Ayer por la noche pasaron muchas cosas. Cayó una intensa tormenta en Madrid, en Cerdeña fue detenido uno de los mayores traidores y cobardes de la historia reciente de España y en Alemania tuvo lugar el último debate electoral de cara a las elecciones legislativas de este domingo. Las encuestas siguen apuntando que el actual partido gobernante, al CDU conservadora, perderá frente a los socialdemócratas, ambas formaciones con candidatos grises, y que los verdes serán la tercera fuerza, desbancando a la ultraderechista Alternativa por Alemania, que cae muchos puntos. En dos o tres días veremos a ver el grado de acierto de los pronósticos.
Lo relevante de estas elecciones no es quién gane y se presenta, sino quién estará ausente. Por primera vez desde hace dieciséis años, cuatro comicios verdaderos, Ángela Merkel no figurará como candidata de su partido, la conservadora CDU, y su gesto, ya universal, de las manos unidas a su manera no aparecerá en cartel alguno ni en las vallas. Merkel lo deja tras una etapa de gobierno en la que ha tenido que afrontar retos enormes, para los que ha demostrado una valía fuera de toda duda, y que ha marcado una huella profunda no sólo en Alemania, sino en toda Europa. Sus gobiernos, varios de ellos en coalición con los socialdemócratas, han sido una garantía de estabilidad en un continente azotado por tormentas electorales que han derribado primeros ministros como si fueran casas prensadas por la lava de La Palma. Seria, discreta, con un toque de introspección que no nunca le ha abandonado, Merkel ha sido rígida en ocasiones, audaz en otras, flexible y dura a lo largo de todos estos años. Tres han sido las grandes crisis que le ha tocado lidiar, y de las que ha sabido salir indemne; la económica tras el derrumbe de 2008, muy leve en Alemania, y su contagio a la deuda soberana y el propio futuro del euro, la de los refugiados tras la avalancha de sirios que huyeron de su país en medio de la cruel guerra civil que lo azotaba y la del coronavirus, global, que Alemania ha sobrellevado con mucha menos crueldad en forma de fallecidos que la mayor parte de los países de su entorno. En todas ellas Merkel se ha mostrado como una dirigente seria, ajena a las modas. En tiempos de velocidad y de populismo rampante, de liderazgos huecos en los que sólo caben los asesores de imagen y los creídos “spin doctor” que viven pendientes del último tuit y sondeo, Merkel ha sido una roca que ha aportado firmeza a la veleta global. No decidía nunca la primera, no se dejaba llevar por impulsos. Preguntaba, recababa informes y datos, y luego decidía. Una vez había decidido, era firme en defender su elección, y no se dejaba amilanar. En la crisis del euro fue dura con los países del sur, lo que le granjeó muchas críticas, desde luego menos de las que justamente merecieron muchos de los responsables de la ruina que en naciones como Grecia o la nuestra causaron años de enorme dolor y sufrimiento, críticas que no fueron emitidas, y que aún hoy, años después, no se oyen ni siquiera como lamento propio solicitando perdón por los errores cometidos. En la crisis de siria se mostró comprensiva con los refugiados y, en medio de las tensiones provocadas por el auge de la extrema derecha, decidió abrir sus fronteras y acogió a miles y miles de ellos, lo que le llenó de críticas entre muchos de sus propios y de elogios comedidos de los ajenos, que ya se sabe que el sesgo político impide elogiar como es debido a los contrarios cuando hacen lo que es debido. Y en el coronavirus se mostró firme, con rigor científico, nunca menospreció la dimensión de la crisis, nunca negó a su sociedad las palabras duras que describían lo que se les venía encima y las muertes que acarrearía, y ha sido estricta con los procesos de confinamiento y desescalada. En todos los avatares sufridos, desde su perspectiva vital y conocimiento del país en el que vive, ha actuado movida por el interés político, obviamente, pero con un sentido de la responsabilidad y de estado tan aplastante como ejemplar.
Basta ver la nómina de mandatarios que han pasado mientras ella gobernaba. Hollande, Sarkozy, May, Cameron, Conte, Renzi, Zapatero, Rajoy, Trump…. Todos ellos absolutos incapaces a su lado, muestrario de egos, prisas, desconcierto y falta de capacidad. Muchos de ellos implicados en escándalos de corrupción, y ella, que sigue yendo por las tardes al supermercado a hacer su compra, ajena a las tentaciones que el dinero y el poder siembran en quienes cerca de ellos andan, y tarde o temprano, la mayoría, caen. Merkel lo deja y, sin duda, será añorada por muchos, al menos por los que pensamos que la política es algo serio, es un servicio púbico a toda la ciudadanía de un país y requiere entrega, honradez y sacrificio. Con sus aciertos y errores, Merkel ha dado una lección práctica de gobernanza en un mundo que la necesita con apremio.
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