No parece que en Corea del Norte el coronavirus sea un problema. De hecho, en aquella nación está prohibidos los problemas que el régimen considera que lo sean, y la población muestra entusiasmo desbordante cada vez que las cámaras de la neutral y objetiva televisión estatal, única, les filma en actos de ensalzamiento al líder. Imagino a Iglesias, Abascal y a tantos dictadorzuelos que tenemos en nuestro país salivando cada vez que contemplan esos espectáculos de masas. Ellos, que han dedicado esfuerzos y recursos a crear medios de comunicación que sean mera propaganda de sus megalomanías (ni los voy a enlazar) son unos pringaos de cuidado ante lo que organiza la dinastía Kim en el mayor gulag del mundo. Cómo les gustaría estar en esa tribuna de Pyongyang.
El último espectáculo coreografiado por la dictadura norcoreana ha sido el desfile militar conmemorando el 75 aniversario de la fundación del partido de los trabajadores, que como buen ejemplo de la neolengua ni es un partido ni defiende a los trabajadores. Allí Kim y los suyos han mostrado el armamento que poseen, en una parada militar de esas que asombran por la cantidad de gente que participa y la exactitud con la que desarrollan sus naturales movimientos. En ese desfile se ha presentado el último modelo de misil intercontinental desarrollado por la industria armamentística local, probablemente la única industria del país, excepción hecha de la de exterminio. Es difícil saber con lo que hemos visto si el misil es de verdad o no deja de ser un aparatoso tubo metálico que no va más allá de la amenazante carcasa, pero lo que sí es cierto es que ruedas, lo que se dice ruedas, el vehículo que lo porta sí que tiene, por lo que al menos los norcoreanos han logrado fabricar un buen puñado de ellas. Son feas, gordas, y con un color de plástico negro muy intenso. Suponiendo que todo el desfile no sea un brillante montaje de Photoshop, los neumáticos parecen tan cargados de goma como las ruedas de los antiguos Tente, que eran sólidas y así de oscuras. Realmente estos desfiles norcoreanos dan mucha risa por su estética casposa y por la sensación de estar asistiendo a un cutre teatro, pero dos son los motivos profundos por lo que estas exhibiciones, y todo lo que viene de aquel país, no tiene nada de gracioso. Uno es que se sabe que la vida en aquella nación no vale nada, y nada es nada, como diría “no es no Sánchez. Purgas en los altos cargos, eliminación de disidentes, reeducación de las masas… Corea del Norte es la mayor cárcel del mundo y nadie sabe a ciencia cierta cuánta gente muere o es asesinada allí, pero sospecho que más que las ya muy abultadas cifras de fallecidos nuestros por el coronavirus. Realmente Kim no necesita una epidemia para exterminar a su población, se basta con sus propios medios. La otra causa de fondo que hiela la risa es que, tras haberlo probado en repetidas ocasiones, la duda es cuántas bombas atómicas tiene el régimen (se estima que unas veinte o treinta) pero es un hecho que las posee, y eso ha cambiado su estatus global, de apestado a peligroso apestado, adquiriendo una respetabilidad que sólo el miedo logra infundir. Puede que gran parte de lo exhibido en el desfile de Pyongyang sea falso, cartón piedra, pero es cierto que tienen la bomba, y se supone que algo real sobre lo que poder cargarla y dispararla. Nadie se atreve a decir si ese misil hormonado lleno de ruedas es cierto, y posee capacidad efectiva para ser lanzado y llegar, pongamos, a EEUU, pero que el régimen tiene intenciones de construir algo así y que, sobre todo, posee la bomba que sea insertada en la cabeza nuclear son hechos probados, y cambian la perspectiva. Esta respetabilidad vía miedo es lo que animó a que Trump, otro envidioso de los dictadores (qué engorro son las elecciones, ¿verdad, Donal? Cuanto mejor mandar y que el resto callen) se reunió con Kim a lo largo del año pasado en tres encuentros que fueron desde lo más amistoso hasta la frialdad del fracaso. Poco, más bien nada, se ha sabido desde entonces de las relaciones entre ambos líderes, y de la evolución del régimen. Vamos, lo habitual de un estado totalitario y paranoico hasta el extremo.
Lo único que ha trascendido de aquellos encuentros son algunas declaraciones que Trump le ha hecho a Bob Woodward y que éste recoge en su último libro. Allí habla el presidente norteamericano de los tiras y aflojas en sus relaciones con Kim, al que no deja de presentar como alguien que le interesa (la citada envidia) y que no duda a la hora de eliminar opositores. Parece que es cierto que realiza purgas sangrientas en su entorno cuando se le discute, o le viene en gana, y que, imitando escenas del Padrino, a veces deja el cadáver de sus defenestrados, decapitado, con la cabeza sobre la barriga, a la entrada de los edificios oficiales en los que detentaban el poder antes de perder la testa, como señal de advertencia para los siguientes. Como vacuna ante el coronavirus, reconozcámoslo, es efectivo para evitar contagios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario