Mientras el volcán de la Palma muestra una energía imparable, todo lo relacionado con esa materia, la de la energía, también parece haber entrado en erupción en los mercados globales. Seguir el precio de la electricidad en nuestro país es asomarse a una sucesión de máximos que, vaya vaya, no se dan en el Ibex. Condicionado por el coste del gas natural o los derechos de emisión de CO2, el recibo eléctrico europeo se está poniendo por las nubes y resulta asombroso comprobar como casi todas las naciones de nuestro entorno tienen tarifas similares. Descontando el hecho, no menor, de que nuestros vecinos del norte son más ricos que nosotros, lo que hace más bajos sus precios relativos, la luz está carísima en todo el continente.
Pero más allá de eso, la tensión en los mercados energéticos no deja de crecer. Al precio del gas, imparable en su subida, se ha unido el del petróleo y el carbón, empezando a generar entre todos una sensación de shock energético que, por ahora, nada tiene que ver con lo que se vivió en los setenta y ochenta, pero que es malo en todo caso. ¿Por qué pasa esto? Hay muchas razones, las más obvias relacionadas con la reapertura de las economías tras el control de la pandemia de Covid, el disparo de la demanda y la incapacidad de hacer frente a ella. El desbarajuste que hay en el comercio global es enorme, y la demanda de productos energéticos, muchos de ellos transportados no sólo por oleoductos, no es capaz de ser satisfecha por una oferta rígida. Se supone que estos problemas logísticos se irán solucionando con el tiempo a medida que todo vuelva a la normalidad, pero en lo que llevamos de 2021 no han hecho sino agravarse y extenderse, a veces mostrando fallas que estaban ocultas, como la que ayer les comentaba de la escasez de camioneros en Reino Unido. A todo esto hay que sumar un grupo de problemas derivados del proceso, incipiente pero alentado por todos los gobiernos, de transición energética que estamos viviendo. Cada vez hay más normativas que prevén un futuro sin el consumo de combustibles fósiles, sin que las tecnologías alternativas estén plenamente desarrolladas. Esto, visto desde la óptica de una empresa gasista o petrolera es un gran problema. Invertir en la perforación para encontrar nuevos yacimientos y explotarlos es caro, requiere tiempo y costosas inversiones y planificaciones. Y si, como dice la corma de la Comisión, para 2035 no se van a vender vehículos con motor térmico en la UE, no va a dar tiempo a amortizar todas esas inversiones en poco más de una década de explotación de los yacimientos. Esto, unido al parón del coronavirus, ha congelado proyectos energéticos relacionados con el gas y petróleo en todo el mundo desde hace un par de años, y ahora la demanda se dispara y pilla a la industria con una oferta que es incapaz de aumentar a corto plazo. Como los agentes que compran en el mercado, empresas y gobiernos, ven que la situación es tensa, tratan de cubrir sus reservas estratégicas cuanto antes y que sea otro el que se vea con problemas a la hora de abastecerse si la cosa pinta mal. Y así, como sucedió en la pandemia con el papel higiénico, las compras superan con mucho a la oferta y el precio se desata. China ha impuesto ya cortes de electricidad en algunas provincias interiores y pueden ir a más, afectando a grandes zonas industriales. ¿por qué? Porque el gobierno quiere reducir sus propias emisiones de CO2 y el carbón es la principal fuente de suministro en las centrales chinas. El gobierno de Beijing está tratando de hacerse con provisiones para el invierno, lo que dispara los precios del mineral, y luego usarlo de manera controlada, buscando entre otras cosas reducir sus emisiones para el momento de la celebración de los próximos Juegos Olímpicos de invierno, que serán allí en apenas unos meses. Así, el desbarajuste en los mercados es total.
Y claro, esto acaba afectando a todo, porque la energía es un insumo necesario para cualquier otra industria o actividad humana, que la necesita disponible y en grandes cantidades. A las puertas del otoño invierno en el hemisferio norte, época de gran consumo de recursos y muy dependientes de las temperaturas para saber hasta qué punto es posible aguantar más o menos, el nerviosismo que existe ahora mismo en todo el mundo es lo suficientemente intenso para provocar que el rebote económico tras el control del Covid se frustre en un marasmo de nervios, demandas insatisfechas y precios y costes descontrolados. Las semanas y meses que vienen serán determinantes para saber si la situación que vivimos, extraña, es un tropiezo que no va a llegar a más o un problema serio que puede complicarnos mucho la existencia. De momento la encarece.
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