Una
de las virtudes, o vicios, que adornan a todo político es la obcecación por el
poder, el deseo absoluto de llegar y, una vez alcanzado, mantenerse en él
cueste lo que cueste. Por eso algunas constituciones, sabias, establecen
límites a los mandatos, pero el caso es que una vez que se alcanza la silla del
jefe, todo esfuerzo se centra en conservarla. Sánchez en nuestro país es un
buen ejemplo de ello, dada su absoluta minoría en número de escaños, pero todos
los políticos son así. Quién está demostrando tener una madera de especial
resistencia es Theresa May, que al frente de un gobierno caótico, y en medio de
la tormenta política más intensa que vive el Reino Unido desde hace bastantes
décadas, sobrevive en el puente de mando de su nave mientras esta queda cada
vez más desarbolada y va pareciendo un vulgar y cutre cascarón.
Ayer
May superó una moción de confianza que le fue planteada por parte de los
diputados de su grupo. El resultado, 200 votos a favor de la primera
ministra, 117 en contra, demuestra que conserva una mayoría absoluta en su
grupo pero que el grupo de los oponentes es grande, ligeramente superior a un
tercio, y desde luego más que suficiente para que, unidos a la oposición
laborista, puedan echar abajo la propuesta de acuerdo para el brexit firmada
entre May y Bruselas. Esta cuestión de confianza se venía larvando desde hace
meses y fue el martes cuanto se lograron los apoyos necesarios, creo que eran
ligeramente superior a la cuarentena, para proponer esta votación. Los
extremistas entre los conservadores, encabezados por el exministro de
Exteriores Boris Johnson y el diputado Jacob Rees-Mog (ambos son unos
personajes de cuidado) han lanzado todos los días que han podido duros ataques
contra May y sus iniciativas que dejaban las críticas laboristas en ejercicios
constructivos. Ayer, tras perder el principal pulso que podían ejecutar desde
su propio partido, Rees-Mog admitía la derrota de su iniciativa pero,
incansable, volvía a pedir la irrevocable dimisión de May, por considerar que
no tiene el debido poder parlamentario para sacar ninguna de sus propuestas. Se
comenta en algunos medios que el voto favorable que ha obtenido May ha sido
fruto de un pacto en el que ella ha prometido no ser candidata en las próximas
elecciones, que tocarían en el año 2020, y que esa renuncia la ofrecería a
cambio de obtener manos libres en lo que queda de mandato para terminar las
negociaciones con Bruselas y comenzar a implantar el proceso de salida de la
UE. Os ofrezco mi cabeza, sí, pero a plazo fijo, por decirlo de una manera. Si
eso es así la posición de May es, efectivamente, muy débil, pero quizás sea lo
suficientemente segura como para que durante unas semanas siga al frente de la
iniciativa británica en todo este embrollo. Tras haber logrado salvarse, viaja
hoy a Bruselas para tratar de conseguir algunos documentos que le permitan
presentarse ante el parlamento, esta vez al completo, y poder aprobar el
acuerdo del Brexit. Recordemos que la votación parlamentaria en Londres es
ineludible y que a día de hoy el gobierno de May la tiene más que perdida,
motivo por el que se ha atrasado sin fecha. Los socios comunitarios ya han
dicho que no quieren renegociar el acuerdo, pero tampoco les interesa que
naufrague al otro lado del canal, por lo que no es descartable que de la cumbre
de estos días en Bruselas surja un compromiso anexo al tratado, sin formar parte
de él, que ofrezca algunas salvaguardias a Londres en lo que hace a la gestión
de la frontera con Irlanda, el gran escollo de las negociaciones. Estaríamos
hablando de una documentación similar a la lograda por España respecto a
Gibraltar, que no es parte del acuerdo, y no posee por tanto el valor y peso de
lo allí contenido, pero que puede ser esgrimida ante tribunales en caso de
contenciosos y permitiría respaldar la posición, sea española o británica, en
los dos espinosos temas. Un anexo que no viene mal, aunque no es lo que ninguno
de los dos países quisiera.
¿Bastará
eso para que Westminster cambie de idea? No lo se, y es que en el cada vez más
turbio y complejo asunto del Brexit ya nadie sabe nada de lo que puede llegar a
suceder. Asistimos entre perplejos y asustados a una especie de vodevil que no
deja de degenerar, en el que los serios británicos parecen haberse vueltos
todos locos y la cordura, que no sobra, parece residir en el territorio continental.
Todos los escenarios imaginables, quizás incluso algunos más, son posibles en
este momento, desde un acuerdo ratificado hasta un Brexit duro y caótico, y el
reloj corre sin descanso hacia ese 29 de marzo de 2019 en el que se ejecutará
formalmente la salida, sea cual sea la forma que ésta adopte. No hay serie
televisiva que supere a este intrigante folletín.
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