Cada día compruebo, con más asombro, la absoluta irrealidad que, en general, impera en nuestra sociedad sobre lo que estamos viviendo, la negación del desastre sanitario y económico que enfrentamos y el profundo egoísmo que subyace al comportamiento de cada uno de nosotros. Si uno tiene trabajo le da absolutamente igual que millones de personas lo pierdan o no ingresen a cuenta de esta mastodóntica crisis. Si uno está bien de salud entonces tiene derecho a divertirse y el contagiar a otros no va con él, no supone molestia alguna, y así todo. Es desquiciante como este infantilismo, un comportamiento tan reprobable como suicida, nos agrava todos los problemas derivados de la pandemia. Visto lo visto a lo mejor nos los merecemos.
Ayer se supo que en el proyecto de presupuestos para el año 2021 que se hace público hoy se incluye una propuesta de subida del sueldo a los empleados públicos del 0,9%. Un estado completamente quebrado, que quema deuda como un yonqui papelinas y que va a acabar el año con un volumen de deuda sobre el PIB superior al 120% decide incrementar el sueldo de sus empleados cuando millones y millones de trabajadores no es que lo hayan dejado de ser, sino que directamente se ven abocados a la pobreza por la destrucción de su sector productivo. Empresas de todo tipo se tambalean en medio de la mayor debacle de la demanda agregada vista en muchas décadas y el empleador público no tiene una mejor idea que la de aumentar una partida de salarios que es de las más gruesas del presupuesto. Me parece absolutamente irracional desde el punto de vista económico y profundamente injusta desde lo social. Antes de que algunos me aplaudan y otros me critiquen por mi postura, debo aclarar que trabajo para la Administración General del Estado en un puesto que no es el de funcionario, pero se le acerca mucho, al menos en lo de la estabilidad, por lo que lo que decida el gobierno con esos sueldos es lo que decide con el mío, y cuando digo que no se le deben subir a estos empleados me incluyo. De hecho, es inevitable de todo punto que llegue una bajada, bien sea mediante la supresión de alguna nómina, como se hizo en la crisis financiera, o algo similar, y es lo que le digo a todo el mundo que me pregunta algo al respecto, y le añado la coletilla de que “cuanto más tarden en bajarnos más tendrán que hacerlo”. Normalmente decir esto en mi lugar de trabajo no es recibido con grandes alegrías ni buenas respuestas, pero no les voy a engañar, me preocupa bien poco. En algunos de estos debates que surgen al respecto he propuesto alguna otra alternativa. Por ejemplo, no subir la masa salarial de los empleados públicos, pero alterar su reparto, de tal manera que se baje el sueldo a los trabajadores que realizamos labores administrativas o de gestión (es mi caso) y ese sobrante se reparta entre los sanitarios, docentes y cuerpos de seguridad, que durante esta pesadilla están trabajando con una intensidad, tesón y angustia de la que ni somos conscientes ni, por lo visto, queremos ser. De esta manera la partida de gasto agregada se mantendría constante pero, al menos, a los que más se han sacrificado se les recompensaría de alguna manera, menor de la que les es debida, pero algo. Sin embargo esa propuesta también suscita críticas, de primeras porque supone bajar el sueldo de todos los trabajadores de mi entorno, y eso no lo ve bien nadie que se pueda ver afectado, y de segundas, que eso es “complicado”, “es mucho trabajo”, “es un lío”. En efecto, es mucho más sencillo congelar los sueldos, o subirlos o bajarlos linealmente, tratar todos los esfuerzos de la misma manera y no buscar cómo sacar eficiencia a la partida de salarios públicos de manera que esté más ajustada a la realidad del desempeño, la productividad y lo trabajado. Eso, desde luego, requiere trabajo y esfuerzo, y para qué, si se puede evitar. Lo mismo que la contrata de rastreadores o de sanitarios ante la segunda ola. Filosofía de vida procastinadora, que nos domina, llevada al extremo.
En los informativos de ayer por la noche, junto a este anuncio de subida salarial, salían acto seguido sindicatos de funcionarios, generalistas y corporativos, indignados por esa propuesta de subida, que entendían a todas luces injusta, y que pensaban combatir con todas sus fuerzas. Y en ese momento me levanté del sofá y, durante unos minutos, dejé de ver la tele y contemplé por la ventana una noche fría y oscura, en un mundo en el que no entendía nada, y que sólo me ofrecía constantes muestras de egoísmo a través de los medios. Abrí la ventana, se oía el rumor de la ciudad. En algunos de los pisos que veía desde el mío este mes se habrá cobrado, en otros no. Y no entendía nada. Y cada vez entiendo menos.
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