miércoles, agosto 05, 2020

Beirut, arrasado


El guionista de este año 2020 no descansa, afila constantemente su colmillo y busca cómo sobresaltar al común de los mortales. Sobre una trama general en la que el coronavirus lo domina todo, va soltando hilos de trama sueltos por naciones que aumentan la complejidad y la sensación de zozobra. Qué decir de nuestro país, en el que ahora mismo se cruzan todo tipo de crisis, de tan diversos apellidos como facetas tenga la vida, y conjuntamente no sumen en una situación que es casi más de perplejidad que de angustia. ¿Cómo afrontar todo esto? ¿Por dónde empezar? Estamos casi desbordados por frentes que, por sí solos, son enormes y trascendentales.

Y como en toda buena serie, hacen falta efectos especiales. Ayer se produjo una devastadora explosión en el puerto de Beirut, capital del Líbano, en la que quedó arrasada buena parte de la infraestructura de la ciudad, vital para sus comunicaciones, abastecimiento y desarrollo económico, pero es que la onda expansiva se adentró en la urbe kilómetros y kilómetros, sembrando la destrucción a su paso. Hay varios vídeos en interne en los que se observa como una gran columna de humo blanco se yergue sobre el puerto, fruto de una explosión desconocida, y se oye un constante chasquido que aparecen petardos de feria, como si ardiera un almacén pirotécnico. Y de repente, se produce una brutal expansión explosiva en forma de bola gaseosa que se extiende todo a su alrededor y se eleva al cielo formando un hongo que recuerda al de las explosiones atómicas, eso sí, sin que estemos ante una detonación de este tipo. Los vídeos, tomados desde distintas perspectivas, ofrecen una secuencia en la que la devastación se intuye enorme y la onda de choque fruto de la detonación acaba tirando al suelo a los que portan las cámaras, destrozando sus coches, ventanas, viviendas o el lugar en el que se encuentren. ¿Qué pasó ayer en Beirut? Todo parece apuntar a que estamos ante un accidente que, sumado a una negligencia, ha podido causar una de las mayores tragedias que haya vivido esa torturada ciudad. No se sabe lo que inició las primeras explosiones, pero sí parece que lo que detona con una fuerza sádica son unas 2.700 toneladas de nitrato de amonio, un fertilizante muy utilizado en la agricultura y que es conocido por su capacidad explosiva. De hecho, ha sido utilizado por varios grupos terroristas en algunos de sus ataques y se suele registrar quién lo compra, en qué cantidades y para que usos, dada su peligrosidad. Al parecer esas toneladas llevaban tiempo almacenadas en el puerto de manera irregular, o al menos hace bastante que debían haber salido de allí, y es probable que una serie de errores administrativos, dejadeces varias y la mala suerte hayan sido la combinación perfecta que haya originado la devastación que ayer sacudió a esa ciudad, dejándola en un estado lamentable. El balance de víctimas aún es confuso, y dado el grado de destrucción alcanzado y la extensión del mismo, se tardará en saber con precisión. Se habla de unos setenta muertos y tres mil heridos, pero viendo esas imágenes es fácil suponer que estas cifras se quedarán pequeñas. Y todo esto sucede en el Líbano, un país que atraviesa en los últimos años una gran crisis económica y política, con revueltas frecuentes, caídas de gobiernos y sensación de descontrol elevada. Ya el coronavirus y los confinamientos asociados han agudizado el malestar social y el derrumbe económico en el que vive la población, y evidentemente una tragedia como la sucedida ayer no ayuda en nada a recomponer todos los problemas antes descritos, sino más bien a agudizarlos. Imagino que con el puerto arrasado será difícil abastecer a la ciudad de materias primas básicas, incluso de alimentos, y es probable que los habitantes de la capital se conviertan, desde hoy, en dependientes de una ayuda internacional que trate de paliar, en la medida de lo posible, los enormes daños que han sufrido.

Miércoles, 5 de agosto. Tras cinco meses inimaginables, hoy subo a Elorrio a pasar dos semanas largas de vacaciones, aunque no tengo claro el sentido del término vacaciones en medio de lo que estamos viviendo. Es la primera vez que subo desde que la pesadilla empezó a desatarse de verdad, y no lo he hecho en ocasión anterior tras el levantamiento del estado de emergencia. Reencontraré a familia y amigos en una situación extraña, con mascarillas, con distancia, con la sensación de que algo nos ha pasado por encima durante estos meses y el miedo de que nos vuelva a suceder algo parecido. El futuro se mide ahora en días, en brotes de infectados, poco más. Si todo va normal, y ya nada lo es, debiera volver a escribirles el miércoles 26 de agosto desde Madrid. En este caso, el deseo de que se cuiden es mucho más que una frase retórica, es la expresión de una necesidad compartida, de algo que más nos vale que hagamos.

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