Hoy la previsión meteorológica es menos intensa que la de ayer, por así decirlo, así que he salido de casa sin paraguas, y al emerger de la boca de metro del trabajo me he dado cuenta de mi error, porque llovía en la zona de la ciudad en la que están las oficinas en las que trabajo. Gotas gordas, truenos de fondo y un tono amarillento del cielo en el que el Sol del amanecer podía escaparse pro alguna franja y le daba a la escena una luz psicodélica, espectacular. Si no lloviera era para quedarse quieto en la calle un buen rato disfrutando de una paleta de colores propia de un Antonio López o del infinito Velázquez, ambos enamorados de los cielos que es capaz de regalar esta ciudad cuando a ello se pone. Me he mojado, pero con gusto.
El tiempo y las tormentas pierden gran parte de su poesía cuando acaban convirtiéndose en fenómenos peligrosos y dañinos. Ayer fue un primero de mes muy septiembre y mucho septiembre, que diría el expresidente Rajoy, con una noche en el centro peninsular de descargas eléctricas (de las gratuitas) y lluvia como para quedarse embobado en la ventana, que es lo que hice. Afortunadamente las consecuencias fueron menores, porque a eso de las cinco y media de la mañana, cuando la intensidad era torrencial, apenas había movimiento en las carreteras ni cosas que estropear. En el arranque del servicio del metro se produjeron incidencias en estaciones anegadas pero, por fortuna, cosas de poca gravedad, abundantes pero livianas. Señalaba el pronóstico un repunte de la actividad tormentosa por la tarde, y así fue, con chubascos que en Madrid ciudad cayeron, pero con menor intensidad que la noche anterior, por lo que apenas causaron problemas. Lo mismo no se puede decir de otras zonas de España, en especial de Alcanar, en Tarragona, y de varias localidades de Toledo. Ahí los cielos decidieron darse un homenaje, con precipitaciones torrenciales, en cuantía e intensidad, que provocaron abundantes destrozos y escenas de pánico entre vecinos y personas que se desplazaban por las zonas afectadas. Líneas de tren cortadas, carreteras anegadas, decenas de coches convertidos en imitadores de patitos de goma en una bañera salvaje, ramblas transformadas en cataratas, zonas costeras en las que el marrón del lodo impedía saber dónde acababa la tierra y empezaba el mar…. A esta hora de la mañana no consta que haya habido desgracias personales tras estas trombas, lo cual es un alivio, pero viendo las escenas que muchos de los afectados colgaban en redes sociales a lo largo de la tarde de ayer, se puede dar gracias al cielo, cuando está sereno, y a las deidades que ustedes gusten, porque todos puedan contarlo. Las escenas más angustiosas se vivieron en las afueras de Toledo ciudad, en una carretera que lleva a varios polígonos industriales, en la que decenas de vehículos y sus ocupantes quedaron atrapados por el agua primero y el lodo después, y tuvieron que ser rescatados de urgencias por servicios de bomberos que, supongo, mirarían incrédulos el panorama que ante ellos se presentaba. Tanto en Tarragona como en Toledo se superaron los registros máximos históricos de precipitación de esas zonas, y el ritmo de caída de lluvia se elevó bastante por encima del registro de un litro por metro cuadrado y minuto, una salvajada que es lo que se denomina técnicamente precipitación torrencial. Ante desplomes de agua de semejante dimensión apenas son efectivas las infraestructuras de evacuación, y sólo queda en confiar en que el tiempo en el que ese desplome se da sea el mínimo posible y, por ello, el riesgo asociado. Es obvio, vistas las imágenes, que lo que cayó superó notablemente los límites de riesgo soportable y sólo la fortuna nos permite hoy hablar de escenas de miedo y daños económicos, pero no pérdidas de vidas. En todo caso, la tarde de ayer fue de pánico en muchos lugares.
Es interesante, o agónico, comprobar lo que algunas de las localidades toledanas llevan este año. Varias de ellas han sufrido tres episodios meteorológicos de una intensidad nunca conocida. En enero les cayó al Filomena, que les sepultó en hielo y nieve durante días, a mediados de agosto sufrieron el pico de la ola de calor que les hizo batir records de temperatura máxima, tras haber perforado sus registros de mínimas cuando la nieve les aplastó, y ayer vieron como tormentas apoteósicas les sumieron en riadas de las que apenas hay registros comparables. Sí, esos pueblos habrán vivido en este año días anodinos, tranquilos, deliciosos, indudablemente, pero la desgracia en forma de fenómenos extremos se está cebando con ellos de una manera tan destacada como, cierto, sorprendente.
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