Lo
resumió ayer de una manera muy acertada Rubén Amón en el programa nocturno de
Carlos Alsina con motivo de las elecciones andaluzas. El
que ha quedado primero ha perdido y el que ha quedado último, ganado. El
resultado ha estado en línea con varios de los últimos pronósticos electorales
(los de verdad, no las cosas que hace Tezanos en el CIS con nuestro dinero)
pero exagerando mucho las colas, por así decirlo, llevando la debacle del PSOE
a donde pocos la esperaban y la irrupción de Vox hasta los 12 escaños, lo que
es un resultado tan fabuloso como inesperado e inquietante, y vuelve a mostrar
que en épocas turbulentas los extremistas saben muy bien buscar, y conseguir,
los votos que se escapan de las opciones moderadas.
Tres
son los grandes perdedores de estas elecciones, con un PSOE a la cabeza que ni
en la más oscura de sus pesadillas hubiera imaginado un resultado similar. Cae
en votos y escaños sea cual sea el criterio que usemos para recontarlos y
pierde el control de una Junta, que ha creído suya, y así la ha utilizado,
desde su creación estatutaria. Susana Díaz encarna un fracaso total, y ayer no
dimitió como debiera haber hecho tras esos resultados. También el PSOE nacional
cosecha un gran fracaso. Andalucía, la comunidad más poblada de España, es su
granero de votos, y extrapolar u resultado similar a unas generales le haría
obtener unos malos resultados globales. La imagen del ejecutivo de Sánchez
queda vapuleada y su continuidad también, aunque es sabido que cuando uno se
empeña en resistir puede llegar hasta el extremo, aunque eso suponga la liquidación
en la práctica del partido. Adelante Andalucía, la marca de Podemos, también
sale derrotada, herida. Venía de un acumulado de veinte escaños (quince suyos y
cinco de Izquierda Unida) y se ha quedado en diecisiete, mostrando otra vez que
en política las sumas pueden restar. Es también un resultado que deja tocado el
liderazgo mesiánico que sigue encarnando un enloquecido Pablo Iglesias, que está
destrozando lo que en su día fue el incontestable éxito de un Podemos que creció
con la crisis y sus consecuencias y se diluye no entre necesidades sociales,
sino en la causa independentista catalana. El otro derrotado es el PP, que
consigue uno de sus peores resultados en votos y escaños. El cambio de
alternativa política en la Junta permite a casado y los suyos salir optimistas
de estas elecciones y con la sensación de que tienen el poder al alcance de la
mano, pero si se sientan y estudian las cifras en detalle verán que la pérdida
de votos y escaños es muy grande y que, como el PSOE, la lectura nacional
supone una pérdida futura de representación en el Congreso que puede ser
determinante. Salió ayer Casado eufórico desde la sede de Génova, intentando
que los mimbres de un posible futuro poder construyeran el cesto que permita
eludir la poca cosecha de votos registrados. Dos son los ganadores de la noche.
Ciudadanos más que duplica su representación, pasa de nueve a veintiún escaños,
y se convierte en la llave para la gobernabilidad, pudiendo incluso optar a
presidir la Junta si se lo propone, forzando a PP y PSOE a mostrarle su apoyo
para frenar a Vox. Ha ganado a Podemos y se lleva un premio extra en el reparto
de escaños, y piensa ya que en unas generales la composición de fuerzas en el
Congreso puede ser muy diferente a la que ahora se muestra. El otro ganador,
obviamente, es Vox. De la nada pasa a doce escaños, aupado por la propaganda
que ha disfrutado desde medios de comunicación y rivales políticos,
especialmente el PSOE, que lo han utilizado como un ariete para fragmentar la
derecha (como ya lo hizo el socialismo francés en su momento) y ha creado un
monstruito que ya es peligroso y está por ver hasta dónde puede llegar. La
euforia de sus dirigentes es comprensible, el temor de los demás ante ello,
también.
Los
resultados reflejan, sobre todo, el efecto del terremoto catalán, del golpe de
hace un año y lo sucedido desde entonces. El pactismo de PSOE y Podemos con los
independentistas de Torra y Cía destruye sus bases en el resto de España, y el
PP, sumido en su propio marasmo, no logra recuperar votos. Ciudadanos mantiene
el pulso y crece, pero es el extremismo, en este caso Vox, el que capitaliza
parte del descontento, como hace pocos años lo capitalizó Podemos. Estos
extremistas, unos y otros, vuelven a ser la fiebre de la enfermedad, el síntoma
de una dolencia política y social que muestra el daño que sufren las clases medias
tras la crisis, y que sólo los populistas parecen haber sido capaces de
traducir en votos (que no en soluciones, desde luego). España deja de ser excepción
europea y la extrema derecha ya tiene representación entre nosotros. Ahora toca
negociar y pactar en un escenario muy complicado.
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