Aunque la actualidad nacional siga centrada en la gresca política de bajísimo nivel y en la pseudo depresión por la vuelta al trabajo (el que no lo tiene sí posee derecho para agobiarse, el resto somos privilegiados por tener uno al que volver) el mundo por ahí se sigue moviendo, y cada vez lo hace más a la contra de nuestros intereses, y no meramente los de España, que nada pinta, sino los de la UE y eso que llamamos occidente, que comienza a estar bajo presión por parte de naciones que ven una oportunidad de hacerse con el control del mundo. En parte ese movimiento responde a su propia prosperidad, pero también refleja nuestros errores e incompetencias, que de todo hay.
Estos días se está celebrando en Beijing una cumbre de naciones que están asociadas a eso que se denomina el sur global, expresión buenista que esconde un significado bastante más recóndito. En el marco de la Organización de Cooperación de Shanghái, un foro comercial que reúne a varias naciones del sudeste asiático, Xi Jinping, el mandatario chino, ha recibido con todos los agasajos posibles a Putin, el presidente ruso. El mismo que día tras día ordena atacar Kiev y matar civiles sin frente en Ucrania es agasajado en esta cumbre como un igual, como un socio preferencial de China. Ambos líderes, dictadores de sus naciones, lucen en las imágenes de este encuentro en franca sintonía, aunque se dan menos agasajos entre ellos que los que el desquiciado Trump le ofreció al déspota ruso. Como tipos fríos que son no expresan muchos sentimientos en sus gestos, y el aspecto ligeramente robótico de sus pasos y rostros esconde el placer que sienten al coordinar de manera efectiva sus esfuerzos, economías e ideas de conquista. A este foro ha acudido la India, actualmente el país más poblado del mundo, ya que desde el año pasado superó a China. Entre las dos naciones reúnen a un tercio de la población mundial y algo más de una cuarta parte de su PIB. Las relaciones mutuas siempre han sido malas, por simplificar, con disputas territoriales fronterizas y rivalidades económicas, y por eso ha sido muy comentado que haya sido el propio Modi, el máximo dirigente indio, el que haya acudido a Shanghái y se haya mostrado tan receptivo a las propuestas chinas. La India ha oscilado durante muchos años entre su vinculación con occidente y su pertenencia física al mundo asiático. Cortejada por los gobiernos de EEUU, las interacciones entre ambas naciones han sido intensas, y basta con comprobar el número de CEOs y otros altos ejecutivos de origen indio que se encuentran en las grandes empresas norteamericanas. Cortejar a India ha sido uno de los mantras de toda administración norteamericana, y más a medida que el peso de China no ha dejado de crecer, pero es ahí donde empieza el mandato desequilibrado de Trump, lanzando amenazas y aranceles por doquier. Desde que la Casa Blanca ha comenzado su estrategia de guerra comercial global no son pocas las naciones que están dudando sobre a qué bando apoyar, si se puede usar esta expresión, dadas las formas de EEUU. Y una de las más afectadas es India. Delhi mantiene enormes vínculos tanto con sus vecinos como con occidente, y es uno de los lugares en los que la globalización más ha incidido de cara a la implantación de empresas y cadenas de valor. De hecho Apple y otras multinacionales norteamericanas habían empezado a derivar algunas de sus plantas de producción de China a India, buscando no alimentar más el crecimiento de la nación de Beijing y eludir parte de los aranceles que ya impuso Trump en su primer mandato. Por eso, las últimas decisiones de la Casa Blanca de penalizar tanto a Beijing como a Delhi en el disparate de la guerra comercial ha sido recibida en la India como un golpe bajo, como el comportamiento desquiciado de lo que siempre ha sido un socio comercial y político de primer orden, que ahora decide actuar con una prepotencia nunca vista. Modi, que es un nacionalista hindú por encima de todo, sabe que la prosperidad de su economía es la base sobre la que puede consolidar su poder y que las trabas comerciales suponen, para él mismo, una amenaza.
Por eso, el abrazo que se ha visto este fin de semana entre Xi y Modi es una imagen de un enorme valor global. Con Putin de fondo, es la representación de un eje alternativo, de una internacional autócrata que se organiza, pese a sus diferencias internas, para cooperar entre ellos y movilizar su enorme potencial económico de cara a rediseñar un mundo que se rige por unas normas que ellos no han creado, pero que se les imponen. Lo que se está viendo estos días en Shanghái es la posible creación de un polo global alternativo, que está diseñado para disputar el trono global a occidente. Y en él está Rusia, una nación que tratamos de aislar completamente, pero que, visto lo visto, no está sola para nada.
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