En el fondo, y por lo visto era consciente, Pablo Casado era la pieza de caza mayor de la moción de censura planteada por Vox en el Congreso esta semana. Los de Abascal sueñan con el sorpasso al PP, como lo hizo desde otro punto ideológico Rivera, o como todavía fantasea Iglesias respecto al PSOE en los ágapes que se da en su finca. Y esta estrategia de usurpación a los populares es magníficamente vista por parte del gobierno y el PSOE, que saben que no tendrá lugar, pero que produciría una falla aún mayor entre el electorado conservador, lo que sería la salvaguardia de que el PSOE ganaría las elecciones y, en el reparto de escaños, saldría más beneficiado que lo que pudiera indicar el margen de votos obtenido.
Y ayer les decía que Casado, que no era líder ni tenía muchas luces, no podía hacer otra cosa, si quería sobrevivir como dirigente y mantener a su partido en pie, que plantarse ante el discurso de Vox, un discurso tóxico en todos los sentidos, pero que en la exposición que hizo Abascal el miércoles sólo puede ser considerado como propio de iluminados. Por momentos, en su diatriba, Santiago era una encarnación de Trump en pequeño, a una escala como la de la propia España respecto a los EEUU. Mismos conceptos, mismas mentiras, mismas paranoias. De esa palabrería que se desgranó en la Tribuna sólo se podría salvar la crítica inicial a un gobierno, el presente, incompetente hasta el extremo, pero el resto era simpe y sencillamente intolerable, desde todos los puntos de vista. Nadie con algo de raciocinio puede compartir ese discurso, lo que no quiere decir que millones de personas puedan votarlo, eso es otra cosa. Si un partido aspira en occidente, en una democracia y economía liberal, en la sociedad de la información, en el mundo de economías y males globalizados, a gobernar, no puede subirá a desgranar un discurso que sería de manual a principios del pasado siglo XX o, si me apuran, la Edad Media. El resultado de un gobierno con esas directrices sería Venezuela, un país arruinado por una megalómana visión que lo destruye todo, vestido de ropajes izquierdistas, pero igualmente tóxico. Muchos estrategas de todos los partidos esperaban el discurso de Casado de ayer, mantenido en secreto para todos, con la sensación de que una posición blanda del líder del PP ante lo desgranado por Vox sería buena para Abascal e ideal para el gobierno. Y lo cierto es que ayer Casado sorprendió a propios y extraños. Hizo lo que tenía que hacer y lo que el que aquí escribe le recomendó como única opción posible, y para una vez en la vida que acierto, lo subrayo. En su discurso Casado fue durísimo con Abascal, en todos los planos imaginables. Separó a su partido en lo ideológico de una formación ultramontana que utiliza el verde para esconder negras ideas, pero también atacó a Abascal en lo personal, recordándole que su vida y carrera han sido posibles gracias al PP al que ahora ataca, mencionándole lo que ganó y cómo vivió mientras a la sombra del PP se desarrolló, y considerándole como un desagradecido que paga con la traición a los que durante media vida le acogieron y le dieron de todo. A medida que avanzaba en su discurso, el semblante de Abascal iba mudando de la seriedad a la irritación, y algo similar pasaba en la bancada del resto de grupos. Los partidos del gobierno, que llevaban preparadas intervenciones en las que Casado sería el gran atacado con la excusa de Vox, por su complacencia con los de Abascal, tuvieron que rehacer sus textos ante unas palabras del líder del PP que les dejaron sin argumentos. El que todo partido opuesto al PP se quedase ayer sorprendido por lo visto es una muestra de que la estrategia de Casado ayer sí fue la correcta. Descolocar a tus adversarios es un primer paso para ganarlos, y quien entró el miércoles como gran damnificado y señalado como perdedor general de todo lo que pasase salió ayer como triunfador moral. Iván Redondo sufrió ayer un duro revés en sus planes. Y lo sabe.
¿Quiere decir todo esto que el PP no tiene problemas serios con la presencia de Vox? Ni mucho menos. El PP es un partido de gobierno, de poder, y sin él se marchita como la hierba en verano. Sabe que no habrá elecciones generales hasta que Sánchez no tenga más remedio que convocarlas, y para eso aún queda mucho, y que va a seguir recibiendo palos políticos desde todas partes, y judiciales fruto de las causas pendientes. El liderazgo de Casado es débil, inestable, y no soportará mucho tiempo al frente del partido si no logra triunfos y cotas de poder. Tiene críticos en el partido y Abascal y los suyos seguirán tratando de destruirle. Pero justo es reconocer que ayer Casado sí aprobó un examen de máster político, en el que un suspenso le hubiera supuesto, casi, el ocaso de su carrera política.
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