jueves, agosto 01, 2024

Escrúpulos

El caso más obvio es el de Pedro Sánchez, que no se si es el personaje público más carente de ellos, pero desde luego es quien mejor muestra saltárselos de todos los que nos rodean. No hay líneas morales en su actuación, ni criterio más allá del de su propia supervivencia. Si hay que traicionar a los votantes propios aprobando una infame amnistía que se dijo que era constitucional, se hace, y da igual. Y si hay que quitar recursos que se destinan a las comunidades autónomas más pobres para dárselos a una de las más ricas, se hace, y nada importa, salvo que su posición siga siendo intocable. Es repugnante, pero ahí está.

Pero no me interesa hoy este sujeto, que será fruto de estudio más para psicólogos que para expertos en política, sino los que le apoyan, los que le siguen el discurso y cambian con él de sentido a la mínima, los que el lunes gritan A con todas las fuerzas y ya el miércoles por la tarde empiezan a susurrar que quizás A tampoco, y logran erigir para el viernes una tradición histórica fundamentada en su NO A. Es un comportamiento miserable que produce sonrojo, pero que cada vez se da con menor pudor, y que no tiene nada de nuevo. Se produce en todas las sociedades humanas, y tiene que ver con el seguimiento al líder, con la creencia en su bondad (sí hay gente que cree esas tonterías) y sobre todo, con el beneficio que se puede obtener de ello. Pelotas, aduladores y demás gentuza de nula calidad se pueden encontrar tanto en los aledaños de la Moncloa como en las juntas de vecinos, donde por el mero hecho de conseguir la mayor de las tonterías imaginables los hay capaces de hacer la vida imposible a los que viven en la puerta de al lado si eso me beneficia de cara a quien lleva la comunidad. Además de los pelotas profesionales, que suelen ser fácilmente distinguibles, el común de los mortales nos enfrentamos cada día a elecciones en las que los escrúpulos y los criterios morales que uno cree poseer se enfrentan a dilemas en los que están en juego cosas como los ascensos profesionales, mayores remuneraciones, prestigio, recompensas, nombramientos y cosas por el estilo. Dicen que no hay mejor manera de saber cómo es una persona que darle un cargo, cosa que en el caso de Sánchez ha funcionado de maravilla, bueno, para él, no para el país, pero en general es cierto a todos los niveles. Y ante ese nuevo cargo empiezan las decisiones de los de abajo, subordinados por contrato, rango o por la jerarquización social que se haya establecido, sobre qué actitud tomar ante quien manda. Todas las estructuras empresariales, de gobierno, de mando y decisión, están llenas de hipócritas que dicen una cosa, pero hacen la contraria, de gente que enarbola discursos de cara a la galería pero que luego sus hechos suponen una enmienda total a lo que pregonan, etc. En la masa de empleados anónimos que no tienen ni rango ni capacidad de decisión también se encuentran dilemas similares, a escala, pero que pueden genera problemas de ética, dolores de cabeza y temblores de bolsillo. Una gratificación a final de año a cambio de ser leal a alguien puede convertirse en una cuña capaz de romper equipos y el motivo de disputa que desencadene guerras soterradas en todas partes. El cómo actuar ante estas situaciones resulta difícil, sobre todo cuando uno tiene muchas opciones para perder. Mi consejo siempre ha sido el de mantener las formas y no mentir, el de hacer lo que te manden, que para eso uno es empleado y otro es jefe, pero dar tu opinión al respecto, y si uno cree que lo que el jefe dice no es correcto, deberá acatar sus decisiones, si no tiene otra alternativa, pero dejando claro que no las comparte. Los años y el hacerse una cierta independencia económica ayudan a este tipo de comportamientos, pero siempre son decisiones que van en contra de la corriente. Cuestan.

El compromiso profesional se demuestra con el trabajo y lo producido, no por lo bien que uno se lleva con no se quién y el premio que ese no se quién le otorgue. Somos humanos, vivimos entre humanos, y el cerebro reptiliano sigue trabajando a toda potencia en nuestro interior, haciéndonos responder a estímulos primarios de premio, castigo, territorialidad, poder y sumisión. Si se cruzan con alguien que no tiene escrúpulos, mi consejo es que huyan. Estar al servicio de un sujeto como el que habita Moncloa le otorgará a uno prebendas, sobresueldos, presunto prestigio y rentas elevadas, y la creencia de que es mejor que el resto. Pero no. Salga corriendo ante personajes tóxicos de este tipo, busque alternativas. Eluda la tentación.

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