martes, diciembre 18, 2018

Para Laura Luelmo y los suyos


Era Laura Luelmo una chica muy joven, veintiséis años, dos más que mi sobrino mayor, con el tópico hecho realidad de toda una vida por delante. Residente en un pequeño pueblo zamorano, de esos miles y olvidados en los que nunca pasa nada y donde las oportunidades no abundan, había estudiado, tenía novio y sacado las oposiciones para profesora de instituto. Le surgió una plaza vacante en El Campillo, Huelva, a medio millar de kilómetros de su casa, en el medio de otra nada interior en la que nada sucede, y allí se fue, a dar clases, ganar algunos euros por su trabajo y hacer currículum, que nunca es lo suficientemente extenso cuando tu familia o amigos no tiene los contactos debidos.

Hablar de Laura en pasado es una manera directa, sin ambages, de dejar claro que ya no está en este mundo de vivos, porque todo apunta a que algún indeseable ha acabado con su vida. Empezó su desaparición como caso apenas hace una semana, y fue a partir del sábado cuando los informativos televisivos empezaron a mostrar imágenes del pueblo del interior de Huelva desde el que se organizaban batidas de búsqueda por parte de unos ciudadanos angustiados, sorprendidos y asustados la ver como su localidad, en la que nunca pasa nada, era presa de medios de comunicación y fuerzas policiales por lo que parecía otro caso más de chica desaparecida, de esos que cuando empiezan pintan mal y, casi siempre, muy mal acaban. Los primeros días de búsqueda no ofrecieron resultado y la noche del domingo, tras cinco días de desaparición, la sensación de quien veía esa noticia era tan desalentadora como inquietante. Ayer al mediodía un breve de esos que se marcan en rojo en la parte superior de las webs indicando urgencia anunciaba que se había localizado un cadáver en las cercanías de la localidad onubense, en una zona que ya fue registrada días antes, y eso transformaba el caso de Laura de desaparición a presunto homicidio. La confirmación oficial llegó por la noche, en un tuit de la delegación del gobierno, y tras ella el rosario de sensaciones, condenas, ira, incomprensión y rabia que surge ante todas estas noticias para las que no se ustedes, pero yo no se ni que opinar, porque no las entiendo. Empieza ahora el trabajo de las fuerzas de seguridad, y es probable que en breve tengamos la identidad del autor o autores de este crimen, sus motivaciones, si es que había tal cosa, y el historial de los malhechores, que quizás sea un conjunto de lugares comunes en los que la delincuencia, el abuso a mujeres y cosas por el estilo se mezclen sin orden ni concierto. O quizás estemos ante una autoría distinta, que no se acerque a un perfil conocido, o vaya usted a saber. Es hora de que los profesionales trabajen, encuentren las pistas que a buen seguro el culpable de los hechos haya dejado en el cadáver de la víctima y se proceda a su detención. Pero lo importante, Laura, ya no está. Su vida, su meteórica y valiente vida, llena de esfuerzo propio, se ha cortado de raíz, y como dijo el personaje encarnado por Clint Eastwood en “Sin perdón” su asesino le ha quitado todo lo que tenía y todo lo que hubiera podido llegar a tener. Ilustradora, profesora que al parecer disfrutaba con su profesión, querida en ese pueblo zamorano que ahora no logro recordar pero que ya nunca olvidará estos días, Laura es la viva imagen de la juventud abriéndose camino en la vida, del esfuerzo que trata de labrarse un porvenir y que no renuncia a él aunque el destino le mande al quinto pino de lo que para ella era su entorno y comodidad. Guapa hasta hartar por las fotos que se han publicado, su imagen era la del triunfo profundo y desconocido, no el de los rutilantes famosos que se pavonean y suscitan la inmerecida aprobación de tantos, sino el logro callado de los que día a día trabajan sin descanso para lograr sus sueños, sacrificando lo que sea, sobre todo su comodidad, para ello. Un asesino ha destruido el porvenir que Laura se estaba labrando, y la crueldad que ha cometido es tan inmensa como el valor de lo que ha destruido. Ninguna condena podrá reparar este destrozo.

En un país como el nuestro, con unas tasas de violencia y asesinato bajísimas, que son de las menores del mundo, hechos como el de Laura conmueven a toda la sociedad, quizá precisamente más por lo poco que suceden, aunque pueda parecernos o contrario. En los sucesos este año comenzó con la resolución del asesinato de Diana Quer, tuvo un momento de crueldad extrema con el asesinato de Gabriel Cruz y acaba con el cadáver de Laura Luengo, como testimonio de otras víctimas, de violencia de género y otras causas, que se han repartido a lo largo de estos meses. Detrás, siempre, el instinto animal de unos desgraciados que mataron poseídos por celos, envidias, amor, o cualquier otro término que no logra enmascarar la vileza profunda, irracional, de sus hechos. Su culpabilidad es absoluta. Descansa en paz, Laura. Un abrazo muy fuerte a todos los suyos, que ahora lloran en medio de la nada. Lo siento mucho.

No hay comentarios: