Siempre ha habido dudas sobre las cifras estadísticas que vienen de China. Incrementos de PIB de tamaño desorbitado y constante han hecho sospechar a más de uno que las fuentes oficiales de aquel país inflan los datos buenos, y opacan los malos, para que en el recuento la foto salga mucho más luminosa de lo debido. ¿Es China un adolescente adicto a los filtros que no deja de manipular su imagen? Algo de eso habrá, seguro. Sabido es que algunos de los grandes dirigentes del país desconfían de sus propias estadísticas oficiales y miden la evolución económica de la nación con indicadores indirectos, como el consumo de electricidad o el volumen de mercancías transportado por los ferrocarriles entre otras.
La actual pandemia ha agudizado la desconfianza por los datos chinos. Por muy buena que haya sido la gestión de aquel país frente al coronavirus, y lo ha sido, no entra en cabeza alguna que el número de infectados allí, hoy, sea de poco más de 91.000 con unos 4.700 fallecidos, más o menos los que mueren en EEUU en poco menos de una semana. ¿Cuáles han sido los verdaderos registros de esta pandemia en China? ¿Cinco veces más? ¿Diez? ¿tres? La menor idea, y el que no sepamos realmente qué múltiplo añadir nos pone en la tesitura de reconocer que no sabemos cuál es el dato local. Nos tenemos que creer el que nos dan, y poco más. Quizás con los años sepamos realmente el alcance de la epidemia allí, pero eso tampoco es seguro, dado que aún hoy desconocemos cuánta gente murió asesinada en la plaza de Tiananmén durante las revueltas de 1989. Reconozco que contar es difícil en un país de dimensiones continentales como el chino y, sobre todo, con un volumen de población tan elevado que hace que los errores de decimal en cualquier estadística demográfica impliquen restos del tamaño de países no pequeños, pero la duda siempre estará ahí. En los últimos días China ha publicado nuevos datos, en este caso económico, y creo que las dudas que ofrecen se deben más a la pura envidia que a la realidad de las cifras. El dato de incremento interanual del PIB del tercer trimestre ha sido allí del 4,9%, una barbaridad. Ya es asombroso que en estos tiempos de desolación cualquier dato de PIB esté asociado a algo positivo, cuando los demás países estamos sumidos en una especie de competición sobre quién presenta mayores pérdidas (y en esto, tristemente, España es muy competitiva). El rápido control de la enfermedad en China, sumado a la inmensa demanda de producción que el resto de los países le siguen demandando, no sólo en productos sanitarios, explican este incremento, que puede ser difícil de saber si realmente es ese 4,9 o algo menos, pero no hay dudad sobre el signo. Estas cifras suponen, la verdad, algo más que un espaldarazo a la preminencia de China en el mundo, sino simplemente la consolidación del poder del aquel país y su aparente camino al liderazgo global, asentado tanto en sus fortalezas propias como en la debacle que vivimos el resto de las naciones. Si ellos crecen y el resto decrecemos la distancia que pueda haber entre ambos se reducirá a toda velocidad, y eso no hará sino acelerar una tendencia de fondo que viene desde muchos años atrás. El poder y presencia de la economía china no hace sino aumentar año a año, usemos las estadísticas oficiales de aquel país o la sensación que nos da la omnipresencia de sus productos y las imágenes de las urbes que cubren su territorio. No hay dato económico internacional en el que Chin no haya despuntado con fuerza en los últimos años y la duda no es qué área de negocio liderará en el futuro o qué mercado dominará, sino cuándo se producirá esa llegada al número uno. La pandemia, que tiene sumido a occidente en el marasmo social y la depresión económica, puede que no sea un accidente geoestratégico que cambie el mundo, aún está por ver, pero desde luego sí parece que está actuando como un catalizador, un acelerante en ese proceso de ascenso de China al trono económico global. Y eso, en un mundo regido por instituciones y conceptos diseñados desde el occidente dominador es, como mínimo, algo que genera tensiones de todo tipo.
Datos oscuros como los pandémicos y luminosos como los del PIB alientan las teorías conspiratorias de una gran parte de la población, que ve reforzada en ellos su convicción de que este desastre que vivimos ha sido provocado desde Beijing para dominar el mundo. Esa idea es una majadería, la diga quien la diga. El virus es natural, no ha sido creado, y ha surgido donde era más probable, en un lugar muy habitado en el que las interacciones de humanos con animales son abundantes y las normas de higiene escasas. No, el coronavirus no lo han creado los chinos, pero es indudable que pueden ser de los que más partido le saquen a esta situación. Nosotros, por el contrario, parece evidente que estaremos entre los grandes perjudicaos, sea cual sea el dato que consultemos y su fiabilidad.
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