El
otro día pensaba para mis adentros que mucho tiempo llevábamos sin la desgracia
de un atentado terrorista, sin un ataque. Me surgió la idea el viernes por la
tarde noche mientras miraba libros para comprar tras haber pasado unos minutos
de agobio en el centro de Madrid en medio de la marabunta de gente que llena
las calles en Navidad. “No es necesario que pase casi nada para que se
desencadene un desastre” pensaba tratando de avanzar entre masas de gente
parcialmente ordenadas y bien aprisionadas que a duras penas lograban moverse,
alcanzando por momentos la densidad de un fluido viscoso estilo miel. En esos
instantes un accidente o una acción mal interpretada bastarían para
desencadenar cualquier tipo de desastre, ni les cuento un ataque coordinado.
Ayer
por la noche se produjo en Estrasburgo un incidente que, aun en medio de la
confusión que aún reina, tiene todos los boletos para ser calificado como
ataque terrorista. No he estado nunca en aquella ciudad, pero muchos le
adjudican el papel de capital de la Navidad en Francia, por su decoración, su
imponente arquitectura medieval y los mercadillos que la llenan de color y
gente dispuesta a pasar una tarde deambulando entre sus puestos. Fue en las
inmediaciones de uno de esos mercadillos, a eso de las 20 horas, noche cerrada
ya pero con las calles llenas de gente, cuando un individuo comenzó a disparar,
al parecer con una pistola automática, no con un rifle de asalto, y comenzó el
balance de la noche. A estas horas ese balance se sitúa en tres muertos y once
heridos, varios ellos de levada gravedad. Al parecer se produjo posteriormente
un tiroteo en un barrio cercano, en el que cuerpos de seguridad pudieron herir
al atacante, pero no detenerle, y a esta hora lo único que parece seguro es
que, en efecto, el sujeto autor de los disparos iniciales sigue sin ser
detenido. También parece, según fuentes policiales, que el presunto autor de
los disparos estaría identificado, e inmerso en la lista que recoge potenciales
autores de atentados, o al menos sujetos peligrosos a seguir. El personaje
parece tener veintinueve años y un amplio expediente delictivo tanto en Francia
como Alemania, y algunas fuentes señalan que ha podido experimentar un proceso
de radicalización en los últimos tiempos, lo que apuntaría a la inspiración
yihadista de lo que sería un atentado clásico de este estilo de terroristas.
Sin embargo, la habitual lentitud con la que la policía francesa suministra los
datos, tratando así de ofrecer información corroborada en todo caso y las dudas
e informaciones contradictorias que siempre acompañan a estos sucesos cuando se
producen obligan a ser cautos, a informar con tiempo y a no precipitarse. Si estuviéramos
ante un atentado, que en este momento parece la hipótesis más probable, sería
el primero en Francia tras unos cuantos meses de tranquilidad en ese frente y
añadiría nueva presión, aún más, a una sociedad cuyos frentes se multiplican, y
a un gobierno que apenas da abasto para contenerlos. El impacto económico de un
ataque de este tipo tampoco es despreciable, ni mucho menos, y debe ser añadido
a las nefastas consecuencias de las revueltas que están arruinando la economía parisina
en la temporada navideña, y que pese a las medidas anunciadas por Macron,
pueden volver a repetirse este fin de semana, aumentando así las cancelaciones
en una ciudad que vive algunas de sus peores semanas en tiempo. Todo ello puede
acabar creando unos daños que minen incluso alguna décima el PIB del país, en
un final de ejercicio tan decepcionante como inquietante. La alerta antiterrorista
se mantenía alta en Francia pero, para qué negarlo, había una cierta sensación
de relax en Europa ante bastantes meses sin ataques, y seguro que no era yo el único
que me asombraba, triste que esto sea sorprendente, por el tiempo de tranquilidad
en el que llevábamos inmersos. Parece que, tristemente, esa calma se ha roto, y
nuevamente ha sido en la castigada Francia el lugar en el que lo ha hecho.
Ayer
por la noche Estrasburgo era una ciudad de confusión, miedo e incertidumbre. Al
ambientillo navideño se juntaba el que había sesión plenaria en el parlamento europeo,
del que la ciudad francesa es sede compartida junto con Bruselas, y las medidas
de seguridad que se desataron tras el ataque supusieron la cancelación de los
trabajos parlamentarios y el cierre de las instalaciones, reteniendo a los que
en ellos estaban para tratar de garantizar su seguridad. Testimonios de
parlamentarios, ciudadanos que se encontraban fuera de las instalaciones, políticos
que paseaban por la ciudad, o de cualquier otra persona eran relatos de miedo,
de no saber, de encontrarse en refugios improvisados junto con desconocidos,
compartiendo un temor a lo sucedido sin tener muy claro ni que era ni si los
hechos seguían produciéndose. El miedo que siembra el terrorismo apagó la luz
navideña de Estrasburgo. Ese ese su maligno poder
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