jueves, julio 12, 2007

Cuatro días de Julio

Hoy, 12 de julio de 2007, se cumplen diez años desde el asesinato a manos de ETA de Miguel Ángel Blanco Garrido, secuestrado dos días antes por la banda terrorista, sometido a tortura y a una pena de muerte a cámara lenta que se llevó a cabo ante una sociedad incrédula, que aún no se había repuesto de la emoción de ver como Ortega Lara recobraba la libertad tras más de un año de secuestro, aún con la retina conmovida con la imagen de su liberación, imagen que recordaba demasiado a los espectros de los campos de exterminio nazi. Con Ortega vivimos la esperanza, con Blanco la tragedia, pero de ambos se pudo aprender algo.

Ese sábado 12 hubo muchas manifestaciones. Yo, en compañía de una amiga con la que entonces tenía mucho trato, y que ahora no se por donde andará, acudí a la manifestación que tuvo lugar en Bilbao, y esa ha sido una de las pocas veces en mi vida en las que he tenido la sensación de estar en el sitio en el que había que estar y en el momento adecuado, en esos escasos instantes en los que se cuece algo importante, en los que puede que se escriba la Historia, no se si con mayúsculas o minúsculas, pero sí, algo parecido. Fue una manifestación muy distinta a la del 12 de Marzo en Madrid. No sólo por el sol radiante, excesivo para un Bilbao demasiado acongojado, sino por el tono en sí. En Madrid nos llovió, y llorábamos a los muertos, era una marcha de duelo. En Bilbao era una marcha de rabia y grito, de petición, exigencia de libertad, y de esperanza. Algunos como yo creíamos que era inútil, porque ETA nunca se ha conmovido, ni lo hará, ante manifestaciones, pero otros, como mi acompañante, confiaban en que una movilización tan grande surtiera efecto, ablandase algunos corazones y garras y que Miguel Ángel pudiera volver a su casa sano y salvo. Y allí estábamos todos. Gritamos mucho en esa manifestación, fuimos libres, muy libres, como pocas veces lo he sentido con tanta intensidad, y notar como medio millón de personas inundaban Bilbao (Vizcaya tiene algo más de un millón de habitantes y el País Vasco en su conjunto poco más de dos) era muy emocionante. La vista desde el puente del Ayuntamiento, con todo El Arenal, las calles adyacentes, y lo que se apreciaba de la Gran Vía llena de personas impresionaba mucho. Se dijo que fue la mayor manifestación que ha conocido Bilbao, y puede que sea cierto. Cuando volvíamos para casa lo hacíamos convencidos de haber hecho lo debido, y que ya no estaba en nuestras manos el futuro, sino en las de los asesinos.

A media tarde se conoció la noticia del hallazgo del cuerpo de Miguel Ángel, herido de muerte en una campa guipuzcoana, y lamenté profundamente haber acertado. La rabia y el dolor se desataron, y durante unos días se creo lo que se llamó el Espíritu de Ermua, que en el fondo no fue más que una enorme ola de libertad que barrió el País Vasco, que arrojó las capuchas de los ertzainas al suelo, liberó a la población de bien y encerró en sus casas a los culpable de aquellas atrocidades. Como todas las olas de libertad, fue cercenada por políticos que vieron en ella riesgos para su status, su posición y su poder, y poco queda hoy de ese espíritu. Es otro espectro, como el de Ortega. Cuatro días de julio, del 10 al 13, que ojala nunca olvidemos, aunque algunos tanto lo deseen.

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