Cubierta y amenazante se presenta la mañana en Madrid, donde la previsión de tormentas y lluvias es casi una certeza para el día de hoy. Donde sí está lloviendo es en Málaga, lo que sin duda es una gran noticia, porque así sí se podrá extinguir el incendio de Sierra Bermeja, que lleva ya varios días intratable y ha calcinado una superficie de en torno a 8.000 hectáreas, que es mucho terreno. Un miembro de una brigada forestal ha fallecido en las labores de extinción de este fuego, en lo que es la primera víctima de este año en España por este concepto, y miles de personas de distintas localidades han sido evacuados y movidas por la comarca a medida que el fuego amenazaba uno u otro municipio, huyendo de su destrucción.
Ahora que el verano se acaba, podemos decir que en España hemos tenido mucha suerte con los incendios forestales, aun habiendo sufrido varios. Los dos más graves han sido este de Málaga y el de Navalacruz en Ávila, el más extenso en lo que hace a destrucción de superficie forestal, pero visto lo que ha sucedido en otros países del Mediterráneo nos podemos dar por tristemente satisfechos. Italia, especialmente en Sicilia y, sobre todo, Grecia y Turquía, han vivido enormes fuegos que han arrasado superficies gigantescas, llegando en algunos casos como el de la isla griega de Eubea a devastar un tercio del total de su extensión, en lo que supone un destrozo ambiental absoluto y, también, un tremendo impacto económico para los residentes de ese lugar. El término de catástrofe está muy bien utilizado para definir lo que se ha vivido en esas naciones a lo largo de este verano. Sin embargo, si eso es así, ¿cómo definimos lo que pasa en California desde hace meses? Allí una serie de incendios se propagan sin control desde entonces y han conseguido hasta ser llamados con un nombre propio, muestra del miedo que imponen y del propio comportamiento que generan y les hace dignos de ser reconocidos como entidades. “Caldor o “Dixie” son monstruos que han devorado decenas de miles de hectáreas de bosques, pastos, lugares poblados y todo lo que se ha puesto en su camino. Si las brigadas forestales europeas poco han podido hacer frente a los fuegos que nos han atacado aquí resulta humillante comprobare las imágenes de los miles de personas que, con todos los medios posibles, luchan contra las llamas en California, donde la impotencia es el único resultado obtenido. Los miembros del equipo de extinción de incendios de la Junta de Andalucía han dicho que el incendio de Málaga es de lo que llaman sexta generación, fuegos que, por cuestiones varias, alcanzan una virulencia y potencia tal que son capaces de crear un clima propio en su zona de desarrollo y reforzarse en él. La formación de pirocúmulos, una especie de nubes de tormenta compuestas por vapor de agua y el resultado de la combustión del incendio es uno de los signos de que el fuego se ha convertido en un ente con dinámica meteorológica propia, y esas nubes, que crecen sobre la base de las llamas, suelen ser la fuente de nuevos incendios al colapsar su dinámica ascendente cuando no son capaces de autosostenerse, como le pasa a una tormenta normal. En el caso de las tormentas el desplome se acompaña de vientos racheados, agua y, en su caso, granizo. Aquí se mantienen los vientos racheados pero el agua se sustituye por partículas quemadas y restos, que dispersados en un área más amplia propagan las llamas de manera violenta, caótica y salvaje. Un incendio de estas características no es apagable por los medios de los que se disponen hoy en día, es muy inmune a los cortafuegos y, si el tiempo no cambia y no llueve, sólo se acaba cuando termina el material inflamable que lo alimenta. Los trabajos de los equipos de tierra y medios aéreos apenas son capaces sino de acotar algunas zonas de estos fuegos y tratar de contenerlos, pero poco más pueden hacer.
El Mediterráneo y los incendios son algo que va unido, no es casual que muchas de las fiestas de la zona estén relacionadas con la quema de objetos, hogueras o similares, pero a medida que los veranos son más calurosos, los regímenes de precipitación se vuelven más irregulares y, sobre todo, el terreno se llena de viviendas y personas en él, el peligro de los fuegos crece, y sus daños con él. Lo repito una y mil veces, no hay mayor catástrofe natural que un incendio forestal, nada hace más daño al paisaje, fauna, recursos y estética de un lugar que un fuego, pero aún no parece que la sociedad lo vea así. La persecución a los pirómanos no es intensa y no consta que suela haber detenciones y grandes penas de cárcel por causar semejantes daños. Nos tenemos que poner muy en serio con el tema de los fuegos, nos va el paisaje, la economía y las vidas en ello.
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