A
lo largo de todo el año hemos asistido al desarrollo del Brexit, es especie de
teleserie real en la que personajes de quita y pon se suceden en un reparto con
figuras consagradas que buscan su espacio en una trama que no deja de dar giros
y requiebros sin ton ni son. La ausencia de guionistas en la vida real hace que
todo sea mucho más caótico que en las series televisivas, pero incluso en este
caso el Brexit está alcanzando cotas de desorganización y sorpresa que no veíamos
desde hace tiempo. Quizás sólo el vodevil que se representa cada día en la Casa
Blanca por parte del demente Trump esté a la altura, pero en este caso la
fuente del caos está bastante localizada en el poseedor del tupé naranja,
mientras que es difícil encontrar a un británico sensato.
¿En
qué punto estamos del proceso? Difícil decirlo, parece que en medio de un
pantano de incertidumbre antes de que lleguen días intensos. Tras la anulación
de la votación prevista la semana pasada y la superación de una moción de
confianza de los suyos, ganada por dos tercios de los votos, May, esa primera
ministra que agoniza ante el espectador día a día, se enfrentará en breve,
puede que antes de fin de año, no es seguro, a una moción de censura que están
organizando los laboristas, al menos algunos de ellos. Ven en esa maniobra la
oportunidad para echarla del gobierno y convocar así elecciones que, creen,
pueden ganar. No es un escenario descabellado, dado que la primera ministra
puede caer si extrapolamos el resultado de su propia moción de censura. La
votación que deberá producirse sí o sí es la del acuerdo del Brexit, la
aplazada, y en estos momentos es casi seguro un rechazo al texto pactado entre
May y Bruselas, que suscita rechazo en la oposición y, al menos, ese tercio
díscolo de los conservadores. Un no al acuerdo es también un no a May, y aunque
legalmente no haya relación causa efecto, es prácticamente imposible que ella y
su gobierno sobrevivan a ese rechazo parlamentario, motivo último por el que
retrasó la segura derrota la semana pasada. Trata estos días esa superviviente
llamada May de lograr apoyos para el tratado, pero por lo que se sabe es casi
imposible que puede alcanzar los votos necesarios. Gran parte de la oposición
huele la sangre de la derrota conservadora y no quiere dejar escapar esa pieza
de caza mayor por nada del mundo, y no es menor el ansia de derribarla entre
muchos de los suyos. Los dos problemas serios que abriría este rechazo al
acuerdo son, en primer lugar, que como pasó en la moción de censura contra
Rajoy, parece haber un consenso en Westminster para rechazar el tratado del
Brexit, pero tras ello el desacuerdo es completo. Todos los partidos,
especialmente conservadores y laboristas están fracturados por completo sobre
este problema, y en su seno viven al menos tres corrientes. Los partidarios del
brexit duro, los de un acuerdo negociado (distinto al existente), y los del “remain”
o volver al seno de la UE echando para atrás todo este desquiciado proceso. ¿Qué
hay, entonces, de la alternativa de un segundo referéndum? Posee sus partidarios,
sí, pero ¿cuál sería la pregunta a someter a votación? ¿la que ratifique un
tratado negociado de salida? ¿la del “remain” y el retracto? Si uno escucha a n
políticos británicos se encontrará con n+3 respuestas posibles, y la sensación
de que el desorden se ha hecho fuerte al otro lado del canal y que no hay
manera de lograr una posición común entre todas las partes enfrentadas. Lo más
serio de todo es que esta fractura es transversal a toda la sociedad, parte
izquierdas y derechas, ciudad y campo, rentas altas y bajas, y en este desorden
es imposible saber no sólo qué es lo que va a suceder, sino cuáles serán los daños
que la sociedad británica va a tener que sufrir a cuenta del deliro al que le
llevaron Cameron y los estafadores que amañaron el resultado del referéndum de
hace dos veranos.
El
otro problema serio que se abre ese rechazo al acuerdo es que deja a las
puertas la alternativa del brexit duro, desordenado, que ya ven que es el
deseado por parte de la sociedad británica, especialmente la más proclive a la
salida. La
noticia de ayer de que el gobierno de May empieza a prepararse ante esa salida dura
y moviliza a reservistas para tratar de contener fronteras y otras coyunturas
no deja de ser alarmista, pero revela la gravedad de la situación que vivimos.
Algunos malician que alarmismo es precisamente lo que May quiere sembrar entre
los tibios para que acaben apoyando el tratado como un mal menor. ¿Le funcionará?
No lo se. Lo cierto es que en esta aventura todos vamos a perder, nosotros
algo, ellos más, y está por ver a cuánto ascenderán esas pérdidas. Mal negocio
para todos, y sobre todo para un Reino Unido que muestra un rumbo decadente tras
un año para olvidar.
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