Era
Laura Luelmo una chica muy joven, veintiséis años, dos más que mi sobrino
mayor, con el tópico hecho realidad de toda una vida por delante. Residente en
un pequeño pueblo zamorano, de esos miles y olvidados en los que nunca pasa
nada y donde las oportunidades no abundan, había estudiado, tenía novio y
sacado las oposiciones para profesora de instituto. Le surgió una plaza vacante
en El Campillo, Huelva, a medio millar de kilómetros de su casa, en el medio de
otra nada interior en la que nada sucede, y allí se fue, a dar clases, ganar
algunos euros por su trabajo y hacer currículum, que nunca es lo
suficientemente extenso cuando tu familia o amigos no tiene los contactos
debidos.
Hablar
de Laura en pasado es una manera directa, sin ambages, de dejar claro que ya no
está en este mundo de vivos, porque todo apunta a que algún indeseable ha
acabado con su vida. Empezó su desaparición como caso apenas hace una semana, y
fue a partir del sábado cuando los informativos televisivos empezaron a mostrar
imágenes del pueblo del interior de Huelva desde el que se organizaban batidas
de búsqueda por parte de unos ciudadanos angustiados, sorprendidos y asustados
la ver como su localidad, en la que nunca pasa nada, era presa de medios de comunicación
y fuerzas policiales por lo que parecía otro caso más de chica desaparecida, de
esos que cuando empiezan pintan mal y, casi siempre, muy mal acaban. Los
primeros días de búsqueda no ofrecieron resultado y la noche del domingo, tras
cinco días de desaparición, la sensación de quien veía esa noticia era tan
desalentadora como inquietante. Ayer al mediodía un breve de esos que se marcan
en rojo en la parte superior de las webs indicando urgencia anunciaba
que se había localizado un cadáver en las cercanías de la localidad onubense,
en una zona que ya fue registrada días antes, y eso transformaba el caso de
Laura de desaparición a presunto homicidio. La confirmación oficial llegó por
la noche, en un tuit de la delegación del gobierno, y tras ella el rosario de
sensaciones, condenas, ira, incomprensión y rabia que surge ante todas estas
noticias para las que no se ustedes, pero yo no se ni que opinar, porque no las
entiendo. Empieza ahora el trabajo de las fuerzas de seguridad, y es probable
que en breve tengamos la identidad del autor o autores de este crimen, sus
motivaciones, si es que había tal cosa, y el historial de los malhechores, que
quizás sea un conjunto de lugares comunes en los que la delincuencia, el abuso
a mujeres y cosas por el estilo se mezclen sin orden ni concierto. O quizás
estemos ante una autoría distinta, que no se acerque a un perfil conocido, o
vaya usted a saber. Es hora de que los profesionales trabajen, encuentren las pistas
que a buen seguro el culpable de los hechos haya dejado en el cadáver de la víctima
y se proceda a su detención. Pero lo importante, Laura, ya no está. Su vida, su
meteórica y valiente vida, llena de esfuerzo propio, se ha cortado de raíz, y
como dijo el personaje encarnado por Clint Eastwood en “Sin perdón” su asesino
le ha quitado todo lo que tenía y todo lo que hubiera podido llegar a tener. Ilustradora,
profesora que al parecer disfrutaba con su profesión, querida en ese pueblo
zamorano que ahora no logro recordar pero que ya nunca olvidará estos días,
Laura es la viva imagen de la juventud abriéndose camino en la vida, del
esfuerzo que trata de labrarse un porvenir y que no renuncia a él aunque el
destino le mande al quinto pino de lo que para ella era su entorno y comodidad.
Guapa hasta hartar por las fotos que se han publicado, su imagen era la del
triunfo profundo y desconocido, no el de los rutilantes famosos que se pavonean
y suscitan la inmerecida aprobación de tantos, sino el logro callado de los que
día a día trabajan sin descanso para lograr sus sueños, sacrificando lo que
sea, sobre todo su comodidad, para ello. Un asesino ha destruido el porvenir
que Laura se estaba labrando, y la crueldad que ha cometido es tan inmensa como
el valor de lo que ha destruido. Ninguna condena podrá reparar este destrozo.
En
un país como el nuestro, con unas tasas de violencia y asesinato bajísimas, que
son de las menores del mundo, hechos como el de Laura conmueven a toda la sociedad,
quizá precisamente más por lo poco que suceden, aunque pueda parecernos o
contrario. En los sucesos este año comenzó con la resolución del asesinato de
Diana Quer, tuvo un momento de crueldad extrema con el asesinato de Gabriel
Cruz y acaba con el cadáver de Laura Luengo, como testimonio de otras víctimas,
de violencia de género y otras causas, que se han repartido a lo largo de estos
meses. Detrás, siempre, el instinto animal de unos desgraciados que mataron poseídos
por celos, envidias, amor, o cualquier otro término que no logra enmascarar la
vileza profunda, irracional, de sus hechos. Su culpabilidad es absoluta.
Descansa en paz, Laura. Un abrazo muy fuerte a todos los suyos, que ahora
lloran en medio de la nada. Lo siento mucho.
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