Septiembre es un nuevo enero, un reinicio para muchas cosas, que viene expresado en esas tres palabras, vuelta al cole, que tanto contenido tienen. Los críos dejan el odio infinito y rehacen maletas para volver a llenar las aulas. Ahí tienen, por ejemplo, al crío de Illa, que sometido a la autoridad de Sánchez, acude hoy a visitar al prófugo puigdemoníaco para tratar de negociar, a escondidas, nuevos chantajes que permitan al inquilino de la Moncloa seguir ahí sin límite y al sedicioso manipular todo lo habido y por haber. Hay más decencia en el mayor repetidor de la clase más cutre del país que en esta banda de sujetos, alguno ya condenado, otros que quizás en el fututo también lo estén.
En los inevitables y repetitivos informativos en los que la “vuelta al cole” laboral es la apertura durante los últimos días de agosto se reiteran testimonios sin fin de los que vuelven agobiados por tener que hacerlo, que se lo han pasado bien en su descanso pero que querían seguir allí eternamente, y que desde que han empezado el camino de retorno hacen cuentas para cuándo va a ser el próximo puente o la siguiente escapadita. Todos los años igual. De vez en cuando se cuela entre los entrevistados alguno que afirma tener deseos de volver, porque echa de menos la rutina de su vida laboral, y ese testimonio de deseo, curiosamente, o no, se da más entre los chavales, que afirman querer volver al cole para reencontrarse con sus amigos, a muchos de los cuales no han podido ver en todo el verano. Como suele ejercer en mi entorno el papel de insidioso oficial reitero una y otra vez que los que vuelven de vacaciones son unos afortunados por tener un trabajo al que reincorporarse, porque el desempleado, que carece de él, no tiene vacaciones como tales, sino un tiempo de espera, de angustia, que se prolonga sin límite conocido. El concepto de vacación se define por su opuesto, el de trabajo, como el negro es lo contrario al blanco. En el mundo de los jubilados no existen las vacaciones, porque el tiempo se mide de una manera mucho más homogénea, ni hay distinciones relevantes entre martes y sábado, entre laborables y festivos. Los que trabajamos, y nos quejamos de las incomodidades que pueden tener las labores que desempeñamos, no queremos reconocer que el mundo laboral aporta una serie de certezas a la existencia, entre ellas la de la medición del tiempo y la distinción de los periodos, que ayudan mucho a mantenerse sano en cuestiones mentales. Hay gente que tiene trabajos desagradables o, mejor dicho, condiciones desagradables, o jefes nefastos, o malos compañeros, o situaciones de estrés muy abundantes. En esos casos la vuelta al curro supone un esfuerzo añadido, y las vacaciones, una necesidad de desconexión respecto a un entorno que aporta bastante menos de lo que quita, pero muchos otros tienen trabajos normales, donde se hacen cosas, y unos días son buenos y otros son malos, lo que viene siendo la normalidad de la vida. Enfrentar la jornada laboral por defecto con caras largas, con agobio, con sensación depresiva y cosas por el estilo es el mejor camino para que las cosas se tuerzan. Y no, no estoy cayendo en tópicos de autoayuda. Ir feliz al trabajo es tan absurdo como ir feliz al supermercado a rellenar el carrito. Uno va a ambos lugares porque debe y, una vez allí, ya se verá como va la cosa. Lo que no tiene sentido es ese bombardeo de negatividad constante que, sobre todo desde los informativos televisivos, se realiza a finales del pasado mes como si se tratara de la próxima ejecución de una condena global, como si todo lo bueno del mundo se terminara el 1 de septiembre, como si la vacación fuera el paraíso y el trabajo el infierno. Y no es así, Y pensar que así es puede llevar a serias equivocaciones. La mejor manera de frustrar unas vacaciones en poner sobre ellas unas expectativas imposibles. Eso, que ahora se lleva mucho, no se por qué, es la receta perfecta para que el tiempo de descanso se convierta en algo bastante más siniestro.
Además, no debemos olvidar nunca que, si uno está de vacaciones, y hace cosas, es porque otros que trabajan permiten que esas cosas sean posibles. Irse a comer a un chiringuito de verano se puede hacer, si se ha ampliado lo necesario la hipoteca para financiarlo, porque en el establecimiento trabajan cocineros, camareros, personal de limpieza, reponedores, y un largo desfile de empleados de todo tipo. Las vacaciones de unos suponen el trabajo de no pocos, y de eso también nos olvidamos (y los de la televisión no caen nunca en ello, faltaría más). Unas vacaciones completas de todo el mundo supondrían el fin de la sociedad tal y como la entendemos, nada funcionaría. Piense en ello cuando vuelva a estar en la playa, mirando a la nada.
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