Cada
vez son más los artículos y trabajos de estudiosos que trazan paralelismos
inquietantes entre la época que vivimos y los años treinta del siglo pasado.
Hechos como el ascenso de Trump y otra horda de dirigentes populistas, junto
con el ascenso de ideologías extremistas que caracterizaron aquellos años y que
se creían superadas han hecho a muchos temer que volvemos a repetir el ciclo
que ya vimos en su momento, y cuyas consecuencias conocemos, desgraciadamente. Ayer,
Guillermo Altares resumía en este artículo algunas de las voces que defienden
esta teoría. Él, que se ha mostrado claramente en contra de ella, admite
que últimamente le surgen dudas ante lo que lee y lo que los profesionales de
la historia realizan en sus estudios comparados. Por lo tanto, el tema es serio
y merece nuestra reflexión.
Decía
Mark Twain que la historia no se repite, pero rima, por lo que a lo largo de
los siglos podemos encontrar hechos que se producen en un aparente paralelo
unos de otros, separados por distancias temporales a veces abrumadoras, otras
escasas. Hay secuencias, como la del ascenso al poder de los hombres y su
derrumbe que pueden ser contadas infinidad de veces cambiando los nombres de
los personajes y los pueblos dominados, pero en todas ellas veremos el mismo
líder carismático, su ascenso entre la población admirada, su endiosamiento, su
soberbia infinita y su caída tras una lucha sin cuartel. Los ciclos económicos,
que siempre existen, están presentes a lo largo de los siglos y sus subidas y
bajadas ofrecen coyunturas similares ante las que surgen problemas parecidos y
respuestas, normalmente, erróneas. Puestos a jugar con el pasado cercano, sí
hay concordancias entre nuestra época y los años treinta, tanto por ser ambas
situaciones en las que se venía de una enorme crisis económica como por ese
ascenso de los populismos que observamos por doquier, pero también hay enormes,
e inquietantes, similitudes con el inicio del propio siglo XX, marcado por una
primera gran globalización, más intensa aún de la que vivimos ahora y unas
sociedades completamente alteradas por esa expansión de los flujos comerciales
y de la apertura de fronteras. De ambas situaciones se derivó una guerra, la
más cruel e intensa conocida hasta el momento por sus generaciones y por todo
el mundo, por lo que podríamos concluir que si vivimos un tiempo que parece
mezcla de ambos tenemos los ingredientes para que se de un conflicto de uno u
otro tipo, o incluso una mezcla de los dos. ¿Es esto así? No necesariamente, ni
mucho menos. Las diferencias entre ambas épocas y la nuestra son también
enormes. La falta de grandes ideologías transversales opuestas y mortalmente
enfrentadas, como eran el comunismo y el fascismo, fue el aliento de fondo que
dio lugar a muchas de las guerras europeas, y todo ello con un grado de
violencia social en las épocas de paz que nos parecería insoportable si
volviéramos la vista atrás. El nivel de bienestar alcanzado hoy en día en
nuestras sociedades es tan elevado que cualquiera de nosotros vive con unas
comodidades que no podían ni ser soñadas por los más potentados de hace un
siglo o algo más, empezando por unas esperanzad de vida que casi duplican las
de aquellos tiempos, y esa opulencia supone un freno para la violencia masiva.
Steven Pinker defiende desde hace tiempo, que el nivel de violencia de nuestras
sociedades cae sin remedio a medida que progresamos, y
en su último trabajo hace un alegato a favor de la ilustración, la ciencia y el
humanismo como corrientes que cogen fuerza con el paso de los años para ser las
causantes de los cada vez más extensos tiempos de paz que vivimos. Se acusa
a Pinker de ingenuo, pero los datos y la experiencia le dan la razón Nuestro
mundo es cada vez más pacífico y seguro. Es esa seguridad la que vivimos la
que, por contraste, magnifica nuestros enfrentamientos diarios y los hace
parecer mucho más graves de lo que realmente son.
¿Quién
tiene razón en todo este debate? Probablemente unos y otros, porque toda época
tiene sus dificultades y, sobre todo, posee un futuro desconocido para los que
en ella viven. Es relativamente fácil hablar del pasado una vez que ha sucedido
y así poder analizarlo, pero resulta aventurado escudriñar el futuro, porque aún
no existe y está en nuestra mano su realización, que no viene determinada por
nada. Lo que si es seguro es que el progreso, la libertad y la democracia
siempre tendrán enemigos, antaño de un tipo, hoy de otro, y esa libertad cae si
los que en ella creemos no la defendemos. Esa es otra de las eternas luchas que
no cesan en el devenir histórico. Dentro de unas décadas, esperemos estar aquí,
analizaremos estos tiempos y podremos juzgar qué es lo que pasó en ellos y por
qué. De momento, vivamos, defendamos la democracia y hagamos lo posible para
que la ilustración perviva. Los que se oponen no dejan de trabajar.
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