martes, octubre 13, 2020

Miguel Delibes en la Biblioteca Nacional

La cultura está siendo uno de los sectores más golpeados por la pandemia. Industria que en nuestro país es más voluntariosa que organizada, sus ingresos dependen notablemente de que sus eventos se puedan llevar a cabo, viven del ambiente social, y eso está más que marchito. Exposiciones, conciertos, conmemoraciones.. todo lo previsto en este condenado año 2020 ha quedado aplazado o suspendido. Uno de los aniversarios que celebramos este año es el del centenario del nacimiento de Miguel Delibes, uno de los mejores escritores de la lengua castellana. Con ese motivo la Biblioteca Nacional diseño una exposición homenaje al autor que, tras varios aplazamientos, ya se puede visitar.

Ayer tuve la oportunidad de acercarme, y les recomiendo encarecidamente a todos ustedes que lo hagan, porque es una maravilla en fondo y forma. La muestra repasa la vida y obra del escritor, ambas completamente unidas, indisociables, más que en muchas otras ocasiones, porque en su amor a la vida sencilla y rural que desarrolló durante toda su existencia Delibes encontró en ese ambiente la inspiración para sus textos, que son también una descripción costumbrista de una Castilla que otoñea, pero que sirven para enfrentarnos a dilemas y problemas eternos, que no tiene por qué darse en el decorado que sirvió al maestro como musa e inspiración. Cuando Delibes muestra personajes que sufren, que aman, que son explotados, que hacen frente a la miseria y la opresión, que luchan por la libertad y que ansían una vida mejor los coloca en la llanura castellana, con el secarral, con los escasos árboles y la inmensidad de ese mar de tierra que se extiende hasta el horizonte, pero uno puede encontrar a sus creaciones en cada uno de los paisajes del mundo, porque son humanos, porque respiran, sienten, sufren y viven como cada uno de los que en este mundo han sido, somos y serán. Crea Delibes, desde el localismo de su vida, un mundo universal. Esa es una de sus grandezas. Otra, muy difícil de alcanzar, es lograrlo con un lenguaje abierto, llano, limpio, sencillo, que es plenamente accesible por cualquiera. Delibes era un hombre sencillo y llevaba su sencillez a la escritura. En sus obras los personajes no padecen tramas complejas ni llevan vidas soñadas, y así es también su escritura. Fluida, libre, sincera y con un castellano rico. A todos nos gustaría escribir como lo hacía Delibes, y es evidente que muy pocos lo logran. Cierto es que algunos pasajes se hacen cuesta arriba vistos desde nuestra época porque en ellos abundan palabras de un mundo rural que él trató de salvar del abandono, y que hoy en día nos parece tan lejano como los bisontes de Altamira, pero es un prodigio sumergirse en sus textos y dejarse llevar por una narrativa tan limpia y clara como lo serían los ríos en los que pasaba horas practicando la pesca, o abierta como los campos de jaras en los que cazaba, una de sus principales aficiones. La exposición incluye algunos originales de muchas de sus obras, escritas a pluma estilográfica o a rotulador azul, en cuartillas de papel prensa, en las que se muestran tachones y correcciones. Delibes escribía y corregía, a veces mucho, otras muy poco, pero sus originales no son un vertido de palabras sin manchón alguno. No. Se pega el autor con el texto, rocoso él. Como las labores de campo, que tan bien conocía, sabe que no sale el fruto con el mero esparcir la simiente y esperar, sino que día tras día hay que dedicar horas y esfuerzo para lograr una futura cosecha, que como todo lo que aún no existe es imprecisas y de difícil medida. El escritor sabe que su obra es juzgada siempre por el último de sus textos, y que cuando no es más que un borrador en sus manos ese futuro libro corre el peligro de no acabar de serlo. Y ante el reto enorme, la modestia de Delibes es guía de maestro.

En su vida y obra Delibes llegó a ser referente moral para muchos, y su pérdida lo fue para todos. Padre de una familia extensa y prolija, marido amante hasta el extremo de su Ángeles, que tan pronto se le fue y tan grande hueco le dejo, concienciado antes que nadie de los problemas de la ecología, el medio ambiente y la relación del hombre con su entorno, periodista, poseedor de opinión propia, insobornable ante la tontería y el dinero fácil, hubiera cumplido el centenario el sábado que viene, 17 de octubre. Leer su obra es el regalo que nos dejó, y su figura no deja de agrandarse año tras año, no como la de alguien que ensombrece a los demás, sino como la de la extensión de un gran bosque, que permite respirar, que emana vida, que es fecundo. Así era Miguel para los suyos y para los que lo leemos.

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