miércoles, septiembre 01, 2021

Afganistán y la UE

Lo de Afganistán es un desastre colosal, ineludible. Ayer Biden compareció en la Casa Blanca y calificó lo sucedido como éxito, en una de las comparecencias más absurdas que imaginarse uno pueda, casi al nivel de la “misión cumplida” que proclamó Bush hijo justo antes de que Irak se convirtiera en un polvorín. Las consecuencias de lo que allí ha pasado nos interpelan a todos, y provocarán efectos, algunos a corto plazo, otros profundos, cuyo alcance no se atisba en su totalidad, ni creo que sea posible precisarlo ahora. A la UE, a nuestra Europa, lo sucedido allí nos va a facetar de muchas maneras, pocas buenas, y más nos vale que, frente a la irrealidad de Biden, nos pongamos a pensar, honestamente, en ello.

Si quieren, lo que más ha hecho destacar lo sucedido estas semanas de evacuación y huida es, hasta qué punto, Europa no pinta nada militarmente en el mundo, pero nada de nada. La retirada era un tema de las tropas norteamericanas y los talibanes, pero el resto de países que formábamos parte de la coalición internacional y que teníamos personal propio y colaborador allí estábamos a expensas de lo que se decidiera en Washington sobre los planes de evacuación, y el calendario y las formas fueron impuestos por ellos, sobre todo porque eran los únicos que tenían soldados de verdad en el terreno y capacidad de imponer el orden de alguna manera (por las armas). Países como España mandamos un pequeño contingente militar de decenas de personas para asegurar los embarques, pero lo cierto es que esos soldados españoles no tenían nada que hacer en caso de que los talibanes hubieran decidido que ahí no pintábamos nada antes y que nos largásemos. La sensación de impotencia era tan cierta como profunda. En la misión afgana, como en muchas otras anteriormente, el escudo de la OTAN ha significado que la inmensa mayoría de las tropas desplegadas sobre el terreno eran de EEUU, el ejército más poderoso del mundo, y que el resto de países éramos una comparsa de mariachis que, una vez pacificadas las zonas, montábamos bases de seguridad y con un cúmulo de objetivos civiles, pero sin capacidad real de defensa, siendo EEUU quien sacaba las castañas del fuego a todas las nacionalidades que se vieran envueltas en incidentes serios o amenazas de seguridad. La política de defensa, militar, es algo que en la UE no se quiere abordar en serio, y que sólo se ha tratado como tal desde su vertiente económica, con el desarrollo de empresas y programas de inversión destinados a uso propio o la venta a otras naciones, como los A400M de Airbus que hemos visto trabajando sin descanso estos días, pero no existe nada sobre un embrión de ejército comunitario, de fuerzas de defensa comunes o algo que suene a tropa real, a militares que enarbolen la bandera de las doce estrellas y que lleven armamento, y estén adiestrados para usarlo. Cada cierto tiempo este debate se abre pero choca con la impopularidad que tienen este tipo de inversiones en las sociedades europeas, postmodernas hasta el extremo, que rechazan la violencia como forma de solucionar las cosas. No sería malo este planteamiento si viviéramos en un mundo en el que el resto de actores pensasen de la misma manera, pero basta acercarse al límite de Ucrania con Rusia para comprobar que las milicias, armas y violencia son una manera de resolver disputas que se ve con naturalidad en otras partes. Por motivos históricos, la UE ha “subcontratado” a EEUU como ejército de defensa, obteniendo ambas partes ventajas mutuas, pero dejando claro quién tomaba las decisiones de dónde y cómo se intervenía. Ahora que EEUU puede estar de retirada, ¿seguirá la UE con esta política tan arriesgada para su propia integridad?

Las bravatas de la presidencia de Trump resonaron en los despachos de Bruselas tanto en lo económico y político como en este tema de la seguridad. El que “el primo de zumosol” norteamericano empiece a orillarnos era una situación inédita, no contemplada, pero que nos obliga como conjunto de naciones a madurar en temas como el de la defensa, a poner recursos y planes con vistas a un plazo medio en el que la defensa de las fronteras y la forma de vivir de Europa no se ejecuten sólo mediante la compra de voluntades de terceros países de los que nos avergonzamos, como va a suceder ahora para evitar flujos migratorios desde Afganistán. Urge crecer y asumir que, si queremos seguridad propia y capacidad de decisión en la materia, tenemos que tener fuerza propia. Sino, las quejas ante el comportamiento de EEUU no serán sino las constantes pataletas de un niño malcriado. Y eso, además de peligroso, es cansino.

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