El
guionista de este año 2020 no descansa, afila constantemente su colmillo y
busca cómo sobresaltar al común de los mortales. Sobre una trama general en la
que el coronavirus lo domina todo, va soltando hilos de trama sueltos por
naciones que aumentan la complejidad y la sensación de zozobra. Qué decir de
nuestro país, en el que ahora mismo se cruzan todo tipo de crisis, de tan
diversos apellidos como facetas tenga la vida, y conjuntamente no sumen en una
situación que es casi más de perplejidad que de angustia. ¿Cómo afrontar todo
esto? ¿Por dónde empezar? Estamos casi desbordados por frentes que, por sí
solos, son enormes y trascendentales.
Y
como en toda buena serie, hacen falta efectos especiales. Ayer se produjo una
devastadora explosión en el puerto de Beirut, capital del Líbano, en la que
quedó arrasada buena parte de la infraestructura de la ciudad, vital para sus
comunicaciones, abastecimiento y desarrollo económico, pero es que la onda expansiva
se adentró en la urbe kilómetros y kilómetros, sembrando la destrucción a su
paso. Hay varios vídeos en interne en los que se observa como una gran columna
de humo blanco se yergue sobre el puerto, fruto de una explosión desconocida, y
se oye un constante chasquido que aparecen petardos de feria, como si ardiera
un almacén pirotécnico. Y de repente, se produce una brutal expansión explosiva
en forma de bola gaseosa que se extiende todo a su alrededor y se eleva al
cielo formando un hongo que recuerda al de las explosiones atómicas, eso sí,
sin que estemos ante una detonación de este tipo. Los vídeos, tomados desde
distintas perspectivas, ofrecen una secuencia en la que la devastación se
intuye enorme y la onda de choque fruto de la detonación acaba tirando al suelo
a los que portan las cámaras, destrozando sus coches, ventanas, viviendas o el
lugar en el que se encuentren. ¿Qué pasó ayer en Beirut? Todo parece apuntar a
que estamos ante un accidente que, sumado a una negligencia, ha podido causar una
de las mayores tragedias que haya vivido esa torturada ciudad. No se sabe lo
que inició las primeras explosiones, pero sí parece que lo que detona con una
fuerza sádica son unas 2.700 toneladas de nitrato de amonio, un fertilizante
muy utilizado en la agricultura y que es conocido por su capacidad explosiva.
De hecho, ha sido utilizado por varios grupos terroristas en algunos de sus
ataques y se suele registrar quién lo compra, en qué cantidades y para que
usos, dada su peligrosidad. Al parecer esas toneladas llevaban tiempo
almacenadas en el puerto de manera irregular, o al menos hace bastante que debían
haber salido de allí, y es probable que una serie de errores administrativos,
dejadeces varias y la mala suerte hayan sido la combinación perfecta que haya
originado la devastación que ayer sacudió a esa ciudad, dejándola en un estado
lamentable. El balance de víctimas aún es confuso, y dado el grado de destrucción
alcanzado y la extensión del mismo, se tardará en saber con precisión. Se habla
de unos setenta muertos y tres mil heridos, pero viendo esas imágenes es fácil
suponer que estas cifras se quedarán pequeñas. Y todo esto sucede en el Líbano,
un país que atraviesa en los últimos años una gran crisis económica y política,
con revueltas frecuentes, caídas de gobiernos y sensación de descontrol elevada.
Ya el coronavirus y los confinamientos asociados han agudizado el malestar
social y el derrumbe económico en el que vive la población, y evidentemente una
tragedia como la sucedida ayer no ayuda en nada a recomponer todos los
problemas antes descritos, sino más bien a agudizarlos. Imagino que con el
puerto arrasado será difícil abastecer a la ciudad de materias primas básicas,
incluso de alimentos, y es probable que los habitantes de la capital se
conviertan, desde hoy, en dependientes de una ayuda internacional que trate de
paliar, en la medida de lo posible, los enormes daños que han sufrido.
Miércoles,
5 de agosto. Tras cinco meses inimaginables, hoy subo a Elorrio a pasar dos
semanas largas de vacaciones, aunque no tengo claro el sentido del término
vacaciones en medio de lo que estamos viviendo. Es la primera vez que subo
desde que la pesadilla empezó a desatarse de verdad, y no lo he hecho en ocasión
anterior tras el levantamiento del estado de emergencia. Reencontraré a familia
y amigos en una situación extraña, con mascarillas, con distancia, con la
sensación de que algo nos ha pasado por encima durante estos meses y el miedo
de que nos vuelva a suceder algo parecido. El futuro se mide ahora en días, en
brotes de infectados, poco más. Si todo va normal, y ya nada lo es, debiera volver
a escribirles el miércoles 26 de agosto desde Madrid. En este caso, el deseo de
que se cuiden es mucho más que una frase retórica, es la expresión de una
necesidad compartida, de algo que más nos vale que hagamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario