Era revuelta la previsión para los días festivos de Semana Santa, ya desde varios días antes. El fin de semana del domingo de Ramos tuvimos un anticipo de la primavera muy avanzada, con calor agradable y una estabilidad que animaba a salir de casa al más pintado. Casi todo el país disfrutó de un sábado y domingo pletórico, aderezado por un ambiente de floración espectacular gracias a las lluvias caídas a finales de febrero y finales de marzo. Pocos años en Madrid el arranque de la primavera ha sido tan pródigo en flores y frutos, con casi todo brotado.
A partir del lunes los cielos empezaron a hacer caso a los modelos, y era evidente que el temor de muchos se iba a confirmar. Cofrades, artistas y demás miembros del folclore asociado a la época de Pasión empezaron a temer que, realmente, la cosa se fuera a torcer, pero creo que ni en la peor de sus pesadillas se imaginaban lo que estaba por venir. Durante los primeros días el tiempo fue empeorando de manera progresiva, con bajada de temperaturas, vientos crecientes y chubascos que iban cogiendo forma y consistencia en todo el país, pero, especialmente, en la zona sur y occidental, la más necesitada de lluvia y la que tiene mayor actividad cofrade. El miércoles era evidente que la suspensión de pasos al aire iba a ser la tónica de los dos siguientes días, los grandes, pero más allá de los festejos, todo el sector turístico que depende del sol y playa empezaba a asustarse al ver como los arenales andaluces eran una imitación de la costa noruega, con vendavales y lluvia incesante. El flujo de visitantes empezó a rotar a un Mediterráneo en el que las precipitaciones eran más escasas, pero donde el viento no soplaba poco, con una sensación desapacible en la que la terraza era el lugar más desagradable para pasar la mañana. El proceso de cancelaciones iba a más a medida que el temporal arreciaba. Nelson, que así se bautizó la borrasca madre de todos los frentes asociados, se hizo fuerte al norte del Reino Unido y, desde ahí, se encargaba de generar líneas de inestabilidad que, arrastradas por sus vientos, barrían día tras otro nuestro país y gran parte de la fachada atlántica francesa. El jueves, el gran día para los sevillanos, amaneció con una cobertura nubosa intensa que no fue sino el preludio de un día y noche lluvioso que, por primera vez en décadas, iba a ser una “madrugá” totalmente suspendida, con todas las procesiones canceladas, la carrera oficial llena de sillas vacías empapadas y abandonadas, templos abiertos con concurrencia de fieles y turistas que trataban de ver las imágenes de los santos que iban a deambular por la ciudad encerradas, protegidas del inmenso temporal que se desataba un paso más allá del dintel de la puerta. El panorama era similar en el resto de ciudades, donde apenas unas pocas procesiones pudieron salir en Málaga o Valladolid, las más tempraneras, con una cascada de cancelaciones que iba a ser histórica. En Pirineos y el centro peninsular el temporal derivó en nevada en las cotas de montaña, y los que escogieron las estaciones de esquí para disfrutar de los días de ocio descubrieron un panorama casi como no se había dado en todo el invierno, de ventisca, copos gruesos, centímetros acumulados y valles atestados de nieve. Dos semanas antes cayó la mayor nevada de la temporada, tras un invierno de altas temperaturas y apenas un par de copos mal puestos en todas las cordilleras del norte. La nevada marciana salvó las perspectivas de Semana Santa, y la generada por Nelson ha permitido que toda la infraestructura de invierno del norte esté a pleno rendimiento en los días de más demanda. Eso no permitirá cubrir el déficit de una temporada frustrante en su mayor parte, pero algo es algo.
Lo que ha caído de lluvia en Semana Santa es extraordinario y, también, un auténtico milagro. A pesar de los lloros de los cofrades y hosteleros, las consecuencias de estas lluvias son maravillosas, con ríos y embalses rebosantes en zonas que necesitaban el agua por encima de todo. Campos de cultivo de todo tipo, arbolados, masas forestales y cualquier cosa que se levante por encima del suelo y crezca se ha visto beneficiada por el regalo de unas lluvias que, en Andalucía y Extremadura, han podido ser la salvación de todo el año. Cataluña no se ha visto tan beneficiada, aunque algo también ha caído allí. No ha habido procesiones, pero las rogativas pasadas se han visto cumplidas. El cielo agua nos ha regalado.
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