viernes, diciembre 07, 2018

Cuarenta años de Constitución y libertad


Todos tenemos un complejo adanista escondido en nuestro interior. Creemos que el mundo comienza con nuestra existencia y acaba con ella, cuando realmente es al revés y poco le importa al mundo que existamos o no. Nuestras decepciones amorosas son las más profundas que ser humano ha vivido, los éxitos son gloria eterna y las ideas que surgen en nuestra cabeza son descubrimientos luminosos que, hasta el momento en el que fueron alumbrados por nosotros, existían en el fondo de la oscuridad de esa caverna platónica que, pensamos, un don nadie imaginó en tiempos en los que nada había y por tanto nada se podía crear o imaginar. Nos deprime asumir que vivimos en el error adanista, muchos no logran recuperarse de la evidencia.

Ayer, cuarenta años de la Constitución, se volvió a repetir el sincero homenaje y recuerdo a quienes hicieron posible aquel inmenso logro, se reiteraron las gracias a su labor, y como siempre no faltaron los que, sintiéndose más allá del bien y del mal, denunciaban aquellos acuerdos de aquellas duras épocas, tachándolos de todo y volviendo a dar lecciones a todo el mundo desde la preclara, absoluta, luminosa y superior posición ideológica e intelectual que mora en sus privilegiadas mentes. Sería algo cómico si no fuera porque quienes así opinan se creen realmente su posición de superioridad, y al dar lecciones a los demás lo hacen autoconvencidos de que la suya es la verdad, y el resto simplezas, cuando es justo lo contrario. La Constitución de 1978 es el fruto querido por casi todos, pero esperado por casi ninguno, de una época convulsa, peligrosa, difícil, en la que España se jugaba mucho y, sin que sirva de precedente, logró hacer las cosas como es debido. Tras años eternos de gris dictadura, la democracia llegó a una sociedad que jamás había conocido algo similar, y la ciudadanía supo usarla de manera correcta y sensata. Y los que entonces eran líderes, desde sus posiciones y capacidades, que de todo había, supieron estar a la altura del momento. Muchas cosas pudieron salir mal, mucho peor, y ahora, con la tranquilidad de observar los sucesos pasados tal y como se produjeron, damos por sentada la naturalidad de aquellos hechos cuando todo pudo ser muy distinto. Eran intensas las fuerzas que luchaban para que no se produjera una llegada de la democracia, fuerzas de ambos extremos del espectro ideológico, fuerzas que recurrían a la violencia y el asesinato sin mucho pudor, dejando cadáveres en las calles que ahora contemplamos como pinturas negras de Goya, estéticamente curiosas y temporalmente ajenas, pero que pudieron ser la puntilla a un proceso de reformas que avanzaba con enormes dificultades. Sólo tuvimos un viento a favor, que era la coyuntura política internacional, tranquila y sosegada, pero todo lo demás estuvo en contra. La economía del país se descosía por completo, con unas tasas de paro que empezaban a subir y una variables macro cuyos guarismos hoy nos dejarían helados. La inflación bajó a lo largo de 1978 y terminó el año en el entorno del 16%, sí, sí, diez veces superior a la que tenemos hoy. La sensación de marasmo era completa fuera cual fuese el aspecto de la sociedad que se pulsase, y nadie tenía claro lo que iba a suceder. En ninguna parte estaba escrito que aquel proceso pudiera acabar bien, y lo único seguro era que había fuerzas y personas que trabajaban con ahínco y determinación para que la democracia llegase, al igual que no pocos luchaban contra aquel objetivo. Finalmente se produjo el milagro, la cordura prevaleció, y la historia de España, jalonada de tristes momentos y de quijotescos episodios que siempre han acabado con muchas personas ensartadas en aspas de molino, se redimió a sí misma y nos dio un motivo de orgullo colectivo. Quienes en esos años se dejaron la piel para que la democracia llegase son los causantes, los benefactores, a los que usted, yo o el ínclito Rufián podamos escribir o decir lo que pensamos…. bueno, si eso que hace Rufián es pensar. El Rey Juan Carlos, Adolfo Suárez y Torcuato Fernández Miranda son la tríada de héroes de aquel momento, pero junto a ellos son muchos los nombres de políticos, profesionales, periodistas, intelectuales y demás que, desde ideologías extremas y opuestas, supieron hacer un esfuerzo de entendimiento.

Por eso, todos los homenajes que se hagan a aquella época son pocos, y todo el valor que se les reconozca, escaso. Porque en tiempos muy difíciles fueron capaces de lograr lago aún más extraordinario, y nos dieron muestra de hasta qué punto, la unión, la generosidad y algo de suerte pueden ser capaces de lograr triunfos frente a la adversidad. Con sus dificultades y problemas, que los hay, la época actual es mucho más sencilla que la de los años setenta, y la incapacidad de la política para gestionarla, ser capaz de pensar a largo plazo y tener al menos alguna referencia en el bien común de la sociedad parece tan inmensa como la distancia temporal que nos separa de aquellos años convulsos y peligrosos. Larga vida a la Constitución, a la democracia y a la libertad.

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