El Sáhara occidental es uno de esos territorios internacionales de conflicto que viven en el olvido más absoluto, ausentes por completo de la actualidad informativa. En ellos se dan disputas territoriales, enfrentamientos larvados que, de vez en cuando, como volcanes dormidos, despiertan para apagarse nuevamente al poco. Excolonia española arrebatada de facto por Marruecos tras la marcha verde y la caída del franquismo, su estatus jurídico es confuso. Marruecos la considera propia mientras que la comunidad internacional lleva tiempo pidiendo que se haga un referéndum de descolonización para que los saharauis decidan qué futuro quieren. Mientras tanto, pasan las décadas y nada se mueve.
La decisión tomada ayer por Trump es un movimiento de calado en la región y altera las putrefactas aguas del pantano saharaui como si a ellas se hubiera arrojado un gran pedrusco, aunque dado lo desierto de la zona quizás la metáfora no sea la más adecuada. Siguiendo con su política de “yo te concedo lo que quieres si tú reconoces a Israel” la Casa Blanca emitió ayer un comunicado en el que reconoce la soberanía marroquí sobre el territorio saharaui, que fue respondido al poco por un comunicado desde Rabat en el que se agradece el gesto y, en efecto, se decide el establecimiento de relaciones diplomáticas con Israel en el más breve plazo posible. Se une así Marruecos a otras naciones, especialmente del golfo pérsico, que a lo largo de este año han reconocido y entablado relaciones con el hasta hace nada odiado Israel, en un movimiento que ha reconfigurado el mapa de alianzas de la zona, que busca sobre todo el aislamiento de Irán. Para España el movimiento diplomático de ayer es de enorme relevancia, no sólo por la sentimental relación de nuestro país por la que fue colonia y los que viven allí en los campamentos de refugiados, objeto de frecuente atención por parte de ONGs y otros movimientos voluntarios nacionales, sino también, y sobre todo, por la importancia que para nosotros tienen las relaciones con Marruecos, nuestro vecino más complicado, por usar un término de embajada. Normalmente, con este gobierno nada lo es, el primer viaje de un presidente del gobierno español a otro país era a Rabat. Nos unen a ellos muchas cosas, más allá de los vínculos comerciales. La seguridad de Ceuta, Melilla y toda la zona del estrecho, el control de la inmigración ilegal, que pasa por aquel país antes de intentar el salto a la península o Canarias, las cuestiones de seguridad relativa a la presencia de islamistas en territorio marroquí y su posible conexión con células en nuestro país, la competencia por ser base estratégica comercial en el Mediterráneo entre el núcleo de Algeciras y los futuros desarrollos alauíes en Tánger… son muchos los frentes abiertos, y todos ellos muy complicados, potencialmente peligrosos. Se ve claramente en el caso de las oleadas de inmigrantes, tanto en el estrecho como en cayucos a Canarias, que permitir su mera existencia es una cosa que Marruecos regula en función de lo que desee negociar con España, y a veces con la UE, en otras materias de su interés, y que si el acuerdo no llega o no le gusta, “casualmente” el flujo de los que intentan el salto de la valla en Ceuta o cruzan el estrecho se dispara o cesa. A cambio de que Marruecos realice las labores de vigilancia y control de fronteras, con unos medios que en la civilizada Europa no están socialmente bien vistos, España y el resto de la UE miran para otro lado ante la vulneración de derechos humanos en aquel país, o el latrocinio que la casa real marroquí realiza de los recursos de la nación o, también, del sentimental apoyo, pero nada operativo en la práctica a la causa saharaui. Hacemos como que apoyamos a los refugiados en la zona pero no movemos un dedo en la práctica, y todos contentos y felices a cambio de una seguridad nacional mutua.
Este equilibro de facto quedó roto ayer por la decisión de Trump, y deja a la posición tradicional española, defensa de boquilla del referéndum, tocada. No es casualidad que, aludiendo al comodín de la pandemia, ayer se decidiera aplazar el encuentro bilateral entre ambos gobiernos previsto para la semana que viene, una cumbre de las importantes con el tema migratorio de fondo con la que ya había mucha polémica por las declaraciones de Iglesias, apartado a última hora del encuentro por presiones marroquís. ¿Cuál será la postura de España, y la UE, ante el movimiento de Trump? ¿Mantendrá Biden esa misma posición? ¿Qué efectos va a tener esto en la zona y en nuestras relaciones de vecindad? Ahora mismo esas, y otras muchas preguntas, carecen de respuesta.
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