Parece que esta vez el bigobierno sí se va a lanzar a la presentación de un proyecto de presupuestos. A la fuerza, claro, dado que es condición necesaria para que Bruselas pueda realizar algunos de los desembolsos prometidos. Sobre si ese proyecto concluirá en una aprobación parlamentaria, tengo mis sospechas de que así será, pero hasta que eso se produzca no lancen las campanas al vuelo ni destronen a Montoro, el hacedor del eterno presupuesto, que se prorroga sine die desde hace años y bien pudiera servir para financiar la flota estelar que, quizás, se pueda construir dentro de un par de siglos, apenas cambiando algunas de las rúbricas que, como runas míticas, dejo grabadas Cristóbal en sus tablas de la Ley.
El primer paso en público para la elaboración presupuestaria es la presentación del techo de gasto, como envolvente del gasto que van a realizar las administraciones públicas, y que ya indica el carácter expansivo o contractivo de las cuentas que se están elaborando. Este acto se produjo ayer, y da un titular jugoso, como es el disparo de ese techo, desde los aproximadamente 127.000 millones del proyecto pasado a los 196.000 del presente, un crecimiento sin parangón, justificado por la situación que vivimos, que ciertamente carece de comparaciones disponibles en el pasado. Semejante volumen de gasto debe estar sustentado siempre en tres pilares: ingresos, deuda y déficit (o superávit). No me he leído el proyecto y las cuentas, pero es lógico suponer que los ingresos van a caer mucho como consecuencia del desplome de la actividad económica, la deuda pública se va a desmelenar como casi nunca se ha visto para hacer frente a gastos extraordinarios y el déficit se aleja de toda senda de estabilidad y alcanzará cifras de doble dígito. Resumidamente, arruinados como estamos, nos vamos a endeudar hasta las trancas para ver si podemos salir de esta. Esta vez, hecho excepcional, va a haber una cuarta fuente de aportación al presupuesto que sumar a las tres mencionadas, que son los fondos de la UE que le corresponden a España dentro del paquete de recuperación que fue aprobado en junio. Recordemos que, a groso modo, nos correspondían unos 140.000 millones de euros, la mitad de ellos en forma de transferencias sin contrapartidas y la otra mitad como créditos con condiciones ventajosas. Poco, por no decir nada, se ha avanzado desde entonces sobre la manera en la que realmente va a fluir ese chorro de dinero a nuestro país y de qué manera se va a gestionar y organizar, pero en el techo de gasto ya se colocan algunos miles de millones de esos fondos como ingresos disponibles. Es sabida la condicionalidad que Bruselas quiere imponer a los receptores de estos fondos en forma de proyectos, que se le deban presentar, que busquen una modernización de las economías, haciendo frente a los retos medioambientales y digitales, principalmente, pero la situación actual de economías como la española, semihundidas y con una segunda ola que amenaza todas las perspectivas económicas de final de año, son muy distintas a las de un proyecto futuro de inversiones. El gasto es descomunal en urgencias de corto plazo como la financiación de los ERTEs y todo tipo de prestaciones que sostienen las cifras de desempleo, abultada de por sí, pero que serían una hecatombe si estos instrumentos no se estuvieran aplicando. El tejido productivo nacional se desangra tras el desastre total de la primavera, un verano que ha sido mucho peor de lo que nadie suponía por nuestra necedad a la hora de retrasar la segunda ola, que ya a medidos de agosto logó espantar a todo el turismo extranjero de nuestras costas, y una temporada otoño invierno que se mide en millones de personas semiconfinadas y en negocios cerrados. El proyecto final de presupuestos que se presente, al que se adjunta el cuadro de previsión macroeconómica publicado ayer, probablemente nazca desfasado dada la velocidad a la que el virus y el derrumbe económico avanzan. Y eso si llega a nacer, porque la maldita aritmética parlamentaria que tenemos obliga a que, si es aprobado, lo sea a costa de cesiones, económicas y políticas, tan costosas como humillantes, en todos los sentidos posibles de ambos calificativos.
El gobierno de Sánchez, muy amante de las propagandas, tiene hoy un acto de esos que le encantan, en el que se presenta en Moncloa el plan de recuperación económica, algo que quizás tuviera sentido en un momento en el que el virus hubiera quedado definitivamente atrás, no ahora, que no hay más que infectados y se supera con amplitud la centena diaria de muertos con una facilidad tan pasmosa como escalofriante. Mucha foto, sonrisas, no apretones de mano dada la coyuntura y mensaje verde como envoltorio de un más que probable vacío de contenidos. Realmente la situación es tal que hacer previsiones económicas es como jugar a la lotería, y sigue muy ausente de este gobierno la adopción de un paquete de reformas estructurales serio y consensuado, como demandaba ayer el Gobernador del Banco de España. Así estamos.
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