martes, febrero 23, 2021

¿Debe estar Hasél en la cárcel?

La respuesta corta a esta pregunta es que no por lo que ha dicho pero sí por lo que ha hecho. La entrada en prisión de este rapero, por llamarlo así, ha tenido lugar tras la última de sus condenas por calumnias e injurias, que se suma a condenas anteriores, lo que al tener antecedente le ha hecho inevitable el ir a la cárcel. A esto debemos sumar un historial de condenas que van más allá de las palabras, con coacciones y amenazas entre otro tipo de delitos, lo que probablemente haga que, si como ha dicho el gobierno, se reforme la ley para eliminar las penas de cárcel con las que este sujeto ha sido condenado en el caso de injurias no se libre de las rejas por los otros delitos que también ha cometido.

En general, la tendencia de los códigos es a despenalizar las palabras y a intensificar las penas por los hechos, siguiendo una máxima que reza, más o menos, que todas las personas son inviolables y objeto de absoluta protección, pero no sus ideas. Esto viene a significar que los discursos e ideas que se pronuncien no son penables con cárcel porque expresen opiniones consideradas como infames por otra persona o colectivo, pero sí lo serán si alientan a la violencia o la respaldan, de tal manera que esas palabras se transformen en hechos. Todo esto es bastante sencillo de escribir y contar, pero mucho más difícil de aplicar, y claro, con el tamiz de lo que cada sociedad y momento entiende como admisible. En España, por motivos, obvios, el delito de apología del terrorismo está muy tasada y penado, pero era en los tiempos de ETA cuando tenía un sentido más evidente, porque el apoyo a la banda asesina se realizaba por parte de personas que no empuñaban las pistolas pero señalaban objetivos, y esa vía de la apología era una de las posibles para evitar la extensión del terror. Los que defienden que la apología del terrorismo debe desaparecer se enfrentan al problema de qué hacer con los que alientan otros terrorismos, como el islamista, que son un problema de hoy mismo. Esta línea de duda y sombra surge cuando se pronuncian discursos que la sociedad, en su conjunto, considera aberrantes, y claro, ahí las posiciones políticas, que tantos usan como manual para enjuiciarlo todo, falla. ¿qué hacemos ante, pongamos, un discurso de odio contra las mujeres? ¿un discurso desalmado que defienda el racismo explícito, el supremacismo? Vemos como el supremacismo tiene buena prensa cuando es gente como Torra la que lo proclama, pero haga usted una encuesta en su entorno. ¿Debiera encarcelarse a alguien que diga que los no blancos son inferiores? ¿Deben ser los antivacunas objeto de penas de prisión? Defender el terraplanismo es una idea estúpida, pero ¿debe ser perseguida por la ley? Hace unos días adquirió notoriedad una cría de apenas 18 años que en el cementerio de la Almudena dio un discurso en el que se soltaban unas soflamas que hubieran hecho las delicias en una tribuna nazi en el Nuremberg de 1936. En Alemania ese discurso sería objeto de persecución legal, pero aquí, donde estas cosas del antisemitismo se nos antojan como exóticas, no pasa de la anécdota lo que es de una gravedad extrema. La pregunta es ¿debe ir esa cría a la cárcel por lo que dijo? Uno puede empezar a crear ejemplos a miles que tarde o temprano acabarán provocando que cualquier aludido empiece a ver la prisión como el destino merecido de quien proclama el discurso que a él realmente le ofende, demostrando que el diseño de la ley no puede hacerse ni en caliente ni teniendo en cuenta la emotividad del presunto afectado. Como norma general, por lo tanto, no se debiera mandar a la cárcel a la gente por lo que diga, aunque se cisque en nuestra madre o en nosotros mismos, pero sí queda abierta la puerta a pedir indemnizaciones, reprobaciones públicas o disculpas. Al final muchos de los que se dedican a ofender encuentran en los tribunales y procesos el perfecto altavoz para lanzar sus mensajes, y eso les alienta. Hay que tratar de evitar caer en estas espirales.

Y todo este debate se da en un mundo en el que, gracias a las redes sociales, todo el mundo tiene un altavoz para insultar a diestro y siniestro desde un anonimato consentido y diseñado para otras cuestiones. No es penal, pero estas actitudes califican a quienes las hacen y apoyan, y permiten que realicemos juicios morales sobre lo que representan para la sociedad. Al igual que hay personas que aportan, y otras que pintan poco, también hay gente podrida, que disfruta en el insulto y la necedad, y que se alimenta del odio que siembra y genera. Como en otras facetas de la vida, hay de todo, y cada uno debiéramos tener un criterio para saber, al menos, de quién huir cuando empieza a soltar sus soflamas. La indiferencia al que odia puede ser uno de los más crueles castigos.

No hay comentarios: