Se suele hablar de las “sorpresas de octubre” para referirse a todo tipo de sucesos no previstos que pueden acaecer en el mes previo a las elecciones norteamericanas. Resulta asombroso, desde la perspectiva nuestra, de un país que lleva poco más de cuatro décadas de democracia, que una nación celebre elecciones de manera ininterrumpida, cada cuatro años, el primer martes después del primer lunes de noviembre desde hace más de dos siglos. Por lo tanto, cuidado y modestia antes de dar lecciones a aquella nación. Este enorme periodo de constantes elecciones ha creado mitos y tradiciones propias, y una de ellas es la de esas sorpresas, que se suelen dar y, en muchos casos, pueden condicionar el resultado.
Para muchos la sorpresa fue la de hace un par de semanas, con el fallecimiento de la magistrada demócrata Ruth Bader Ginsburg, y las prisas de Trump por aprovechar ese suceso para nombrar a otra jueza en el Supremo que sea afín a sus tesis. Son nueve miembros los que componen la institución, nombrados por el presidente y refrendados por el senado, y ocupan el cargo de manera vitalicia. Sin embargo un hecho ha dejado el tema del Supremo convertido en anécdota, y, paradójicamente, una de las ceremonias relacionadas con la renovación de ese cargo se ha convertido en un evento de máxima importancia para el futuro de la nación. Hace no muchos días, en la rosaleda de la Casa Blanca, sin mascarillas y sin distancia de seguridad, Trump y la plana mayor de sus asesores y un buen grupo de personas influyentes del gobierno y el republicanismo se juntaron para aplaudir a la candidata elegida por Trump para ocupar esa vacante del Supremo, la joven juez Amy Coney Barrett. Acto social en el que las medidas de precaución ante el coronavirus eran las habituales en todo lo que ejecuta Trump, prácticamente ninguna. Al poco, martes por la noche, tuvo lugar el primer debate electoral entre los dos candidatos presidenciales, y el viernes por la mañana, hora europea en todo momento, se supo que Trump había dado positivo en la prueba de coronavirus, lo que supuso un terremoto en todos los sentidos. También era positiva su mujer, Melania, y luego se ha ido conociendo a una ristra de positivos entre las altas filas del poder norteamericano, y el acto en el que todos ellos coincidieron fue el de la presentación en el jardín de la candidata al Supremo. Así, no hace falta ser un avizado rastreador para deducir que, de manera muy indirecta, la muerte de Ginsburg provocó el acto en el que Trump se contagió de la COVID, lo que vuelve a demostrar tanto el aleatorio comportamiento del virus como la certeza de que las casualidades gobiernan nuestras vidas mucho más de lo que imaginamos y de lo que somos capaces de entender y soportar. Desde que la noticia del positivo saltó la política norteamericana ha dado un vuelco, empezando por la práctica suspensión de la campaña electoral, y el estado de salud de Trump se ha convertido en La noticia a seguir en aquel país y en gran parte del mundo. A un mes de las elecciones la posible baja del presidente durante un tiempo indeterminado es, como mínimo, un hecho extraordinario, y la actualidad se divide tanto entre el seguimiento del estado del paciente en sí como en el posible impacto que todo esto puede tener en el resultado electoral final, que todo el mundo estima ajustado. Sobre lo primero, es de destacar la confusión, marca de la casa Trump, con la que se ha gestionado este tema por parte de los portavoces oficiales. El positivo fue seguido de noticias sobre un estado de salud normal y, en pocas horas, se pasó a una hospitalización preventiva que ha sido confusamente explicada. No ha quedado claro ni cuándo fue el momento exacto en el que Trump pudo contagiarse ni los síntomas reales que ha tenido, ni si como se ha llegado a afirmar, tuvo problemas respiratorios. Sí se ha informado de la dosis de esteroides y compuestos experimentales con los que se le ha tratado, pero en torno a lo que ha sucedido desde el viernes hasta el domingo con su salud han sido mucho más los rumores que las certezas.
Sobre el efecto electoral de algo tan importante como esto, vaya usted a saber. Suponiendo que todo transcurre como es lo previsible y Trump se recupera en pocos días, puede explotar lo sucedido como una prueba de su fortaleza y de que ha vuelto de la enfermedad, lo que siempre estimula el alma compasiva del votante. Sus oponentes, por el contrario, pueden usar lo sucedido como argumento para denunciar que la gestión de la pandemia en el país ha sido tan irresponsable que el presidente que nunca le dio importancia al virus ha acabado enfermando víctima de sus propias imprudencias. Como en este año nada es lo que parece y todo se revuelve, habrá que esperar hasta después del recuento para ponderarlo todo, pero ya ven. Más emoción no es posible.
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