Uno de los comentarios más reiterados ayer tras la aplastante parada militar de Beijing fue, además de la exhibición de poder que supuso, esa conversación pillada entre Putin y Xi en la que hablaban sobre la posibilidad de vivir hasta los 150 años, mediante trasplantes. Al parecer comentaban algunas de esas noticias medio fantasiosas que surgen a veces de gurús de Silicon Valley sobre posibilidades maravillosas de alargar la vida o alcanzar la inmortalidad. Ya les advierto que todas ellas están, por ahora, condenadas a la melancolía, porque son tan falsas como el valor de un dólar de chocolate. La vida no se va a alargar de esa manera, no.
Lo que sí es cierto es que Xi y Putin tienen intención de gobernar sus naciones hasta que se mueran, y a la edad que ambos comparten, 72 años, es algo que acabará pasando pero, probablemente, no a corto plazo. Eso les plantea, y lo saben, el problema de la sucesión en el régimen, uno de los mayores en lo que hace a la supervivencia de un estado y de su forma de poder. Las democracias tienen establecida una manera tortuosa pero efectiva, que son elecciones regulares cada pocos años, normalmente cuatro, y el pacto común entre todos de aceptar que gobierna el que gana cada vez. Eso permite que el traspaso de poderes sea un acto reglado, más o menos periódico y sin una especial trascendencia. En las dictaduras, regímenes personalistas muy jerarquizados, donde la cúspide lo controla todo, la muerte del dictador supone una convulsión profunda que puede acabar con la estructura de poder que controla la nación y desestabilizarla hasta límites insostenibles. Una solución tradicional a estos problemas es la sucesión de golpes de estado, en los que una facción se levanta y derroca al gobernante, y con el tiempo otra hará lo mismo, y así sucesivamente. La sociedad vive sometida, el país no se desarrolla, la violencia es endémica y la sensación de inestabilidad, permanente. En el caso de China estaba establecido que los mandatos del líder del PCCh fueran uno más uno, sin posibilidad de prórroga, y con la elección conocida de un delfín que, salvo sorpresa, sería el sucesor. Xi ha roto esa tradición y se ha convertido en líder indiscutido y prorrogable hasta el hartazgo. Ha verticalizado mucho la estructura de poder del PCCh y cada día que pasa complica la perspectiva de qué puede suceder en su ausencia. En todo caso, la estructura del partido sigue siendo enorme y, pongamos, si Xi fallece en el corto plazo, aunque haya diputas entre facciones, es probable que el liderazgo no quede vacante durante un tiempo significativo, y que otra figura, puede que de transición, sea puesta en su lugar. En el caso de Putin la cosa es más complicada, dado que hay consenso en que lo que gobierna en Rusia es una mafia, una camarilla de poderosos que se amenazan entre sí y que no dudan en recurrir a lo más sucio para mantenerse. Putin sabe que dejará el poder muerto, bien por causas naturales o provocadas, y de eso segundo sabe bastante. En el caso ruso la ausencia de Putin sí desencadenaría una lucha entre los distintos miembros de esa mafia para saber quién accede al Kremlin como el más poderoso, y no está nada claro qué es lo que pasaría. No son pocos los que opinan que sería un momento muy peligroso, porque ahora Putin ofrece una estabilidad interna en ese país que impide movimientos de todo tipo. Pensemos en los seres grises que se mueven por allí en la sombra, en la cantidad de oligarcas con mando, en los que disponen acceso a armamento y a fuerzas paramilitares, como fue el caso del ya asesinado dirigente de Wagner. La sucesión en Rusia a la muerte de Putin es una total incógnita y un momento peligroso que muchos temen, dentro y fuera de ese país.
El que mejor se lo ha montado de entre los dictadores del desfile de ayer es el norcoreano. Es el tercero de los Kim que se sucede en el poder después de que su abuelo se hiciera con el poder, implantase una dictadura demoniaca y no tuviera otra ocurrencia que convertirla en un reino hereditario, de tal marea que Corea del Norte es la única monarquía absoluta leninista conocida. Sus resultados como ejemplo de gobernanza son claros, y es mejor no imitarlos en nada. Kim Jong Un es joven, creo que no llega a cuarenta, aunque de salud mejorable, y tiene una hija, que le ha acompañado a su visita a China, que algunos apuntan como la sucesora, frente a la hermana de Kim, que también ha sonado. No se conoce a ningún hijo de Putin que pueda ser futuro Zar.
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