lunes, diciembre 03, 2018

Terremoto político en Andalucía


Lo resumió ayer de una manera muy acertada Rubén Amón en el programa nocturno de Carlos Alsina con motivo de las elecciones andaluzas. El que ha quedado primero ha perdido y el que ha quedado último, ganado. El resultado ha estado en línea con varios de los últimos pronósticos electorales (los de verdad, no las cosas que hace Tezanos en el CIS con nuestro dinero) pero exagerando mucho las colas, por así decirlo, llevando la debacle del PSOE a donde pocos la esperaban y la irrupción de Vox hasta los 12 escaños, lo que es un resultado tan fabuloso como inesperado e inquietante, y vuelve a mostrar que en épocas turbulentas los extremistas saben muy bien buscar, y conseguir, los votos que se escapan de las opciones moderadas.

Tres son los grandes perdedores de estas elecciones, con un PSOE a la cabeza que ni en la más oscura de sus pesadillas hubiera imaginado un resultado similar. Cae en votos y escaños sea cual sea el criterio que usemos para recontarlos y pierde el control de una Junta, que ha creído suya, y así la ha utilizado, desde su creación estatutaria. Susana Díaz encarna un fracaso total, y ayer no dimitió como debiera haber hecho tras esos resultados. También el PSOE nacional cosecha un gran fracaso. Andalucía, la comunidad más poblada de España, es su granero de votos, y extrapolar u resultado similar a unas generales le haría obtener unos malos resultados globales. La imagen del ejecutivo de Sánchez queda vapuleada y su continuidad también, aunque es sabido que cuando uno se empeña en resistir puede llegar hasta el extremo, aunque eso suponga la liquidación en la práctica del partido. Adelante Andalucía, la marca de Podemos, también sale derrotada, herida. Venía de un acumulado de veinte escaños (quince suyos y cinco de Izquierda Unida) y se ha quedado en diecisiete, mostrando otra vez que en política las sumas pueden restar. Es también un resultado que deja tocado el liderazgo mesiánico que sigue encarnando un enloquecido Pablo Iglesias, que está destrozando lo que en su día fue el incontestable éxito de un Podemos que creció con la crisis y sus consecuencias y se diluye no entre necesidades sociales, sino en la causa independentista catalana. El otro derrotado es el PP, que consigue uno de sus peores resultados en votos y escaños. El cambio de alternativa política en la Junta permite a casado y los suyos salir optimistas de estas elecciones y con la sensación de que tienen el poder al alcance de la mano, pero si se sientan y estudian las cifras en detalle verán que la pérdida de votos y escaños es muy grande y que, como el PSOE, la lectura nacional supone una pérdida futura de representación en el Congreso que puede ser determinante. Salió ayer Casado eufórico desde la sede de Génova, intentando que los mimbres de un posible futuro poder construyeran el cesto que permita eludir la poca cosecha de votos registrados. Dos son los ganadores de la noche. Ciudadanos más que duplica su representación, pasa de nueve a veintiún escaños, y se convierte en la llave para la gobernabilidad, pudiendo incluso optar a presidir la Junta si se lo propone, forzando a PP y PSOE a mostrarle su apoyo para frenar a Vox. Ha ganado a Podemos y se lleva un premio extra en el reparto de escaños, y piensa ya que en unas generales la composición de fuerzas en el Congreso puede ser muy diferente a la que ahora se muestra. El otro ganador, obviamente, es Vox. De la nada pasa a doce escaños, aupado por la propaganda que ha disfrutado desde medios de comunicación y rivales políticos, especialmente el PSOE, que lo han utilizado como un ariete para fragmentar la derecha (como ya lo hizo el socialismo francés en su momento) y ha creado un monstruito que ya es peligroso y está por ver hasta dónde puede llegar. La euforia de sus dirigentes es comprensible, el temor de los demás ante ello, también.

Los resultados reflejan, sobre todo, el efecto del terremoto catalán, del golpe de hace un año y lo sucedido desde entonces. El pactismo de PSOE y Podemos con los independentistas de Torra y Cía destruye sus bases en el resto de España, y el PP, sumido en su propio marasmo, no logra recuperar votos. Ciudadanos mantiene el pulso y crece, pero es el extremismo, en este caso Vox, el que capitaliza parte del descontento, como hace pocos años lo capitalizó Podemos. Estos extremistas, unos y otros, vuelven a ser la fiebre de la enfermedad, el síntoma de una dolencia política y social que muestra el daño que sufren las clases medias tras la crisis, y que sólo los populistas parecen haber sido capaces de traducir en votos (que no en soluciones, desde luego). España deja de ser excepción europea y la extrema derecha ya tiene representación entre nosotros. Ahora toca negociar y pactar en un escenario muy complicado.

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