Todos
tenemos un complejo adanista escondido en nuestro interior. Creemos que el
mundo comienza con nuestra existencia y acaba con ella, cuando realmente es al
revés y poco le importa al mundo que existamos o no. Nuestras decepciones
amorosas son las más profundas que ser humano ha vivido, los éxitos son gloria
eterna y las ideas que surgen en nuestra cabeza son descubrimientos luminosos
que, hasta el momento en el que fueron alumbrados por nosotros, existían en el
fondo de la oscuridad de esa caverna platónica que, pensamos, un don nadie
imaginó en tiempos en los que nada había y por tanto nada se podía crear o
imaginar. Nos deprime asumir que vivimos en el error adanista, muchos no logran
recuperarse de la evidencia.
Ayer,
cuarenta años de la Constitución, se volvió a repetir el sincero homenaje y
recuerdo a quienes hicieron posible aquel inmenso logro, se reiteraron las
gracias a su labor, y como siempre no faltaron los que, sintiéndose más allá
del bien y del mal, denunciaban aquellos acuerdos de aquellas duras épocas,
tachándolos de todo y volviendo a dar lecciones a todo el mundo desde la
preclara, absoluta, luminosa y superior posición ideológica e intelectual que
mora en sus privilegiadas mentes. Sería algo cómico si no fuera porque quienes
así opinan se creen realmente su posición de superioridad, y al dar lecciones a
los demás lo hacen autoconvencidos de que la suya es la verdad, y el resto
simplezas, cuando es justo lo contrario. La Constitución de 1978 es el fruto
querido por casi todos, pero esperado por casi ninguno, de una época convulsa,
peligrosa, difícil, en la que España se jugaba mucho y, sin que sirva de
precedente, logró hacer las cosas como es debido. Tras años eternos de gris
dictadura, la democracia llegó a una sociedad que jamás había conocido algo
similar, y la ciudadanía supo usarla de manera correcta y sensata. Y los que
entonces eran líderes, desde sus posiciones y capacidades, que de todo había,
supieron estar a la altura del momento. Muchas cosas pudieron salir mal, mucho
peor, y ahora, con la tranquilidad de observar los sucesos pasados tal y como
se produjeron, damos por sentada la naturalidad de aquellos hechos cuando todo
pudo ser muy distinto. Eran intensas las fuerzas que luchaban para que no se
produjera una llegada de la democracia, fuerzas de ambos extremos del espectro
ideológico, fuerzas que recurrían a la violencia y el asesinato sin mucho
pudor, dejando cadáveres en las calles que ahora contemplamos como pinturas
negras de Goya, estéticamente curiosas y temporalmente ajenas, pero que
pudieron ser la puntilla a un proceso de reformas que avanzaba con enormes
dificultades. Sólo tuvimos un viento a favor, que era la coyuntura política
internacional, tranquila y sosegada, pero todo lo demás estuvo en contra. La
economía del país se descosía por completo, con unas tasas de paro que
empezaban a subir y una variables macro cuyos guarismos hoy nos dejarían
helados. La inflación bajó a lo largo de 1978 y terminó el año en el entorno
del 16%, sí, sí, diez veces superior a la que tenemos hoy. La sensación de
marasmo era completa fuera cual fuese el aspecto de la sociedad que se pulsase,
y nadie tenía claro lo que iba a suceder. En ninguna parte estaba escrito que
aquel proceso pudiera acabar bien, y lo único seguro era que había fuerzas y
personas que trabajaban con ahínco y determinación para que la democracia
llegase, al igual que no pocos luchaban contra aquel objetivo. Finalmente se
produjo el milagro, la cordura prevaleció, y la historia de España, jalonada de
tristes momentos y de quijotescos episodios que siempre han acabado con muchas
personas ensartadas en aspas de molino, se redimió a sí misma y nos dio un
motivo de orgullo colectivo. Quienes en esos años se dejaron la piel para que
la democracia llegase son los causantes, los benefactores, a los que usted, yo
o el ínclito Rufián podamos escribir o decir lo que pensamos…. bueno, si eso
que hace Rufián es pensar. El Rey Juan Carlos, Adolfo Suárez y Torcuato
Fernández Miranda son la tríada de héroes de aquel momento, pero junto a ellos
son muchos los nombres de políticos, profesionales, periodistas, intelectuales
y demás que, desde ideologías extremas y opuestas, supieron hacer un esfuerzo
de entendimiento.
Por
eso, todos los homenajes que se hagan a aquella época son pocos, y todo el
valor que se les reconozca, escaso. Porque en tiempos muy difíciles fueron
capaces de lograr lago aún más extraordinario, y nos dieron muestra de hasta
qué punto, la unión, la generosidad y algo de suerte pueden ser capaces de
lograr triunfos frente a la adversidad. Con sus dificultades y problemas, que
los hay, la época actual es mucho más sencilla que la de los años setenta, y la
incapacidad de la política para gestionarla, ser capaz de pensar a largo plazo
y tener al menos alguna referencia en el bien común de la sociedad parece tan
inmensa como la distancia temporal que nos separa de aquellos años convulsos y
peligrosos. Larga vida a la Constitución, a la democracia y a la libertad.
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