miércoles, enero 08, 2014

La imputación de la infanta Cristina y la marca España


Es inevitable referirse a ello. Hoy toda la prensa española, y buena parte de la extranjera, lleva a portada la nueva imputación que el juez José Castro ha decretado sobre la Infanta Cristina en relación a los negocios de las empresas en las que compartía titularidad con su marido Iñaki Urdangarín. El tono general es de respeto y espera, hasta comprobar si esta vez la imputación saldrá adelante o, como sucedió hace un año, se queda en nada. Ya saben ustedes que los procesos judiciales son complejos, enmarañados y, al menos en España, tediosamente largos, por lo que poco voy a poder añadir sobre el fondo del asunto.

Además, como podrán imaginarse, no me he leído el auto de más de doscientas páginas que ha emitido el juez. Imagino que ayer debió ser un duro día de vuelta tras las vacaciones para los que tuvieron que enfrentarse a ese mamotreto para extraer de él la información con la que llenar páginas y titulares. Por ello no estoy en condiciones de decir si la acusación del juez es consistente o no, está basada en hecho o conjeturas, y es suficiente para enjuiciar a Cristina o no. Como en casi todos estos casos, me basta la profesionalidad del juez para dar por supuesto que si así lo considera, algo habrá que le obligue a ello. Por tanto, creo que debemos esperar a ver cómo se desarrollan los acontecimientos y, en todo caso, actuar con mucha naturalidad en este asunto, naturalidad que no ha existido en casi ningún momento y que nos haría mucha falta a todos, empezando por la familia del Rey hasta el último periodista. Hay que recordar que el único miembro de la familia Borbón que tiene un papel constitucional es el Rey. Ni si quiera el Príncipe heredero posee una norma que regule su estatus y condición, y desde luego no es el caso de las infantas, que a todos los efectos legales y constitucionales son lo mismo que cualquiera de ustedes o yo a ojos del estado y la ley: Meros contribuyentes a los que extraer impuestos. Si la infanta Cristina y su marido cometieron delitos, deben ser juzgados por ellos y, en su caso, condenados. El apego familiar que existe ante todo miembro de la estirpe que se ve sometido a un problema relacionado con la ley es comprensible, y que levante la mano el primero que no ha ayudado a un amigo o familiar en un trance de este tipo. Sólo al Rey se le puede exigir, dado su papel constitucional, y la relevancia de la ejemplaridad que transmiten sus actos, una total separación de la figura de su hija y marido, para evitar ser contaminado por la misma, y en función de cómo se desarrollen los acontecimientos, sanciones de tipo personal e institucional, de corte más bien simbólico, como el despojamiento de los títulos en caso de condena o la exigencia de renuncia de Cristina a unos derechos sucesorios que sólo tendrían relevancia en caso de una tragedia familiar en Zarzuela de proporciones colosales. Por lo demás, la actitud del juez en el procedimiento demuestra que la justicia, lenta, torpe y coja, avanza en la misma dirección para todos, y que en España no se libra del acoso de la misma ni la hija del Rey ni el frutero de la esquina. Eso, y el hecho de que la corrupción no se esconda, aunque no lo parezca, son dos de las grandes diferencias que hacen que un país pueda ser considerado como democrático. Romperse las vestiduras por la imputación a Cristina es, además de un ejercicio inútil, algo propio de sociedades infantiles, necesitadas de un manto protector de poder que las dirija. Vemos muchas veces en España comportamientos de este tipo ante el encausamiento de políticos y autoridades, que suscitan el apoyo de ciudadanos “anónimos” que los escoltan a los juzgados, ofreciendo una imagen propia de épocas cuasi medievales.

Uno de los puntos más complejos de este asunto es cómo esta noticia y proceso afecta a la ya muy famosa marca España, por la que todo se hace y en nada se protege y promueve. A corto puede ser dañina, empezando por el hecho de que medios extranjeros no distinguen la diferencia entre infanta y princesa (Sólo Letizia lo es) pero a largo la sensación de igualdad ante la justicia será positiva. Lo que realmente destroza nuestra imagen como país son hechos como los de Sacyr en Panamá o el desastre eléctrico y de primas renovables, por poner dos ejemplos de actualidad, que lastran mucho más nuestro país de cara a inversores extranjeros que lo que le pueda suceder a una mujer a la que, fuera de España, conoce muy poca gente.

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