Las relaciones entre la Comunidad de Madrid y el gobierno nacional se describen en los medios de comunicación con un lenguaje bélico, de enfrentamiento sin cuartel entre ambas administraciones, en el que cada cabecera apuesta claramente por un bando y oculta por completo la realidad del problema, la pandemia, que nos asola a todos. Cutres asesores y dirigentes que sólo piensan en sus sillones y desprecian a la población. En eso sí se parecen a los que rigen países enfrentados en guerras. Desde hace una semana, en lo que sin duda sería el sueño húmedo de los Sánchez, Ayuso y demás desalmados que nos desgobiernan, entre Armenia y Azerbayán se están lanzando bombazos en una nueva reedición de su eterna guerra.
El Cáucaso, que antaño perteneció a la URSS, es un caos de nacionalidades y etnias que siempre han estado enfrentadas de una u otra manera. La dominación soviética apaciguó la zona, sobre todo porque, aplastados por la bota rusa, nada se podía mover ni allí ni en cualquier otra zona de aquel imperio. La caída de la URSS fue celebrada allí, como en casi todo el resto del mundo, pero al día siguiente de los festejos se desataron los demonios que estaban larvados en aquella parte del mundo. Chechenia o Nagorno Karabaj son regiones de esa zona en la que se han desatado guerras cruentas, con la participación directa o disimulada de las tropas rusas, y que han implicado hostilidades entre los tres países que ocupan aquella región; Georgia, al este, con salida al Mar negro, Armenia en medio, sin salida al mar, y Azarbayán al oeste, con salida al Mar Caspio. Al norte de todos ellos, Rusia, al sur, Turquía e Irán, y bajo sus pies, yacimientos de petróleo y gas, y tendidos de oleoductos que cruzan algunos de los territorios en disputa y otros que son muy próximos. Una zona caliente, mucho, que tiene un papel estratégico en el mundo de la energía bastante importante y que a Europa, a la que le pilla algo lejana, pero que le importa como zona de paso de algunos de esos hidrocarburos de los que somos tan sedientos como dependientes. Súmenle a todo esto que el paisaje de toda la zona es agreste, montañoso, ideal para emboscadas y guerras de guerrillas, con duros inviernos y grandes dificultades para realizar operaciones militares de envergadura. La región de Nagorno Karabaj ha estado en disputa entre armenios y azerbayanos desde hace bastante tiempo. Enclavada dentro de las fronteras políticas de la cristiana Armenia, es un territorio de mayoría azarbayana, musulmano como el resto de aquel país, y que el gobierno de Bakú siempre ha considerado como propio. Fruto de una guerra pasada gran parte de ese territorio se logró emancipar de Armenia y convertirse en una república independiente, reconocida por pocas naciones, y que en la práctica no es sino un satélite dependiente de Azerbayán que funciona como región autónoma de ese país. Esta situación es difícilmente sostenible y genera roces entre ambas naciones de manera constante, y hace una semana esos roces pasaron a ser enfrentamientos militares de los de verdad, con el uso de artillería pesada y carros de combate. Los vecinos de esas dos naciones ya se han posicionado. Oficialmente llaman a la calma, el alto el fuego y la necesidad de que ambas partes negocien. En la práctica Turquía ve a los azerbayanos como hermanos en la fe y les apoya, mientras que Rusia ve con buenos ojos la posición de la cristiana armenia y está dispuesta a prestarle ayuda si fuera necesario. No es este el primer conflicto en el que chocan Rusia y Turquía, dos grandes potencias regionales que aspiran a ocupar un papel global, pero que carecen de fuerza para ello. Como remedio, han encontrado el “macarrismo” como forma práctica de actuación, metiéndose en conflictos locales en su esfera de influencia y actuando como potencias de parte, convirtiéndose en actores necesarios para la resolución de conflictos, los que les da papel y relevancia en ellos. En este caso, el Cáucaso puede ser un nuevo lugar de enfrentamiento a cara de perro entre Ankara y Moscú, con actores (y vidas) interpuestas.
Es difícil saber cómo van a evolucionar las cosas en esta guerra, si se quedará en una gran escaramuza que, como otras del pasado, no suponga cambios en el complicado mapa local, o irá a más. De momento las espadas, y baterías de artillería, están en alto y la propaganda de ambas naciones elabora vídeos en los que la música militar ensalza la destrucción del material de guerra del vecino, con el uso de drones tanto en su papel de arma de ataque como de ideales herramientas para la realización de propaganda patriótica. En todo caso, sea esta una guerra breve o degenere en algo más serio y prolongado, la estabilidad en la zona está muy lejos de alcanzarse en el futuro. Y si no es esta costura, otra saltará.
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