Mientras en España las tramas corruptas del desgobierno sanchista empiezan a reventar una detrás de otra y los juzgados se preparan para años y años de trabajo, en medio del silencio cobarde de los que respaldan o viven del agónico mandato de lo que antaño fue el PSOE, en Oslo, al día siguiente de al entrega del Nobel de la Paz, Marina Corina Machado pudo llegar a la ciudad y presentarse ante la multitud congregada en el hotel en el que se alojan las personalidades relacionadas con ese galardón. Fue su hija la que subió al estrado el jueves y pronunció el discurso de agradecimiento y aceptación. Ayer Marina era, nuevamente, la protagonista.
Su huida de la cárcel que es Venezuela refleja bastante bien lo que supone vivir en una dictadura, llevar una vida en la clandestinidad y oponerse, jugándose el tipo, a los designios del omnímodo poder que no duda en golpear con toda la fuerza posible a quien ose levantarse contra él. Las dictaduras funcionan como cárceles en ambos sentidos, acceder a ellas es difícil desde el exterior, y escaparse resulta aún más complicado, porque una de las obsesiones de todo régimen autoritario es que la población viva confinada, ajena al exterior, sin posibilidad de evadirse. Por eso la salida de Machado del país ha debido de ser una aventura de lo más rocambolesca, y con peligros de todo tipo, porque si llega a ser descubierta es más que seguro que las fuerzas del régimen la hubieran encarcelado en alguna prisión y su hubiese frustrado toda posibilidad de viajar a Oslo. Una vez que ha llegado, Machado tiene dos retos importantes por delante. Uno, el de intentar volver, algo poco recomendable y difícil de lograr de manera clandestina. El otro es el de lidiar con la situación en la que se encuentra ahora mismo su país fruto de la presión militar norteamericana y de sus desconocidas intenciones. Machado, y con ella todos los que ansiamos la libertad, soñamos con la caída del dictador Maduro y de su régimen, pero mi opinión es que esto no puede hacerse mediante una intervención militar expresa de EEUU que, por así decirlo, tome Caracas, o detenga al dictador, o se lo cargue. Esa no sería la manera de lograr la libertad para aquel país, porque contaminaría el proceso de oposición democrática que lleva años enfrentándose al régimen de manera pacífica. Machado lo sabe, y en sus declaraciones desde que ha llegado a Oslo se ha mostrado ambigua, alabando por un lado la presión que Trump está haciendo contra el régimen, pero dejando claro que serán los venezolanos los que recuperen su libertad. La imagen de soldados norteamericanos asaltando el país es lo que necesita un personaje siniestro como Maduro para convertirse en mártir a los ojos de una parte de la opinión pública global, y de, también, capas de la población venezolana. Si, como se ha dicho, se ha negociado una salida para el dictador de tal manera que tenga inmunidad y pueda dejar el país a la búsqueda de un exilo en lugares amigos (Rusia, Bielorrusia, no descarten Madrid) el fruto de esta movilización militar de EEUU puede hacer que caiga la dictadura sin que se produzca un enfrentamiento real, y en ese caso el amago habría sido válido, pero como realmente nadie sabe lo que planea Trump y su círculo más íntimo la inquietud no hace sino crecer en todas partes. El último de los movimientos ha sido la toma de un petrolero venezolano por parte de las fuerzas norteamericanas, acusado de contrabando. Es cierto que este barco parece que sí figuraba en algunas listas que recogen material usado por redes ilegales en sus procesos de tráfico de sustancias y mercancías, pero la imagen de los helicópteros y soldados de EEUU tomando el buque ha desatado aún más nerviosismo.
¿Estamos ante un proceso de amenazas crecientes para que Maduro se de cuenta de que no tiene alternativa y debe huir? ¿La marcha de Maduro provocará que el régimen, en manos de los militares, se avenga a razones y acepte un proceso de transición? ¿Tiene planes EEUU respecto al petróleo y recursos naturales de Venezuela que no ha hecho públicos? ¿Es Venezuela el primero de una serie de intentos de volver a someter bajo su dominio a los países latinoamericanos, renovando la doctrina Monroe del “patio trasero”? Nadie lo sabe, Machado tampoco. Por ahora, festejemos que disfruta de días de libertad y reencuentros con los suyos, pero el futuro de Venezuela es una total incógnita.