jueves, febrero 11, 2021

El desleal

El último episodio de injerencia rusa contra la UE, en la que España ha servido como piedra arrojadiza del Kremlin contra las cabezas de la Unión, ha vuelto a mostrar hasta qué punto es desleal e infame el comportamiento de un personaje apellidado Iglesias, de nombre Pablo, y que ocupa la muy bien remunerada vicepresidencia segunda del actual gobierno. Desleal frente a sus compañeros de gabinete desde luego, pero sobre todo desleal ante el país al que representa, a la sociedad a la que presuntamente gobierna y, sobre todo, a los millones de ciudadanos que, con nuestros impuestos, pagamos su muy elevado y nada ganado sueldo.

¿Cuál es la diferencia entre un Donald Trump vociferante desde el poder, acusando de fraude a todos aquellos que no se pliegan ante sí y no le permiten ganar unas elecciones, o u Iglesias, taimado, que también desde el poder, extiende sombras sobre el país que rige en busca sólo de su beneficio propio? En el fondo, ninguna. Ambos personajes parecen estar en las antípodas del espectro ideológico, representando uno la extrema derecha bíblica norteamericana y el otro el comunismo añorado de las décadas pasadas, pero son el mismo personaje, el mismo tipo de sujetos egocéntricos, obsesionados por el poder, que aspiran por encima de todo al mando único, a ser adorados por una población sumisa que debe agradecer que ellos sean los que les gobiernen. Ambos desean ser dictadores, y por eso admiran a los que ya lo son. A Trump se le iban los ojitos cada vez que se reunía con Putin, el norcoreano o personajes por el estilo, admiraba la fuerza que desprendían y, sobre todo, que nada les impedía hacer su voluntad, ni molestas leyes instituciones, procedimientos, oposiciones o libertades, todo estaba bajo su bota única. A Iglesias le pasa lo mismo. A escala, en su círculo de influencia, ya ha apartado a todos aquellos que pudieran hacerle sombra, convirtiendo su partido político en un movimiento mesiánico de apoyo al líder que es tan caricaturesco como siniestro. Si detentase el poder total haría lo mismo con todos los que no se postren a sus pies, y por eso adora, como lo hacía Trump, a sujetos que mandad sin control, como Maduro en Venezuela, o el inevitable Putin, referente (y quizás financiador) de todos ellos. Iglesias no es un político, no es alguien que aspira al poder sabiendo que tiene que cumplir reglas, no. Es un agitador, un subversivo, alguien obsesionado con el poder, que ve a las elecciones como una molestia necesaria para alcanzarlo y que, una vez en él, se puede prescindir de comicios, porque se ha llegado a la perfección. Iglesias considera legítimo todo lo que le permita mantenerse en el poder o alcanzarlo, e ilegítimo lo que pueda estorbarle, oponerse o enfrentarse a su designio. No es el único, tampoco en nuestro país. Hemos visto como proyectos totalitarios en el País Vasco o Cataluña no han dudado, en el caso vasco, en recurrir a la violencia terrorista para imponer la dictadura a la que aspiraban, y obviamente Iglesias les admira. En el presunto extremo opuesto del espectro ideológico vemos movimientos igualmente totalitarios que se envuelven en la bandera nacional con el único fin de que sirva para pisotear a otros. Es una historia refleja, un movimiento igualmente repulsivo que considera la ley, el voto, la representatividad, los derechos y la democracia como un estorbo para conseguir sus fines. En el fondo los líderes de estos grupos extremistas admiran a un Iglesias que sigue dando lecciones, cada día, sobre cómo abusar en y desde el poder teniendo siempre en mente el proyecto de dominación que le ciega. Iglesias es uno de los suyos, y aunque se muestren un odio cainita de cara a la galería, comparten medios, estilos, formas y herramientas para socavar la democracia, lo que les impide llevar a cabo su proyecto de dictadura soñada.

Sánchez, que cambia tanto de opinión que ha dejado ya claro a todo el mundo que carece de ella, dijo que tendría pesadillas en un gobierno de coalición con Podemos. Él no se, el resto del país sí las sufre. Con cientos de muertos al día y la economía destrozada, el vicepresidente segundo sigue en sus conspiraciones octubristas, soñando con los cielos del poder absoluto, y su jefe calla. A muchos les mencioné la fábula del escorpión, que no puede evitar picar a la rana en medio del río porque está en su naturaleza, provocando el ahogamiento de ambos. Iglesias se hunde, cada vez pinta menos, harta a todos con su discurso plagado de mentiras y abusos, pero sigue ahí, de momento, cobrando e incordiando. Y Sánchez calla.

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