Contemplando las tormentas de estos días y sus incesantes fogonazos de rayos era inevitable hacerse el chiste de por cuánto nos iba a salir la broma al precio que está la electricidad. De momento las tormentas son un fantástico espectáculo que sigue siendo gratis, pero cada día que pasa lo de poner un electrodoméstico se convierte en una odisea de costes crecientes, y si usted como particular tiene esa sensación, piense en los negocios, de todo tipo, para los que no es una opción apagar aparatos, luces o demás instalaciones que deben estar encendidos todo el tiempo. Esta es una de esas variables que son coste puro, que se cuelan en el mecanismo de precios y los disparan, generando inflación de la muy mala.
El precio de la luz es un galimatías en el que se juntan problemas de todo tipo, principalmente técnico, tecnológico, económico, político, medioambiental y social. El recibo de la luz es un arcano que tradicionalmente se pone como ejemplo de lo que no se puede entender, y pese a ello bien poco se hace por aclararlo. Además de todos los condicionantes anteriores, el recibo de la luz en España se ha utilizado habitualmente como alfombra para esconder en él costes que, en algunos casos, tienen relación con el sistema de generación, pero en otros absolutamente nada, pero como es algo en lo que el gobierno puede meter mano sin que se note, permite no crear nuevas figuras impositivas para así enmascararlas en un recibo que casi todo el mundo tiene que pagar con periodicidad fija. La subida desatada de precios que vemos estos días tiene dos causas fundamentales, una más o menos coyuntural y otra que ha venido para quedarse. La coyuntural es el disparo de los precios del gas natural, que suben en el año en el entorno del 80%, entre otras cosas por el caos en las cadenas de suministro global que ha originado el rearranque de la economía tras los confinamientos pandémicos. El gas natural se utiliza en los ciclos combinados para generar electricidad, y el uso de estos sistemas es mayor cuento menos viento hay, cosa habitual en verano, que deja a los molinos eólicos completamente parados y provoca que su aporte al sistema sea nulo. El sistema marginalista de precios hace que la producción más cara que entra en la cantidad producida en el día sea la que determine el precio global para todos, cosa que es lo que sucede en el modelo clásico de oferta y demanda, y eso hace que si el precio del gas sube, el precio marginal del último Megavatio producido lo haga. El elemento estructural que aumenta los precios es el aumento de los costes de los derechos de emisión de CO2, que se pagan para penalizar las emisiones contaminantes en Europa. Si toda la luz se produce con, pongamos, nuclear y eólica, que no pagan derechos porque no emiten, su coste será menor que si se obtiene con, pongamos, los citados ciclos combinados de gas, que sí emiten y deben compensar con la compra de derechos en el mercado de emisiones para “pagar” por la contaminación que generan. Ambos factores unidos presionan el precio de la tecnología marginal, y con él el precio de mercado. Sumen a ello que el modelo de casación de precios, que tiene su lógica, está algo desvirtuado por el hecho de que, ni en el lado de la oferta ni en el de la demanda, estamos en un mercado de competencia perfecta, y el resultado, con todo este lío, ya puede ser bastante caro. Como la tendencia de los precios en los mercados del gas y los derechos es de mantener las subidas, esos factores presionan al precio marginal de oferta, y así es previsible que los precios se mantengan elevados durante bastante tiempo. Esto es algo que se ve en el resto de países europeos, que no bajan del coste de 100 euros por Megavatio desde hace semanas, aunque es cierto que, dado que varios de ellos tienen rentas más altas que las nuestras, sus precios relativos son menores. Pero piense en Portugal, con el que compartimos precio al ser un mercado eléctrico único, y lo relativamente aún más caro que le sale el pico que pagamos los españoles.
Cómo no, a todo este lío (del que en el párrafo anterior sólo he comentado algunas de las muchas tramas que lo conforman) no le ayuda nada la demagogia política. Para el partido gobernante la subida de la luz nunca es excesiva, y siempre resulta insoportable para el partido opositor. El partido que no gobierna siempre afirma saber cómo bajar el precio, de una manera sencilla e instantánea, pero curiosamente se “olvida” de cómo hacerlo cuando llega al poder y es el partido que deja el gobierno el que “descubre” la fórmula para revertir el precio. Sí, es patético. Y bueno, hay otro tipo de partidos, como Podemos, que gobiernan, se oponen y no saben, todo a la vez. Eso es iluminación de la Santísima Trinidad, confío en que a ellos sí les hagan una rebaja de la factura.
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