miércoles, octubre 20, 2010

La revolución y la francesa

Ayer fue nuevamente otro día de huelga general en Francia, no se si el octavo o noveno en este año, ya he perdido la cuenta. Protestas ruidosas que están paralizando el país y que generan sus propios costes económicos, pero que ya tienen a su propia heroína, que como no podía ser menos tratándose de Francia, es una joven bella y atractiva. Esa joven, puño en alto y protestando, encarna la revuelta que se vive todos día sí y día también en el país vecino, pero yendo más allá de la fuerza y el atractivo de su rostro, ¿tiene razón esta joven en su protesta? ¿Está haciendo lo correcto, o lo que debe? ¿No son ambas cosas lo mismo?

Creo que Francia es el mayor exponente de esta Europa que, poco a poco acentúa su estado de decadencia. Los recortes que el gobierno de un desprestigiado Sarkozy no son muy distintos de los que está haciendo el casi inexistente gobierno de Zapatero, o de los que hoy anunciará Cameron en Inglaterra. El problema es que la población percibe que es la que paga esos recortes, la que los va a sufrir, y la culpa de los mismos es de sus políticos. La primera sensación es cierta, y es la generadora de la ira y el descontento francés y del temor, miedo paralizante, español, pero la segunda percepción no lo es del todo. La crisis que vivimos, y que no deja de profundizarse, muestra las grietas de un sistema que se encuentra al borde de la fractura. La evolución demográfica de occidente juega en contra del sistema de protección social con el que nos hemos dotado, y nuestra baja productividad, unida al nulo coste con el que los países asiáticos producen los bienes que les compramos hace que su competencia ya no sea algo residual, sino una auténtica amenaza. Así, nos enfrentamos a unos retos enormes que, de no resolverlos bien, pueden abocarnos a una lenta pero inexorable bajada en nuestros niveles de vida y de opulencia, acabando por convertir a las sociedades actuales en el paradigma de un mundo feliz al que un día se llegó pero al que ya no se retornará. Cada uno de los países que se enfrenta a este reto enorme debe hacer un ejercicio de reflexión colectiva, de seriedad, de unidad y de sacrificio común. Es hora de que el estado, necesario y vital, gaste mucho y bien pero en aquello en lo que se debe gastar (pensiones, educación, sanidad, justicia y seguridad) y que deje de hacerlo en otras tantas materias en las que se ha convertido en la fuente de financiación. Sí estamos de acuerdo en que no hay dinero para todo debemos escoger entre qué es lo primero para gastar y que es lo segundo para no hacerlo. Y a todos los niveles. El ayuntamiento de Peralejos de en medio debiera primero pagar los sueldos de sus trabajadores y contratas y asistencias sociales, y para ello deberá dejar de pagar las verbenas del pueblo, las fiestas en honor a San Ataulfo y las comidas de los concejales, y desde Peralejos hasta la Moncloa, pasando por las Comunidades Autónomas y demás. Si no se hace este esfuerzo, que será duro y difícil, y no se explica con seriedad a la ciudadanía, al final nos quedaremos sin asistenta social en Peralejos y con san Ataulfo muerto de risa en su hornacina, y no tendremos nada de nada. Es crudo, sí, pero no le veo muchas más alternativas.

¿Y entonces, la joven francesa, qué? Mirándose al espejo, viéndose como una ciudadana y notando la corriente de la calle su protesta es lógica, porque ve su futuro amenazado, pero en su conjunto la protesta no va a servir para nada, sólo agudizará tensiones sociales que ya existen en Francia. Esa ira puño en alto es un comportamiento racional visto persona a persona, como lo era comprar y vender pisos cuando no dejaban de subir, pero agregando colectivamente todos esas actitudes, la de protesta y al de especulación, lo único que se obtiene al final es un fracaso. Es esa enorme y peligrosa inercia contra la que debemos actuar.

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