lunes, febrero 22, 2021

Violencia callejera

Seis noches seguidas van de algaradas violentas, en varias ciudades pero, sobre todo, en una Barcelona asediada por bandas criminales que le han cogido el gustillo a arrasar lo que se encuentran. Convocadas para protestar contra el encarcelamiento de un rapero, lo que en principio son concentraciones pacíficas acaban derivando, de manera segura, en graves incidentes contra las fuerzas de orden público y saqueo de comercios y tiendas, especialmente las de marca, no los bazares chinos, donde los que se autodenominan como luchadores por la libertad se dedican al robo, pillaje y saqueo sin ningún remordimiento.

A escala, lo que sucede estos días, y su contexto, recuerda demasiado a lo que se vivía en las calles del País Vasco durante los malditos tiempos de la maldita “kale borroka” fenómeno extremadamente similar al que estamos contemplando estos días. Hay, evidentemente, una diferencia fundamental, que es ETA. En aquellos años la existencia de una banda mafiosa de asesinos, en torno a la cual se organizaban todo tipo de estructuras de violencia, extorsión y chantaje, convertía el fenómeno de las algaradas callejeras en algo mucho más grave y peligroso. Ahora ETA no existe, aunque más de uno la añora, y por ello el fenómeno que se ve en Barcelona es más limitado, autoconclusivo, pero otros de los factores se repiten. Especialmente, por su gravedad, la condescendencia, cuando no apoyo, de parte de las fuerzas políticas a los violentos, realizando declaraciones y tuits en los que muestran un respaldo claro a los grupos que asaltan las calles por la noche. En los tiempos oscuros del País Vasco, Arzalluz, uno de los jefes de la mafia, de los más listos, que nunca pudo ser incriminado en nada violento, los calificaba como de “los chicos de la gasolina” y lo expresaba con un tono de comprensión propio del abuelito que ve como su nieto se equivoca pero, ay, es su nieto, y le quiere tanto…. La Ertzaina se veía sobrepasada por la intensidad del fenómeno al que se enfrentaba y sus mandos políticos, en especial durante la época del Consejero Balza, hacían todo lo posible para no dotarles de medios, para deslegitimarles, para criticar sus actuaciones, para minar la moral de un cuerpo asediado que, según la mentalidad nacionalista, no debía atacar a quienes luchaban por la Euskal Herria libre. Hoy los Mossos están ante una situación similar (reitero, mucho menos grave porque no hay una banda terrorista que los ejecute, como sí hacía ETA) entre la espada de los violentos y la pared de sus mandos políticos, que no dejan de lanzar mensajes en contra de la actuación no de los delincuentes callejeros, no, sino de los propios Mossos, a los que acusan de violencia y otras lindezas por el estilo mientras la ciudad en la que todos ellos viven y sus habitantes es atacada por hordas de salvajes. Algunos de los partidos que lanzan esos mensajes de comprensión a la violencia están en el actual gobierno de la Generalitat, otros aspiran a incorporarse a él y pertenecen al gobierno de la nación, en una mezcolanza de intereses tan compleja como rastrera. Cada noche los niñatos, porque muchos de ellos son menores de edad, se lanzan contra las fuerzas de seguridad, destrozan mobiliario urbano, queman, realizan pillajes y causan daños económicos directos, y un enorme roto a la imagen de una ciudad que ve. Impotente, como este tipo de escenas empiezan a formar parte de su propio ser. Vimos tras la sentencia del procés secuencias de incidentes más graves que las actuales, pero con características similares, en las que el movimiento anarquista, que siempre ha tenido bastante fuerza en Barcelona, se aliaba con el independentismo radical con el único objetivo de montar bronca y destrozar por destrozar. Y de mientras, entonces y hoy, los dirigentes de formaciones herederas del terrorismo etarra, a los que algunos inconscientes pretenden blanquear, deben estar cómodamente sentados en los salones de sus casas brindando al ver estas imágenes en la tele, que tanto les recuerdan a sus años mozos, y a buen seguir mandando mensajes de ánimo a algunos que estarán cerca de los que los organizan. Años, lugares y coyunturas distintas, semejante maldad criminal y desprecio por la democracia.

La verdad es que, mirado con perspectiva, tiene bastante gracia que el líder supremo de Podemos, el señor Iglesias, haya logrado convertir a su formación en una especie de versión blanqueada de Batasuna de alcance nacional, que justifica la violencia allí donde surja y adopta los modos y manera totalitarios ya vistos en épocas pasadas. Del noble surgimiento en demandas de igualdad y de lucha contra los corruptos que supuso el caldo de cultivo en el que nacieron los movimientos de los que surgió Podemos, a lo que ahora es la formación, dan ganas de llorar si uno tuvo en algún momento su ilusión puesta en estas siglas. No hay nada que un estalinista de guardia no pervierta, ni círculo que no llegue a convertir en, visto lo visto, espiral de odio y violencia.

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