Ya durante el verano del año pasado me asombró comprobar la dureza con la que los ayuntamientos, para disimular sus vergüenzas, decían que aprobarían normas para prohibir los botellones callejeros, cuando resulta que no están permitidos desde hace mucho tiempo. Se nota que los adolescentes de ahora no han visto Casablanca y las autoridades no la han olvidado, dado que se escandalizan de que “haya juego” en el local que frecuentan cada noche y del que sacan pingües beneficios. Este año los botellones se repiten, con más fuerza frecuencia que nunca, pero aderezados con una sesión de botellazos a la autoridad que es mucho más grave.
No hace falta irse muy lejos. Viajemos, por ejemplo, a Elorrio, mi pueblo. Allí en las noches de verano se ha implantado el botellón en la zona de San José, una ermita situada en lo alto del pueblo en un paraje muy bonito, al lado del típico escenario de pabellones industriales que, al parecer, llama a la bebida y a quemar ruedas de coches en todas partes. Pasaba por allí en mis días de vacaciones en agosto por las mañanas paseando de camino a las obras del tren de Alta Velocidad, que me encanta ver cómo avanzan, y la decoración de basura esparcida por los alrededores era cada día más o menos de igual dimensión pero distinto colorido, prueba de la juerga de la última noche. Ya hace varios meses estos botellones fueron una de las causas por las que la positividad en el pueblo se disparó, y de la irresponsabilidad de estos, y de algunos otros, el resto tuvieron que pagar con cierres, pérdidas económicas y malestar, además del obvio miedo al ver el disparo en las tasas de contagios. Este pasado fin de semana, primero de las no fiestas, el botellón organizado debió ser monumental, con cientos de chavales. Acudieron las patrullas de la Ertzaina a disolverlo, porque era excesivo hasta para los irresponsables estándares del ayuntamiento local, y algunos de los congregados debieron irse por ahí, pero no pocos bajaron al centro del pueblo, y en la noche del sábado organizaron un episodio de pura kale borroka contra las fuerzas del orden, utilizando para ello todos los medios habituales en estos casos; quema de contenedores, destrozo de mobiliario urbano para ser arrojado, pintadas, etc. Violencia desatada en la que se juntaban algunos amantes de la juerga, varios borrachos descerebrados y no pocos elementos de la infamia batasuna local dispuestos a reverdecer su años “heroicos” y volver a enfrentarse a las fuerzas de la policía. Una noche de disturbios de elevada gravedad, en la que las patrullas de seguridad mandadas al pueblo se vieron superadas en algún momento y en la que se vivieron escenas de auténtica caza por parte de los violentos ante los agentes. Todo de lo más edificante. A lo largo de este verano el espectáculo de borrachos que arrojan cosas a la policía se ha vivido en muchos pueblos, del País Vasco y del resto de España, en un ejercicio de incivismo e irresponsabilidad digno de estudio, pero desde principios de agosto, empezando por San Sebastián, se ha visto que este tipo de comportamientos violentos han reverdecido las ganas de bronca de los batasunos, que llevaban un tiempo hibernando, y se han debido sentir como llamados por la música de los cristales rotos y el golpe de objetos contra los escudos policiales de protección. No es necesario mucho ánimo para que esos indeseables se pongan mano al cóctel y destrocen cosas, y se ve en la cara de los dirigentes de su formación, empezando por el tal Arnaldo, la satisfacción de ver como sus huestes vuelven a la carga amparadas en la sensación de hastío provocada por meses de pandemia y restricciones. No debiera extrañarnos mucho que la maldad de sujetos como ese aproveche estos momentos para sacar rédito y echar más gasolina al fuego social, pero no por ello la repulsión que provoca su actitud es menos intensa.
Este fin de semana que viene son la repetición de las no fiestas, ese fantástico eufemismo creado por la sociedad para amparar que no hay celebraciones oficiales pero si la juerga nocturna asociada, y es de esperar que, tras lo vivido el primer sábado, el segundo cuente con presencia policial preventiva que impida una reiteración de los altercados, pero a buen seguro se mantendrán las ganas de los borrachos y las intenciones de los malnacidos. Más allá de la pandemia y sus nefastas consecuencias en todos los ámbitos, algo profundo sigue muy podrido en parte de la sociedad vasca, que no sólo ve como naturales, sino que respalda comportamientos muy indignos. Y el tal Arnaldo festejándolo.
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