El fin de semana pasado vi Civil War, película del director británico Alex Garland. Precedida de buenos comentarios, acudí a la sala con ganas de que me gustase y expectativas elevadas. Eso es peligroso, en casi todos los aspectos de la vida, pero en este caso no supuso problema alguno, porque el producto que me encontré superó, en prácticamente todos los aspectos, lo que me esperaba. Enclavada en un tiempo equivalente al nuestro, pero en una realidad alternativa, nos presenta a unos EEUU sumidos en una guerra civil en la que Texas y California, junto con parte de Florida, se han alzado contra un presidente que, en su tercer mandato, vive atrincherado en la Casa Blanca.
La acción se desarrolla en la costa este del país, tras lo que parece ser un tiempo largo de combates, en el que la sociedad que conocemos ya ha sucumbido en gran parte y la violencia armada, organizada o simplemente gansteril, se ha adueñado del paisaje. No queda nada claro cuáles son las motivaciones de los contendientes ni las ideologías que los respaldan, siendo en este sentido una guerra abstracta, en la que los bandos no generan empatía a un espectador que es lanzado a una moderna visión del infierno con el decorado de la opulencia norteamericana. En los barrios de extrarradio donde habitualmente se desarrollan tramas de comedia o vida de cualquiera de las series que conocemos a miles se vive una situación bastante afgana, de anarquía, de violencia. Los protagonistas de la historia no son los combatientes, sino un grupo de fotoperiodistas, dos veteranos, uno ya jubilado que persiste en su profesión y una muy joven que admira a los que al género se dedican y se cuela en el grupo. En su viaje de Nueva York a Washington, para tratar de cubrir el posible asalto de las tropas rebeldes a la capital, se suceden episodios en las carreteras secundarias que deben tomar al estar destruidas, o tomadas, gran parte de las autovías del país. Los periodistas buscan la noticia por encima de todo, la foto y se juegan la vida, en ocasiones de manera absurda, para lograrla, sin que les parezca importar demasiado lo que ocurre a su alrededor, o, desde luego, menos de lo que vale para ellos una instantánea. La sensación que da el filme no es, ni mucho menos, de idealización de la profesión de reportero, y el personaje principal, excelentemente encarnado por Kirsten Dunst, ofrece sin cesar el agotamiento de haber vivido demasiada crueldad, demasiado horror sin sentido, repetido una y otra vez a lo largo de su carrera en naciones que ella consideraba lejanas a su mundo. El contemplar esa realidad en los escenarios de su vida, de su nación, la destruye por dentro, y tiene el espectador la sensación de que la película también trata de la descomposición del personaje, de una vocación que se va corroyendo por una realidad que la supera con creces. En algunos de esos episodios el grupo de protagonistas es sometido a choque brutales con una realidad para la que no están preparados, y por momentos se les ve como meros peleles, superados por los acontecimientos. El muy veterano de entre ellos parece ser el único consciente desde un principio del desastre en el que viven, y de lo poco que sus vidas valen allí. Hay una escena en una granja, donde se ven obligados a parar por cuestiones que no adelantaré, que el director enfoca desde el más puro terror, donde todos serán sometidos a un examen vital. Quizás sea el momento más duro de toda la película, el que más te clava en el asiento y, curiosamente, está dominado por el silencio de un idílico entorno campestre, un paisaje de hierba y flores que encandila. Las voces de los protagonistas y de quienes están en la granja son las únicas que se oyen, pero el terror puro, de una manera que recuerda a cómo Stephen King va elevando el diapasón en sus relatos, se hace por completo con la escena y se desata de una manera imprevista y desoladora. Desde ese momento ya nada será igual para los componentes de la expedición y, me atrevo a decir, para el espectador.
Con escenas de cine bélico de enorme intensidad, la producción de la obra es excelente y el uso del sonido en la misma resulta perturbador. Pocas veces se han escuchado en una película los disparos como en esta ocasión, detonaciones sueltas o ráfagas que te penetran y llenan de dolor. Apenas hay momentos de relajo en la trama y la tensión se mantiene hasta el final. El uso de la violencia es explícito y sin remilgos, por lo que es recomendable acudir a verla a sabiendas de que, como pasaba en obras memorables como “Salvar al soldado Ryan” o “Hijos de los hombres” la pantalla nos va a golpear sin contemplaciones. Es una excelente película, recomendable en todos los sentidos. Y muy perturbadora por la realidad, factible, que plantea.
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