Ayer les comentaba que varias eran las sombras que acuciaban a la economía nacional, fruto de problemas propios y del complicado contexto internacional que vivimos, y justo a lo largo del día los mercados financieros, que llevan semanas en rumbo lateral en Europa y alcistas en EEUU, empezaron a tomar conciencia de esas incertidumbres, aderezadas de temores sobre el caso Evergrande y el futuro de la economía china, y se dieron un porrazo en todo el mundo, con caídas algo superiores al 2%. El Ibex estuvo tan mal como el resto, no destacó especialmente. Está por ver si es el inicio de caídas mayores o un tropezón seguido de tumbos pero sin grandes desplomes.
Todos estos problemas económicos que les comentaba ayer también se dan en el Reino Unido, con la diferencia de que allí el brexit supone un enorme problema añadido que lo complica todo, y siempre para mal. La decisión de salir de la UE por parte de los británicos es el típico caso de decisión irracional que sólo ocasiona perjuicios, para el club que es abandonado, que pierde un socio, relevancia y contribución, y para el que se va, que se queda sólo y debilitado en un entorno hostil. El populismo británico, más bien inglés, que lideró aquella campaña, la amañó, y logró llevarse el gato al agua empieza ahora a ver algunas de las consecuencias reales de los falsos eslóganes que vendieron a la población. Es cierto que la pandemia, que ha golpeado a las islas con mayor fuerza que al continente, ha supuesto poner el tema del Brexit en un segundo plano y que sus efectos no se notasen demasiado, pero a medida que el virus queda bajo control (benditas vacunas) el desastre de la salida de la UE empieza a mostrar múltiples caras, todas desagradables. Desde hace meses se suceden las escenas de desabastecimiento de algunos productos en los estantes de los supermercados británicos, especialmente frutas y verduras. Para un país que importa la mayor parte de su comida parece un absurdo ponerse a instalar aduanas, controles, papeleos y burocracias en el proceso de traslado de la comida desde sus lugares de producción, muchos de ellos en España, hacia las despensas de los hogares británicos, pero esa es una de las grandes traducciones del hecho de abandonar un mercado común, el europeo. En estos días vemos cómo el abastecimiento de combustible en las gasolineras se está complicando en aquel país. Muchos surtidores están cerrados, otros racionan la cuantía que pueden dispensar y las colas crecen, y en ellas el hartazgo de muchos conductores, que han llegado a mostrar escenas violentas, con peleas a pie de manguera. Algo absurdo, difícil de imaginar, pero que ahora mismo se está dando en ese país. ¿Por qué? ¿No hay gasolina? Haberla hay, más que suficiente, pero la gasolina no tiene patas y no es capaz de ir andando sola desde las refinerías a las estaciones de servicio, se lleva en tanques arrastrados por camiones conducidos, y lo que no hay son conductores. El Brexit ha supuesto que muchos de los conductores, antiguos comunitarios, hayan perdido derechos respecto a otros no comunitarios, o que no hayan podido regularizar su situación y hayan acabado por salir del país. Como sucede también aquí, la gran mayoría de los camioneros no son nacionales, sino venidos de otros países, y el endurecimiento de las leyes de inmigración con motivo de la salida de la UE y el considerar como inmigrantes a todos los no británicos ha hecho que en la conducción, y en otras muchas profesiones industriales, de la construcción y similar, la mano de obra escasee y se empiece a rifar. Sin conductores los camiones de abastecimiento de gasolina, o los reponedores de comestibles en el supermercado, o tantos y tantos casos como usted pueda imaginar que impliquen grandes cajas con ruedas moviéndose por las carreteras se convierten en destinos no alcanzados, y el consumidor que los desea, o la empresa que demanda esos productos para sus procesos, no puede acceder a ellos. Y todo se para, y se disparan las colas, y surge la violencia, y se da cuenta uno del enorme error que ha supuesto eso que era tan “beneficioso” para los británicos, según les contaban algunos falsos populistas, valga la redundancia.
En medio de un nerviosismo creciente, con llamadas a la calma de un gobierno que no parece controlar la situación, algunas voces reclaman la intervención del ejército, y se están aprobando permisos de residencia para extranjeros de unos meses para aliviar la situación, que no servirán de nada porque nadie va a ir allí a trabajar con una fecha de despido dada tan certera, sin posibilidad alguna de compatibilizarlo con una vida profesional y personal carente de futuro. Lo que vemos es un perfecto ejemplo de ese dicho que reza que toda cadena es tan fuerte como el más débil de sus eslabones, y ha sido el de los conductores el que ha roto el sistema de suministro británico. El gobierno de Johnson tiene una enorme papeleta encima de la mesa, que irá extendiéndose a otros sectores a medida que el Brexit siga generando destrozos, y sabe que la solución a todos ellos es echar atrás la disparatada decisión que el propio Primer Ministro defendió y usó para su beneficio. Eso me hace suponer que no quiera rectificar. El dolor crecerá.
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