jueves, diciembre 20, 2018

Kant sería un transgresor en este 2018


Lo sucedido con la memoria de Kant en su Kaliningrado natal, entonces la Königsberg prusiana, es un buen reflejo de lo que ha sido la actualidad internacional en este 2018. Kant es una de las cumbres del pensamiento universal, una de sus figuras absolutas, creador de un mundo de reglas y lógicas tan apabullante como intrincado, que dedicó su vida al estudio y pensamiento, que a nadie hizo nunca mal, que trabajó infatigablemente por extender la razón y dio a la ilustración una de sus más altas cumbres. Pocos han llegado a la intensidad del pensamiento kantiano y su obra sigue siendo una referencia y motivo de debates, descubrimientos y pasiones, a las que su frío y metódico comportamiento le hacía ver como ajenas. Sólo pensó.

La infame campaña desatada por fuerzas nacionalistas rusas para que el aeropuerto de esa ciudad, enclave eslavo desde el final de la II Guerra Mundial, no lleve su nombre es tan cutre como zafia, pero muestra hasta un grado de caricatura el creciente enfrentamiento que en estos tiempos se da entre la irracionalidad y el pensamiento. Argumenta el zafio vicealmirante de la flota báltica Igor Mujametshin que Kant fue un sujeto que traicionó a su patria a cambio de una cátedra y que escribió unos libros incomprensibles que nadie nunca ha leído ni leerá. De ahí a ordenar quemarlos qué poco hay. Lo que ha dicho el tal Igor lo podrían suscribir personajes como Trump, Salvini, Bolsonaro, Torra, Puigdemont, Putin, Orban y toda esa caterva de secuaces de las sombras que, o se han mantenido en el poder en este año o, peor aún, han logrado alcanzarlo. La ola populista que desde hace un tiempo ha surgido como respuesta ante la indignación colectiva por las consecuencias sociales de la crisis no deja de crecer, y amenaza con alcanzar cotas de poder crecientes en cada país en el que se celebran elecciones. Esta ola de personajes e ideologías extremistas, de las que estamos bien surtidos en España, en versiones nacionales y nacionalistas, a los extremos de la izquierda y derecha, han naturalizado un discurso simplón y barriobajero que, si nos paramos un momento a pensarlo, resulta ser completamente antinatural e impropio. Hace apenas una década cualquiera de estos personajes no es que hubiera sacado apenas unos votos, no, sino que sus manifestaciones serían repudiadas en cualquier plaza pública por parte de toda la sociedad. Sin embargo hoy alcanzan el poder y sus discursos dominan la escena internacional, condicionan los debates, obligan a los partidos tradicionales a escorarse y, en definitiva, contaminan allá donde se expresan. En el ámbito de las relaciones internacionales este 2018 ha supuesto, nuevamente, la consolidación de los hombres fuertes y su visión del mundo no como un lugar cooperativo, sino una plaza en la que ejercer la fuerza y obtener el respeto mediante la misma, en busca únicamente de los intereses propios, al plazo más corto posible. El asesinato del periodista Kasogui en el consulado saudí de Estambul por parte de las autoridades del reino del desierto es un perfecto ejemplo de la consolidación de este estilo de relaciones de fuerza, de enfrentamiento, entre poderes que no encuentran frenos en la diplomacia, las reglas o el supuesto (siempre imperfecto) orden internacional que éstas amparan. El comportamiento mafioso de Rusia es ya una constante en estos tiempos, pero a ello se une la complacencia, o incluso el seguidismo, de unos EEUU que, de garantes de cierto orden internacional han pasado, bajo el mandato de Trump, a convertirse en la versión occidental del gamberro. En un contexto multipolar, el papel de China no deja de crecer y a su autoritario gobierno le da igual que no se respeten los derechos humanos en el mundo, dado que para él no son nada ni en casa. Y así, los pequeños países, como los europeos, sin ir más lejos, que no poseen fuerza ni capacidad de decisión ante gigantes como los mencionados, poco pueden hacer salvo protestar, patalear y rezar para que las luchas de intereses de los grandes y de sus auspiciados títeres no les hagan mucho daño.

La decadencia de Merkel es la imagen de la derrota, el balance de este año, de la ilustración kantiana frente al oscurantismo populista. Merkel encarna bien la figura del pensador germano. Rígida, poseedora de códigos de conducta, creyente en el progreso y en la responsabilidad, discreta, austera, amante de la seriedad y de no llamar la atención, este ejercicio ha contemplado cómo su figura se apaga, pierde el poder en su partido y dejará la cancillería en apenas un par de años, sino antes. Los bárbaros atacaron la estatua de Kant que se erige en un parque de Kaliningrado, le arrojaron pintura, tratando con ello de vejar la figura del pensador. En él se encuentra la esperanza de estos tiempo, raros tiempos, en los que alguien que piensa y que no levanta una voz más alta que otra puede ser lo más transgresor posible.

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