Una de las cosas que casi todos dábamos como seguro era el intenso rebote económico que se iba a producir tras la relajación de las restricciones asociadas a la pandemia. Tras el descalabro absoluto, existencial, del año pasado, las cifras actuales se iban a comparar contra un suelo hundido y el efecto de la demanda embalsada, que no pudo gastarse entonces, iba a tirar con fuerza de la economía, no compensando de manera automática el destrozo del PIB, porque eso no es posible, pero sí metiendo mucha gasolina extra en el motor y revolucionando la economía al máximo. Lo cierto es que algo de eso hay, sí, pero también otras cosas, y no buenas, no esperadas.
La semana pasada el INE dio a todos un baño de realidad estadística al publicar el dato oficial de crecimiento del segundo trimestre de este 2021. El valor, un incremento del 1,1%, es positivo, pero sabe a poquísimo, sobre todo desde que el propio INE diera un dato adelantado, que es una especie de estimación, que situaba ese valor esperado en el 2,8%. La diferencia no son décimas, precisamente, sino una reducción que supone que el valor finalmente alcanzado no llega ni a la mitad del que se esperaba. Decepción, rumores, malas caras, sorpresa… la publicación del INE supuso la semana pasada todo un terremoto entre los analistas y expertos en la materia, que daban por hecho un crecimiento mucho más vigoroso como señal de lo que antes les comentaba y reflejo de una perspectiva de futuro mucho más halagüeña. El gobierno, que ha utilizado esa estimación del 2,8% en sus estudios para la elaboración de los presupuestos, decidió no darse por enterado del recorte del dato y lanzó balones fuera, diciendo que vivimos tiempos volátiles y que, cifra arriba o cifra abajo, la recuperación es intensa y se ha más que consolidado. Voluntarismo no le faltó a una Nadia Calviño que, a buen seguro, sabía hasta qué punto lo que decía chocaba con la realidad del organismo estadístico. ¿Qué ha pasado? Aún es pronto para saberlo, pero todo apunta a que el efecto de algunas restricciones, que seguían en vigor en ese segundo trimestre, han hecho mella y que, sobre todo, se empieza a notar la influencia de frenos económicos que se están disparando por doquier, amenazando el panorama. La subida de los precios energéticos, traducida en grandes facturas de la luz o de la gasolina, no es sino una de las vías por las que la inflación de costes se está colando en la economía y detrayendo riqueza de las familias y empresas, consumiendo parte del ahorro acumulado que se originó durante la pandemia. Las roturas de las cadenas de suministro globales, que está ocasionando estrecheces e incapacidad de abastecer suministros, provoca al cierre temporal de plantas de automoción y dislocaciones en distintas industrias que no pueden dar abasto a sus demandas. El coste de los fletes se ha disparado, y los contenedores que viajan por todo el mundo transportando mercancías de todo tipo lo hacen menos, por problemas logísticos de las propias navieras y de la industria de los contenedores, y a un precio bastante más alto, por lo que nuevamente esa inflación de costes aparece en productos de consumo o de uso intermedio, lo que daña las cadenas de valor y el poder adquisitivo del consumidor. Estas fricciones, algunas de ellas esperables, se están enquistando mucho más de lo previsto, convirtiendo problemas que se esperaba que durasen semanas o pocos meses en incertidumbres que no se ven agotadas en el futuro. Quizás la más grave sea la de los microchips, pero las tensiones en los precios de la energía tampoco tienen pinta de aflojar a corto plazo. En definitiva, más allá de los problemas propios de la economía española, el contexto económico global está empeorando y eso mete frenos a la expansión que todos esperábamos. Pareciera que, como a un motor, le hemos pisado demasiado el acelerador y están surgiendo muchas vibraciones y piezas que dan problemas, y que no soportan tanta velocidad.
¿Este tropezón que ha reflejado el INE es permanente? No se sabe. Todos suponemos, ay, otra vez, que los datos del tercer trimestre, que acaba pasado mañana, serán mejores porque ha sido un verano no normal, cierto, pero mucho más verano que el del año pasado, con un movimiento turístico nacional muy destacable y una primera presencia de turismo internacional que ha podido dinamizar la economía. Por ello, sí estamos ante un exceso de optimismo en el avance y una cura de realidad con el dato cierto, pero queda bastante por saber cuál es la tendencia a corto plazo. Por lo pronto, se impone la prudencia, y dejar en la nevera gran parte del optimismo económico con el que se afrontaba este 2021. Como mínimo estamos en un terreno volátil y complicado.
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