jueves, agosto 29, 2024

Atrapados en el espacio

Si ayer hablábamos de barcos hundidos, hoy también lo haremos de naves fallidas, aunque no exactamente de las que surcan los mares. Tras el final de la era de los transbordadores espaciales, EEUU se quedó sin naves propias para subir al espacio, y debía recurrir a las Soyuz rusas, previo pago, para que sus astronautas fueran a la Estación Espacial Internacional. Algo bastante humillante y, geopolíticamente, molesto. Por ello, el gobierno ordenó la construcción de una nueva nave tripulada, en formato Apollo, por así decirlo, un módulo de mando en lo alto de un cohete, nada planeadores estilo Shuttle, que se vieron como una apuesta equivocada.

La primera empresa que se ofreció a ello fue SpaceX, la de Elon Musk. La NASA lo aceptó sin muchas dudas, dada la trayectoria de éxito que llevan sus cohetes, pero como SpaceX es un chico nuevo en el barrio, por así decirlo, y carecía de experiencia en naves tripuladas, (y el presupuesto público da de sí) se buscó un segundo proveedor alternativo, y ahí apareció Boeing, con su dilatada experiencia en el diseño aeronáutico y de componentes para el programa espacial. Las especificaciones requeridas se suministraron a ambos fabricantes, junto con un presupuesto estimativo, y los plazos de entrega. SpaceX cumplió ambos conceptos y, tras sus pruebas, presentó la cápsula Dragon, que situada en lo alto de uno de los Falcon de la empresa sería capaz de llevar nuevamente a astronautas al espacio. Esa cápsula pasó todos los test y pruebas a las que le sometió la NASA y tuvo su primer viaje tripulado, de ida y vuelta, hace ya unos pocos años. Desde entonces han sido seis o siete, creo recordar, los viajes que ha hecho a la Estación, dotando a EEUU y, en general, a occidente, de plena autonomía en el acceso humano a la órbita baja. De mientras las naves de SpaceX iban y venían Boeing seguía atascado en su proyecto de nave, denominado Starliner, con contratiempos de todo tipo, que parecían ser el reflejo de los muchos problemas que atravesaba la empresa en su sector de toda la vida, el de la aviación civil, donde escándalos técnicos de todo tipo estaban arrasando su imagen. Finalmente, el año pasado, con un gran retraso y con el doble del coste permitido, Boeing entregó su nave a la NASA, que empezó a testarla, encontrando fallos de todo tipo, algunos menores, otros no tanto. La idea de un primer vuelo tripulado al inicio de 2024 con esa nave se fue retrasando hasta este verano, en el que dos astronautas norteamericanos volaron, por primera vez, en la cápsula de la empresa de Everett. La idea era hacer un vuelo de prueba, una ida, estancia de unas dos semanas, y vuelta, sometiendo a la nave a todas las pruebas posibles en el entorno real para que, así, se pudiera certificar que existían las dos alternativas fiables que buscaba la agencia de EEUU. En un principio la Starliner no dio problemas, pero al poco de atracar en la Estación Espacial sí que empezó a generar dolores de cabeza, principalmente por fugas en algunos de sus circuitos de refrigeración. Los fallos no iban a menos y empezó a cundir la sensación de que algo podía salir mal. La primera decisión que se tomó fue la de aplazar la vuelta, esa que estaba prevista en dos semanas, y que desde el espacio y control de misión, con personal técnico de Boeing, se revisara todo lo posible para garantizar la seguridad. Eso es lo que se ha estado haciendo estas semanas, de prolongación de la misión para los astronautas, y hace unos pocos días la NASA dio una rueda de prensa en la que su más alto directivo anunciaba una decisión que es bastante chocante. Tras lo visto y estudiado, no se fían de la Starliner como para que pueda realizar el vuelo de vuelta tripulado, consideran que existen riesgos que no están dispuestos a asumir, y han decido que los astronautas, que fueron para dos semanas, permanezcan en la Estación hasta que, en febrero del año que viene, una cápsula Dragon de SpaceX les traiga de vuelta. Por su parte, para la Starliner, se ha decidido que se desacoplará de la Estación y realizará el viaje de vuelta a la Tierra de manera automática y sin tripulación, de tal manera que, si todo va bien, no habrá problemas, y si algo falla nadie resultará perjudicado.

Esta decisión supone una humillación absoluta para Boeing, una manera de presentarla como una empresa fracasada en este proyecto y como una fuente de problemas. Que tu competidor, el chico nuevo, sea el que tiene que acudir a resolver los problemas que ella crea es un golpe bajo, una patada en sus partes a una de las mayores empresas del país. Con un presupuesto descontrolado, y una imagen hecha polvo, el proyecto Starliner, pase lo que pase en el viaje de retorno, es un fracaso total para Boeing, un chasco para la NASA, y una nueva fuente de retrasos en el programa público de conquista espacial, donde el gran lanzador SLS va camino de convertirse en otro posible fiasco, también con Boeing implicado. Musk debe estar muerto de risa desde que se enteró. Y los dos astronautas, de pasar dos semanas, a estar casi un embarazo ahí arriba.

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