Voy a hacer todos los esfuerzos posibles por no escribir sobre el desastre político que agrava, y mucho, la catástrofe de la pandemia que vivimos. No quiero porque si lo hago me van a empezar a salir improperios gruesos, de esos que en los tebeos se simulaban con cerditos, asteriscos, y otros símbolos dentro de un bocadillo grueso y entintado. Me saldría una retahíla estilo Pérez Reverte en sus mejores tiempos que escandalizaría a la madre del escritor, y ni les cuento a la mía propia, y sería excusa barata para que si alguno de los muchos aludidos se enterase me impusiera querellas o similares, que no tendría manera de evitar. Ante ellas, como en infame Torra, reiteraría el agravio cometido y con el mismo orgullo. Inevitable condena me esperaría.
Así que vamos con otra cosa, derivada del debate electoral norteamericano de ayer, que ha sido calificado por casi todo el mundo como uno de los peores de la historia, y ejemplo de la degradación política que vive el país. Uno de los temas que salió era si Trump, en caso de perder, lo aceptaría deportivamente o si, por el contrario, mantendría su teoría de que un gran fraude se está orquestando en estas elecciones. En sus respuestas, faltonas y elusivas como siempre, Trump se mantuvo en la teoría del fraude, el riesgo de que el voto por correo genere un resultado amañado y no reveló si concedería la victoria de su rival si esta llega a darse. Como mínimo la sombra de algo tan grave revolotea en la política norteamericana, y esto obliga a que, más nos vale, los resultados del próximo 3 de noviembre sean claros, porque si nos enfrentamos a un recuento disputado y polémico como el que se vivió en el año 2000 la situación puede ser explosiva. Recordemos un poco cómo funciona la elección de dentro de un mes. A nivel nacional (por estado se votan muchas otras cosas) los estadounidenses renuevan la totalidad de la Cámara de representantes, un tercio del Senado y la presidencia del país. La primera elección escoge más de quinientos representantes en una cámara proporcional a la población de cada estado, con un representante electo por cada uno de los más de quinientas agrupaciones de voto decididas, cada una de ellas por sufragio mayoritario. El que queda primero en el territorio se queda con el representante. La Cámara entera se renueva cada dos años. El senado se compone de cien senadores, dos por cada uno de los estados, independientemente de su población, y se escoge por sistema proporcional. La cámara se renueva por tercios, 35 senadores cada vez, cada dos años. La elección presidencial posee un sistema propio. Es indirecta. Se crea el llamado colegio electoral, en el que cada estado tiene un número asignado de votos en función de su población. En el recuento de votos presidenciales, el partido que gana en el estado se queda con la totalidad de los votos electorales de ese estado, y esos votos respaldarán al candidato del partido que los ha ganado. Sumando votos electorales a medida que los resultados se van conociendo en cada estado, llega un momento de la noche, madrugada en España, en el que uno de los candidatos alcanza mayoría en el colegio electoral y es, por tanto, el ganador. Las cadenas de noticias nacionales lo proclaman como tal y, tradición muy americana, el perdedor comparece ante los medios para “conceder” la victoria a su oponente, reconociendo su derrota. Este acto de concesión es un ritual casi obligado que se exige al candidato que no ha logrado el triunfo. El último en comparecer en esa noche es el ganador, el que será nuevo presidente. El colegio electoral se reunirá algunos días después y votará, algo que es un trámite, eligiendo así el presidente, que jurará como tal un día de febrero del año siguiendo, inicio oficial de su mandato. Este guion se lleva siguiendo desde hace siglos, lo que tiene mucho mérito. En épocas recientes la mayor incidencia habida fue la citada del año 2000, y el patético episodio de las papeletas de Florida que no había manera de contar. Finalmente, el Supremo dictaminó que el estado lo había ganado Bush hijo, lo que supuso la derrota oficial de Al Gore. Todo el proceso de proclamación y concesión se enmarañó de una manera peligrosa. Tras todo aquello, Bush fue el presidente.
Pocas dudas hay sobre lo que pueda pasar si Trump gana, pero ¿qué ocurriría ante una victoria muy ajustada de Bien? ¿concedería Trump su derrota esa noche si hay dudas sobre el resultado? Vean que el sistema de elección puede determinar que el voto popular mayoritario, en el conjunto del país, se decante por un candidato que no es el elegido finalmente como presidente. A Hillary le pasó eso. ¿Qué haría Trump si Biden gana el colegio electoral pero, en voto, él es el que más papeletas tiene? Este supuesto es muy improbable, dado el derroche de votos que consiguen los demócratas en California, pero nada es descartable. La mera idea de que este proceso pueda enfrentarse a problemas como los planteados es escalofriante, pero todo puede esperarse de alguien como Trump.
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