, con poblaciones disciplinadas, gobiernos responsables y, en no pocos casos, carencia de derechos y libertades, han gestionado la pandemia de una forma modélica, tanto en lo que hace al reducido número de víctimas como al impacto económico. Las sociedades occidentales lo hemos hecho de pena, con algunos casos exitosos como Grecia o Alemania, otros desastrosos como el conjunto anglosajón de Reino Unido y EEUU. España, como figura en el guion de este tipo de asuntos, no ha dado la sorpresa y ha fracasado, hemos fracasado, registrando de los peores registros mundiales en lo que hace a víctimas y a impacto económico. La gestión política de la pandemia ha sido una calamidad desde todos los puntos de vista y administraciones posibles. Se ha comprobado la fragmentación en la que vivimos, la profunda insolidaridad entre reyezuelos regionales y territorios en disputa, la falacia de poderes públicos centrales y autonómicos que no saben ni contar muertos ni les interesa hacerlo, que prometen recursos y medios para rastreo y asistencia sanitaria pero que luego no hacen nada. Hemos asistido a un fracaso colectivo, en el que también es de destacar la irresponsabilidad individual de muchos ciudadanos que no hacen caso a las normas, que siguen como si no pasara nada, que ven en la juerga lo único importante, que ni se cuidan ni cuidan a los demás. El componente anárquico que anida en gran parte de la ciudadanía española se ha manifestado con toda su crudeza en muchas ocasiones. También hemos visto miles, millones de ejemplos, de conductas maravillosas, de un sacrificio desmedido por parte de profesionales de distintos sectores que nunca verán recompensado en la manera, económica y profesional, que es debida, pero que han dado muestra de entrega hasta un punto inimaginable. Ellos, y el silencio callado de la mayoría sufriente, ha sido lo mejor. El resto, es todo para llorar, literal y metafóricamente.
Solos. Así estamos los ciudadanos en este país frente a gobiernos y administraciones de todo presunto color político, que no dudan a la hora de cobrar impuestos, pero no hacen su trabajo ni son ejemplares. Y solos estamos ante unas fiestas navideñas que, por responsabilidad, no debieran celebrarse. En nuestras manos, en las de cada uno de nosotros, está la seguridad de los que nos rodean. No se junten estos días, no hagan celebraciones, aplácenlas, ya vendrán tiempos mejores. Cuando la mayoría estemos vacunados volveremos a juntarnos todos y, probablemente, las fiestas sean espectaculares, como no se han visto en décadas. Pero esta Navidad e invierno son muy peligrosas. El mejor regalo para todos es que todos sigamos aquí
Muy felices fiestas, las más raras de nuestras vidas. Qué fácil lo tiene el nuevo año para ser mejor que este maldito que ya se acaba. ¡¡VIVAN LAS VACUNAS!!
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