lunes, febrero 01, 2021

Disolverse

Ayer por la tarde fui al cine a ver “El padre” película protagonizada por Anthony Hopkins y Olivia Colman. En ella representa el papel de una hija que contempla como su padre, que lo ha debido de ser todo, cae poco a poco en la demencia, y empieza a perder el control de sí mismo. El relato, contado desde la perspectiva de ambos, introduce en el espectador la enorme confusión por la que pasa el veterano protagonista al vivir en un mundo que se derrumba, en el que empieza a no saber qué es cierto y qué no, y que no tiene camino de retorno. El sufrimiento que se muestra a lo largo de toda la proyección es auténtico y los dos actores, junto a un breve reparto de acompañantes, bordan sus papeles de una manera sobria y sincera.

No genera dolor como el cáncer, no implica sufrimientos como los asociados a la quimioterapia, no conlleva parálisis como la degeneración artrítica, pero creo que no hay padecimiento más cruel que el Alzheimer o, en conjunto, las demencias de todo tipo. Difíciles de diagnosticar en sus estadios iniciales, propensas al chiste fácil que todos hemos hecho cuando se nos ha olvidado algo en casa, el surgimiento de una enfermedad de este tipo supone el estallido de una bomba devastadora en quien lo padece y su entorno. Hoy en día hay vías para poder luchar contra algunos tipos de cáncer, y ese diagnóstico no es ya sinónimo de muerte temprana y dolorosa, sino en muchas ocasiones de vida larga, controlada, sí, pero extensa. No es el caso de las demencias, que no se frenan, que no hay nada conocido que les pueda hacer frente, y que no hacen sino progresar de manera constante en la mente del afectado, que contempla al principio con asombro los cambios que experimenta su mundo a medida que deja de ser consciente de que su mundo ya no es lo que era. Muchas veces esos primeros estadios de la enfermedad se acompañan de ira, creo que no tanto por la negación de lo que pasa, que también, como por la confusión de no entender, de ver y sentir cosas que no concuerdan con la realidad que uno percibe, y esto es algo que la película de ayer muestra de una manera original y cruda. El enfermo contempla un mundo al que trata de aplicar su conocida lógica, pero y no funciona. Se descuadra, lo que le servía de brújula empieza a perderle, y eso enfada a cualquiera. Los nombres fechas, referencias, recuerdos, localizaciones, todas las piezas que conforman el mapa en el que nos situamos en la vida se desordenan, y se hace imposible vivir de manera normal. Piense usted que, cada mañana, al levantarse, se encontrara con su casa desordena, con cosas tiradas por el suelo y que, somnoliento, de camino al baño, se tropezase con ellas haciéndose daño. Las coloca en su sitio pero, a las pocas horas, vuelve a tropezar porque otros objetos aparecen por ahí cruzándose en su camino. Seguro que estaría despotricando en alto durante bastante tiempo y acordándose de la familia de esos objetos y de quienes los han puesto ahí. Algo similar parece que pasa en las mentes de los enfermos, que se desordenan, se convierten en lugares llenos de tropiezos, de trampas, de agujeros que sortear para evitar caerse, cosa que no siempre se consigue. Poco a poco el enfermo, que mantiene el aspecto de siempre, deja de ser el que era, se convierte en algo cada vez más extraño para sus conocidos, porque mantiene rostro, voz, expresión, pero lo que de él emana deja de ser lo sabido, para convertirse en extraño. Los enfermos acaban por ser carcasas de sí mismos, representaciones de la persona que fueron, cuerpos en los que esa personalidad, que residía en sus mentes, se está marchando, se aleja. Eso genera para todos los que les rodean no sólo una pena enorme, sino incomprensión, porque no ven dolor, no se ven cicatrices, no se ven daños que permitan explicar la enfermedad. La crueldad es extrema para todos.

Un detalle sobre la estancia en el cine. Éramos trece personas las que estábamos en la sala, de más de veinte filas de largo. Tres parejas, un par de señoras mayores y tres sueltos. Las entradas estaban numeradas pero, la verdad, uno podía sentarse donde le diera la gana sin problemas, y la distancia de seguridad entre todos era un abismo de butacas vacías, que sólo generaban coste. Con entradas de ese tipo no es posible ni pagar la luz de la sala, y al salir de la proyección pensaba tanto en lo que había visto como en la imposibilidad de que, con la que está cayendo, los cines puedan sobrevivir Ni ellos ni muchos otros negocios. Tarde de domingo ventosa y con nubes, sin lluvia pero con demasiadas cosas en la cabeza. Por favor, que sigan ahí mucho tiempo.

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